República Dominicana es un país sumamente contradictorio. Converge en su población una extraña mezcla de creencias y convicciones que no se expresan en la manera del pueblo conducirse, esto es: Sostienen ideas que no son llevadas a cabo en la práctica. Dichas dicotomías no solo resaltan en el comportamiento de los dominicanos, sino que también se encuentran registradas en algunos acontecimientos históricos que aparecieron como tragedias para las futuras generaciones. Un ejemplo de aquellas disparidades es la aptitud del pueblo frente a la inminencia de cualquier cambio en el sistema de cosas históricamente establecido; pues los dominicanos tienen una naturaleza poco levantisca y profundamente conservadora. Siendo República Dominicana un país de marcadas diferencias sociales y de una amplia desigualdad socioeconómica, nuestro pueblo se resiste al reclamo, la revolución o el cambio.
Para identificar las características de aquella compleja idiosincrasia basta con repasar algunos acontecimientos acaecidos en la historia reciente. El dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina se formó al amparo de la primera intervención norteamericana del año 1916. El denominado “Jefe” se desempeñó como adscrito a la fuerza militar de ocupación, donde forjó con eficiencia su carrera militar, llevando a cabo con denuedo todas sus responsabilidades de guardia y persiguiendo en ocasiones a los llamados gavilleros, que a decir por el novelista Marcio Veloz Maggiolo en su obra La vida no tiene nombre, eran hombres dominicanos y patriotas que se oponían la ocupación por tratarse de una intervención ofensiva y lacerante a los sagrados principios de soberanía y patriotismo. Ese hombre, sin embargo, que no se opuso a la intervención y que persiguió a los patriotas, fue precisamente el que nos gobernó por 3 décadas bajo la egida moral del nacionalismo.
Debido al propósito de este escrito no vamos analizar lo que significó para el país la dictadura trujillista, sino que nos limitaremos a confirmar el hecho de que se trató de una época ignominiosa y altamente inmoral, donde se cercenó la dignidad del pueblo dominicano y se centralizó a fuerza de manipulación y opresión todas las actividades ciudadanas incluyendo aquellas de insignificancia material. Como colaborador de ese sistema figuró el Dr. Joaquín Balaguer, quien a diferencia del Prof. Juan Bosch, decidió permanecer en la dictadura como uno de sus hombres de confianza y como uno de sus más ilustrados cortesanos. El Dr. Balaguer fue un político y hombre de letras, quien durante la dictadura se desempeñó como embajador, sub secretario de educación, secretario de educación y bellas artes, sub secretario de la presidencia e incluso como vicepresidente. El hecho de permanecer en la dictadura pese a sus crímenes, no disentir de ella e incluso defenderla en diferentes discursos y escritos, nos hace pensar que el Dr. Balaguer era una especie de Fouché cuyos principios conductuales obedecían al acomodo y a un sentimiento de oportunismo político.
Ese político, aquel intelectual de corte pragmático que supo sobreponer el interés del poder personal a los intereses sagrados de la nación, fue el que posterior a Trujillo terció en ocho ocasiones por la presidencia de la república, ganando 6 de ellas y convirtiéndose así en el dominicano que ocupó más veces la presidencia de la nación. ¿No debió Juan Bosch gobernar el país como consecuencia de las elecciones en las que participó, o no debió ser José Francisco Peña Gómez el ganador de las elecciones de 1996? Quizás por justicia sí, pero no en un país como la Republica Dominicana que carece de consciencia nacional y sentido de compromiso ideológico.
Juan Bosch, escritor y político dominicano, debe ser el personaje histórico que más aporte hiciera a la democracia nacional. Ya desde la dictadura, Bosch decidió partir al exilio y desde allá matricularse en la lucha anti trujillista desde el PRD, partido fundado por éste y ocho hombres más en el año de 1939. Con el Partido Revolucionario Dominicano como plataforma política gobernó el país por 7 meses, sentando las bases en su breve gobierno a las libertades públicas y legando al país una de las constituciones más laureadas del siglo pasado. Pensador conspicuo y prolífico escritor, abogó con su pluma por la democracia, las libertades y el respeto a los derechos políticos de los dominicanos. Fundador también del PLD, convirtiéndose así en el articulador de lo que hoy conocemos como el Sistema de Partidos de la Republica Dominicana.
Entre Bosch y Balaguer existe una dualidad: El primero es un ideal político y el segundo se constituye en un método conveniente de ejercer la misma. Uno encarna el Deber Ser del ejercicio político y el otro personifica el sentido práctico del poder. Uno es un apóstol y el otro es sencillamente eso: Un político. Entre los dos actores, entre ambas propuestas presentadas así ante la historia, la Republica Dominicana debió elegir a uno de ellos como el estandarte de la democracia, como el paradigma de las libertades públicas o como el ejemplo modélico del demócrata. Entre los dos ¿Quién pudo ser elegido como padre de la democracia? ¿Quién de los dos tenía méritos suficientes para llevar consigo tamaño honor? Increíblemente, y con el apoyo entusiasta de los mismos legisladores perredeistas, le fue consignada esa distinción al Dr. Joaquín Balaguer, en lo subsiguiente Padre de la Democracia Dominicana. Así de contradictorios somos los dominicanos…