¡Gran contraste llegar desde la Región de Aquitania a la Comunidad Autónoma de Andalucía! Desde el aire nos cambiaron las vides por olivares y naranjos, el verdor en varias tonalidades por un amarillo pajizo propio de la tierra española.
El mayor acierto de nuestra estancia en Sevilla fue elegir un hotel frente al Guadalquivir, cercano al casco antiguo, a un paso de Triana, y en las inmediaciones del río que aporta fresco a una ciudad en la que el calor se convirtió en un personaje más de nuestro paseo.
El rumor del Guadalquivir parecía confirmarme que estaba pisando una tierra en la cual se han amalgamado durante miles de años diversidad de gentes.
Desde la antigüedad los fenicios se aventuraron por esas tierras, hasta que desde el califato de Damasco y Bagdad llegaron para desplazar y dominar a los visigodos en prácticamente toda la península durante siglos, hasta la reconquista de reyes cristianos, descendientes de los visigodos.
Nos informaron que el casco antiguo quedaba “cerquita” de nuestro hotel, como a “10 minutos” caminando, así que armadas con mapa en mano y zapatos cómodos (yo con mi bastón) emprendimos mi hermana Cristina y yo la caminata lenta (por mi causa), pero decidida hasta “La Giralda” que es la torre de la Catedral de Sevilla, ubicada en el centro histórico.
Desde el Paseo de Colón comenzamos adentrarnos en las calles sevillanas para descubrir el gran parecido arquitectónico de Ciudad Nueva y Zona Colonial en Santo Domingo.
Caminando en plena canícula de Sevilla, dejamos atrás el rumor del Guadalquivir y su brisa, y se nos impuso “la caló”, como le dicen los sevillanos, nos encontró desde la primera esquina; la bruma imperceptible que nos aplastaba contra el pavimento, mis pulmones caribeños, acostumbrados a un alto índice de humedad respiraban con ahogo, sin sudor en la piel, la percepción de ser abrasado por el sol era más intensa. Evocando esa sensación, me vino a la mente como Albert Camus en El Extranjero hizo del calor en la playa de Marruecos un personaje importantísimo que empujó al protagonista hacia su destino irremediable.
“La caló”, subió hasta 48 grados centígrados, y solamente se vio superada por la calidez, alegría, simpatía y servicio de los sevillanos, adonde quiera que llegabas una sonrisa con ese hablar lento y bien acentuado acento propio de los andaluces.
Con todo y el agobio, nos adentramos al casco antiguo. Nuestro destino era mucho menos dramático y más remediable que el de El Extranjero: ver La Giralda”. Las edificaciones de diferente color, altura y estilo, dificultaban avistar la torre de la Catedral de Sevilla, conocida como “La Giralda”, así que uno va con paso lento avanzando por un laberinto de calles que cambian de nombre de una cuadra a otra casi intuitivamente. De pronto, sin previo aviso allí estaba la Catedral de Sevilla.
Majestuosa e inmensa, desde la Avenida Constitución todo era La Catedral de Sevilla, sus portales y torres dispuestos de forma armónica en su exterior nos anunciaban una verdadera maravilla en su interior.
Varias lecciones sobre Andalucía aprendimos en esa caminata de primer día: las expresiones “cerquita” o “allí mismo” tiene un significado similar al que tiene para los campesinos dominicanos, cuando “la caló” sale hay que guardarse, y bajo el sol sevillano los minutos tienen más de 60 segundos.
La verdad es que salvo por los taxistas y los turistas, en horario desde las doce del mediodía hasta las 9 pm “de la tarde” todos los sevillanos se resguardan en sus hogares, cierran prácticamente todos los negocios, salvo los que están en el área turística, hasta los restaurantes y bares.
Otro conocimiento adquirido, no el primer día, sino con la práctica de varios días, fue el buscar negocios con el aire acondicionado encendido, y ubicarnos bajo las ventanillas, para recibir un remilgo de airecito. Era la misma sensación del Aureliano de Gabriel García Márquez ante la llegada del hielo a Macondo.
Sedientas y acaloradas, agradecimos el capitalismo estadounidense cuando encontramos limonada con hielo en una franquicia de Starbucks, frente a frente a la Catedral en la avenida Constitución, cuyos muros soberbios competían con el mismo cielo.
Recuerdo que hace años el entonces tribunal de la competencia (ahora comisión) conoció un caso sobre la uniformidad en el horario de apertura y cierre de los negocios en España, a causa de un reclamo de pequeños comerciantes frente a las grandes superficies, que no cerraban a ninguna hora. El caso lo ganaron las grandes superficies, que se mantienen abiertas en horario corrido y fines de semana.