Al parecer, las reformas que se avecinan causaran una gran conmoción. La oposición se prepara para lanzar el pueblo a las calles. Lo curioso, es que ningún opositor o ciudadano conoce detalles de esas reformas; ningún medio las ha publicado, ni el gobierno las ha mostrado. O sea, hasta el momento, esos resabios y argumentaciones, teorías y propuestas, carecen de sustentación. De ellas sólo sabemos que la fiscal es necesaria. Nada más.
Sería deber de cualquier oposición responsable y democrática-una vez conocidas y estudiadas – aceptarlas o proponer alternativas inteligentes. No lo hacen: se limitan a planificar protestas callejeras. (Esas planificaciones recuerdan el chiste del gallego agonizante, cuando su familia preguntó por qué dejaba dispuesto un entierro tan complicado. El moribundo respondió: “Por joder, por joder…”)
Que si la nueva constitución facilita la reelección de Luis Abinader, que si los impuestos favorecen a los ricos, que se establecerán las bases de una dictadura, que la reforma fiscal sumirá en la pobreza a la clase media. Eso afirman quienes “conocen” las futuras reformas; suponiéndole al presidente y a su equipo algo de idiotez y retorcida mala fe.
De acuerdo con esas especulaciones, el gobierno se prepara para aumentar las miserias ciudadanas y gobernar hasta la eternidad. Mucho más: el mandatario se guardará la lengua en el bolsillo y dará como buenas y válidas- al proponer la suya- las anteriores modificaciones que legalizaron la reelección. Actuaciones que parecerían algo alocadas, o las de un incondicional seguidor de Chacumbele.
Mientras tanto (a menos que posean visión de rayos x, como Superman, y lean a través de las paredes de palacio), los opinadores se arriesgan a quedar en ridículo frente a la población.
Políticos, comunicadores, analistas, youtuberos, blogueros, plataformeros, influencers, y otras especies mediáticas, tienen que investigar con urgencia si sufren de una compulsiva tendencia a hablar pendejadas: parla sin sustancia que en Argentina llama boludeces y en España chorradas. En mi época les decíamos vacuencias.
Bastarían unas horas escuchando, a veces leyendo, a esos personajes construir teorías y dando recomendaciones, para comprobar la superficialidad y ausencia de referencias factuales que prevalece entre ellos. Es un hábitat de tonterías donde se pontifica en el vacío. El resultado final suele ser una chachara de tópicos manidos y altisonantes; un flujo-en “tempo de chirrido”-de denuncias y contradenuncias, chismes y pleitos de comadres.
Nada, que las pendejadas atacan por todos lados. O quizás ya no ataquen, porque comienzan a gustarnos y acaparan nuestra atención. Es más, pudiera pensarse que dejamos de darnos cuenta que tanta bobada, en boca de quienes no deberían decirlas, es una tragedia y no un entretenimiento.
Llamar a ese fenómeno “post- verdad”, “desorden de la información”, o “fake news”, daría sofisticación y relumbrón a este escrito. Pero prefiero llamarlo- por ser más inclusivo- “el fenómeno de las pendejadas”.
¿No es acaso disparatado amenazar con manifestaciones callejeras sin conocer una sola línea de las reformas? Por eso, algunos maliciosos piensan que la oposición busca excusas para un llamado revolucionario (supongo que para llevar a Leonel al poder).
Para mí, eso de criticar a lo ciego y sin papeles en la mano, partiendo de un “sabemos” que nadie sabe, tiene más de delirio que de revolucionario. O, simplemente, ganas de hablar pendejadas.