Acometiendo un remonte temporal, las agujas del cuadrante autobiográfico apuntan a 1984 como el año en que conocí en persona al poeta José Mármol. Se estaba por cumplir el lapso apocalíptico alucinado por George Orwell en su novela del mismo nombre.

No obstante, la omnipresencia del Gran Hermano, la Policía del Pensamiento y la neolengua tardaron un poco más en materializarse e imponerse.

León Félix Batista y José Mármol, primeros dominicanos invitados al Festival Internacional de Poesía en Granada, Nicaragua, febrero de 2006

También fue el año en que Mármol publicó su primer libro (El ojo del arúspice, Colección Luna Cabeza Caliente, Santo Domingo), así como del lanzamiento de Iniciación final (Editora Centro, Colección Exercicio, Santo Domingo) de José Alejandro Peña, poemario de otro ochentista que, inopinadamente, nos vincularía, para siempre y hasta ahora, cuando nos presentaron, en los jardines maltratados de la vieja Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ocurre que yo había escrito el comentario de contratapa –soberbia, petulante glosa de adolescente sabihondo de 19 años– en el cual citaba a los filósofos de la Escuela de Frankfurt y me explayaba en términos abstractos (realidad trascendental, relación dialéctica Hombre-Naturaleza, cosificación, enajenación, etc.). De manera que mi primera conversación con Mármol, licenciado recientemente con honores en Filosofía, circundaron esos temas.

Podría pensarse, por ello, que empezamos a amistarnos por intermedio de conceptualizaciones, conjeturas, categorías mentales. Pero el caso no es tal. Yo había leído con fiebre literaria, admirado, como todos, aquel deslumbrante libro suyo, en que la forma de escribir poesía en la República Dominicana daba un vuelco prodigioso. A través de un ojo agudo, el arúspice vaticinaba un derrotero de posibilidades vastas de lenguaje para el poema à venir (dixit Blanchot), como en los hechos han venido demostrando sus subsecuentes libros. La poesía estableció su jerarquía entre ambos, actuó primariamente como eslabón lector-autor, para después consolidarse como entre escritores con tinta sangre, de los que dejan la piel en cada línea.  Más bien fue desplegándose una cálida estima colaborativa que incluso involucró a nuestras familias entre la intermitencia del extrañamiento expatriado, casas en mudanza, países.

Igualmente, en el 84 me convertí formalmente en miembro del Taller Literario “César Vallejo” de la UASD, uno de cuyos fundadores había sido José. Pero él ya se había marchado, puesto que sólo bachilleres matriculados en la antiquísima academia podían ser parte de aquel circuito ávido de poética y teoría literaria, de praxis escritural y estudio. Lo había escuchado, sin interactuar, en las sesiones y conferencias del Encuentro Internacional de Escritores que montara Mateo Morrison en 1983 (el que incluyó la célebre intervención de Roberto Juarroz), así como en los debates sobre su propuesta rupturista de El poniente de los ídolos y la estética de la Poesía del Pensar, que tantísimas escamas sensibleras levantaron, lo mismo que interés admirativo. En el Taller trabé unos vínculos inquebrantables con Plinio Chahín, su más entrañable amigo poeta, lo que configuraba un modo no previsto de alimentarme con sus noticias. Y entonces el desarraigo me arrastró en su corriente procelosa: salí al exilio en Nueva York en 1986, por cerca de dos decenios. Al año siguiente de mi partida, Mármol obtiene el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña, con apenas 27 años. Un elevado augurio.

Con cada viaje de regreso transitorio se refrendaba el afecto. Después, pasaba horas dilatadas en las oficinas que ocupaba Mármol en el antiguo CEDOPEX (Centro Dominicano de Promoción de las Exportaciones, hoy CEI-RD, Centro de Exportaciones e Inversión de la República Dominicana), donde también laboraba Plinio, sosteniendo charlas cultas, claro está. Las imprentas de dicho Centro habían parido el catálogo de la Colección Luna Cabeza Caliente (Iván Silén, José Kozer, Norberto James…) a manos de Alexis Gómez Rosa. Y ya hacia 1985 se constituyó en el nido en el que eclosionaron las criaturas de la Colección Egro de Poesía Dominicana Contemporánea, dirigida por José Mármol: Encuentro con las mismas otredades I (del propio Mármol, 1985), El humo de los espejos (de Pastor de Moya, 1985) y Las piedras del ábaco (de Médar Serrata, 1986).

Antes de convertirme en una espora de la diáspora, yo había atestiguado la calidad exquisitamente povera de aquellas ediciones, con obras de arte originales en portada, tipografía legible, portátiles, portables sin ser libros de bolsillo. Mi primera publicación, bajo el título de Leyenda de la realidad, saldría en la Colección Orfeo de la Biblioteca Nacional; no obstante, indeciso de poseer una voz suficientemente condensada, la había retirado ya en galeras. Hasta que en 1989 (año en que Mármol publica su estupendo poemario La invención del día con Ediciones Intec y Encuentro con las mismas otredades II con Editora Amigo del Hogar), creí maduro el fruto, y ofrecí El oscuro semejante a la Colección Egro de Poesía Contemporánea. El azar, canalizado por elecciones afectivas, originó que fuera mi amigo José Mármol quien editara mi primer libro.

Después de haber alumbrado aquel volumen bisoño, me sumergí en una zona de borraduras continuas: escribía casi a diario, sin dar a luz palabras. Feracidad silente. Duró 8 años. Mientras tanto, oteaba los senderos que trillaban los escritores de la brillante Generación 80. Esa franja de tiempo ha sido, precisamente, la más dúctil para la poesía de Mármol.  Con Lengua de paraíso (1992) obtuvo el Premio de poesía de la Universidad Pedro Henríquez Ureña y Deus ex machina (1994) mereció el Premio de Poesía Casa de Teatro además de un Accésit al Premio Internacional de Poesía “Eliseo Diego” en México.

Una nueva encrucijada de caminos literarios: hacia 1996, presenté Negro eterno al Premio de Poesía de Casa de Teatro, en su sexta convocatoria y con 10 años de existencia. Mármol era jurado –por haber sido galardonado en la versión anterior–, junto con Jeannette Miller y Soledad Álvarez. Tras un cerrado veredicto se dio como ganador (por segunda vez) a Alexis Gómez Rosa, y se me otorgó un Accésit. Sobrevino una maraña de negociaciones con los auspiciadores del concurso, en virtud de que las Bases consignaban un premio único. Y he aquí que José Mármol insiste en la pertinencia de que se imprimieran ambos libros, debido a su calidad. Su gesto para con mi obra, que buscaba el equilibrio y asentamiento en una estética particular, es simplemente inestimable. Así que, Negro eterno, mi segundo libro, tuvo también una edición cuidada por él. Se publicó en 1997, por la Editora Taller, al tiempo que su Lengua de paraíso y otros poemas salía por Editora Amigo del Hogar.

Su obra se fue ensanchando con otros libros y premios importantes en las dos siguientes décadas: Criatura del aire (Editora Amigo del Hogar, 1999), Torrente sanguíneo (Colección Egro, Editora Búho, Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña 2007). Lenguaje del mar (Colección Visor de Poesía, Madrid, Premio Casa de América de Poesía Americana 2012), y el más reciente, Yo, la isla dividida (Colección Visor de Poesía, Madrid, 2019). Un acontecimiento notable fue también la publicación en forma (en 1991 publicó en Madrid Rufino de Mingo (monografía), a cuatro manos con José David Miranda) de su primer libro de no ficción, la compilación de ensayos Ética del poeta (Editora Amigo del Hogar, 1997), que empalmaría con varios más, hasta los sustanciosos Posmodernidad, identidad y poder digital (Bartleby Editores, Madrid, 2019) e Identidad en la modernidad líquida globalizada. Una lectura de Zygmunt Bauman (Visor Libros, Madrid, 2020). Dicho ejercicio imaginativo y de reflexión condujo a que, en 2013, su obra recibiera el Premio Nacional de Literatura, la más alta distinción que se otorga en las letras dominicanas. La disciplina del oficio y la armonía vida-obra, la consonancia entre decir y hacer, han sido los fermentos de su textura verbal, los filamentos de su tapiz letrado.

Me he inclinado por emitir un testimonio vincular, sólo para hacer patente una incidencia que no siempre es perceptible: el trasvase invisible en decursos de escritura paralelos, que sin embargo se comunican en su extensibilidad, como por aristas, como las interacciones de las partículas subatómicas. Dos libros medulares de José Mármol tratan el concepto de Otredad, término que significa tanto que lo invoco. Su definición lingüística indica la condición de ser otro y, en consecuencia, el reconocimiento en uno de los demás. Una noción con extensiones de asterisco, puntas que tocan el contexto de la antropología, la filosofía y la sociología. Otredad es como Alteridad: ese principio empático que implica una distinta perspectiva de las cosas. De ahí a la dialogía, premisa de Bajtín, hay solo un paso.

He coincidido, por ventura, en este segmento temporal con José Mármol. Tiempo fecundo.

(Texto incluido en volumen colectivo Archivos. José Mármol, edición de Carlos X Ardavín Trabanco, Ediciones Cielonaranja, Santo Domingo, 2024)