El sueño más sentido y acariciado por la robótica moderna no sería otro que el de crear una máquina inteligente, consciente de sí y, sobre todo, programada sobre la base de valores éticos-morales, que les permitan distinguir lo justo de lo injusto e interpretar no solo diferentes realidades, sino también la propia interpretación.
Los robots, como bien se sabe, son idéntico así y muy distinto a los humanos. Además, tienen la capacidad de interpretar y comprende, aunque limitadamente, sentimientos de tristeza, cólera, alegría y simpatía, gestos y señales. Tan significativa capacidad de exégesis está bien programada. De ahí que sean inteligentes y, hasta cierto punto, comprensivos.
Lola Cañamero, filósofa y gran conocedora de robótica, informática y computación, respecto a los robots nos dices que:
‘‘Pueden aprender de las personas que se ocupa de él y adoptar, si se quiere, comportamiento de filiación, como seguirle; distinguir que tienen un comportamiento positivo o negativo; qué objetos son peligrosos y cuáles les ayudarían en sus tareas. También pueden aprender a reconocer señales sociales y expresiones faciales: la inclinación del cuerpo o la coordinación del movimiento indican si la integración es positiva. Lo menos conseguido es reconocer las señales sociales implícitas en el contexto. Un humano en un país extranjero necesita conocer la cultura para saber si está teniendo un comportamiento inadecuado. A un robots le pasa lo mismo, sino ha crecido en ese contexto cultural implícito, no puede reconocer las señales. Lo más logrado en robots es probablemente expresar emociones reconocibles. Y, en cuanto al comportamiento evitar peligros”.
Para saber de sí y los seres humanos, los robots deberían, al menos, estar programados dentro del contexto cultural donde se mueven. En verdad, eso les haría mucho bien, al tiempo que contribuiría al perfeccionamiento de su inteligencia. Los robots en vez de ser para sí, son para el otro, en tanto abría de ayudarlo y cuidarlo. Siempre lo harían en forma de colaboración, sin ni siquiera en lo más mínimo, sustituir al ser humano. Respecto a ellos, Cañamero habría dicho de manera aclaratoria:
“Los robots asistenciales son para ayudar, no para reemplazar al ser humano. Nunca estaría a cargo de un anciano o un niño, sino que colaborarían con sus cuidadores humanos. En una población tan envejecida como la europea y la japonesa, cada vez será más difícil tener asistencia personalizada 24 horas. El robot será un complemento. Es mejor que tengamos una máquina que aprenda hacer cosas para nosotros sin molestarnos, o vigilar parámetros, que emita una señal de alerta sí parece que pasa algo y asista hasta que los humanos lleguen”.
Los robots serían importantes en la medida en que ayudan a efectuar diagnóstico; realizar tareas pesadas; practicar alguna cirugía y ser cuidadores de personas y colaborar con determinados quehaceres doméstico, etc., etc. Por esas y otras razones, Lola Cañamero lo considera de gran utilidad para facilitar, en la medida de los posibles, el desenvolvimiento de nuestra vida, siendo y no siendo en el marco de nuestra pura racionalidad.