«Por ahí dice una leyenda que en el rancho de Canales, se aparecen tres mujeres que en vida fueron rivales», cantan Los Cadetes de Linares, agrupación mítica que hizo de la música norteña una religión, cuyo templo, dicen, era la cantina, aunque los abstemios y los resignados a la cocacola, también eran aceptados en esta comunidad, supongo.
El corrido se llama Las Tres Mujeres y cae como anillo a la garra en estos días de brujas, muertos y jalogüin. La culpa de las apariciones, de los gritos al lado del cementerio, fue de Santos Valdez, aficionado al deporte extremo de acumular amores simultáneos.
Los Cadetes no aclaran cómo le hizo para enamorarlas. ¿Habría sido útil conocer las mañas seductoras del mugroso de don Santos? Lo más sencillo es echar mano de la poesía. Valdez les recita versos cursis pero llegadores, mientras las abraza a la sombra (incómoda) de los mezquites: En la más densa oscuridad, toda mujer es refulgencia y todo amor es claridad, cuantimás tú, Estela; tú si brillas como ninguna, Lucita; te lo digo con el corazón en la mano, que ya no me pertenece, es tuyo María Inés.
Tal vez era más práctico y no las convencía con Amado Nervo, sino con billetes verdes de bastante valor. Toma, para que te compres el vestido ese que viste en el mercado y que nadie lucirá mejor, mira, con esta pulserita te quedará re bien…
El caso es que ellas aseguraban, cegadas de pasión, o de pasón, que antes que perder su cariño, preferían la muerte y así les fue: «Se dieron de puñaladas, atrás de los mezquitales», ¿existe peor droga que el amor?, preguntaría algún romántico suicida.
Lo que sí desentona es el final del embaucador. Está más que compungido, llore y llore, rece y rece, junto a las tumbas de las muchachas y, de repente, cae en un trance místico del que se despertara… ¿en el infierno? Aquí me pregunto si no hubiera sido más divertido, más propio de este tipo de canciones, que un hermano furioso hubiera vengado la ofensa, pero uno quien es para corregirle la plana a corridistas y músicos. ¿El compositor sabía que era una cuestión de justicia…? ¿Poética, divina?
En fin, la música es un bálsamo (¿vano?) ante la terrorífica realidad que está saturada de feminicidios, abusos, injusticias, desapariciones y linduras parecidas. Además, están esos otros monstruos, que son los peores: los políticos Frankensteinescos, el dipulobo, los gobernadorzombis, ellos sí que espantan con sus aullidos, con sus propuestas sanguinarias. ¡Uy, qué miedo!, diría Chico Che.
Insisto, en estos días de celebraciones de ultratumba, no faltará quien piense que estos norteños sombrerudos son el disfraz trasnochado del macho salvaje, por eso, mejor sería fingir que escuchó aquella tocata y fuga de Bach en re… (el título parece anunciar una jugada beisbolera), la que sugiere vampiros galantes, pero en verdad, prefiero los guitarrazos; la voz golpeada por múltiples mezcales; el respirar lánguido del acordeón…