La vida, el primer gran legado de los ancestros, ascendencia que se fue hace mucho y no tanto tiempo. Prosapia de quienes heredamos el nombre, la piel, el acento, los rasgos, creencias, cultura y conciencia.  Al parecer, mientras más funcional es el quehacer del primer grupo nucleado social, llamado familia, más respeto y amor se registra en el trato con los adultos mayores, cercano eslabón de los orígenes: los ancestros.

Países y culturas milenarias se distinguen por el trato deferencial de protección y consulta con sus adultos mayores. Discordancia notable exhiben otras sociedades y grupos, donde los adultos mayores son desdeñados, considerados tontos. Craso error, no hay ancianos ignorantes, están todos y cada uno revestidos de una sabiduría y riqueza mental que se las donó el tiempo; el ensayo y error, el caer y  levantarse, el aprendizaje y conocimiento de lo que históricamente resultó ser una práctica mala o buena.

En nuestro país, últimamente se está celebrando en la escuela primaria el “Día de los Abuelos y Abuelas”. allí estuve con Becca, ni nietecita, hija de mi benjamín Mario Antonio, gemelo de Mario de Jesús.  Ojalá esta actividad se generalice, se expanda y profundice, porque patentiza un despertar de conciencia que suma y se inclina a la génesis  de una cultura de paz y respeto. Esa celebración, y mas que nada su preparación, con participación activa de la niñez,  aporta a la formación de mejores personas, a la creación de un sentido de pertenencia   y  ciudadanía, necesario en el mundo de hoy en turbulencia, “transcultura”, desarraigo.  Estudios psicológicos afirman que cultivar la pertenencia aumenta la sensación de bienestar, Dr. Lois Bushong, “Belonging Everywhere and Nowhere: Insights into Counseling”, et al.

El sentido de identidad y el sentido de pertenencia son fundamentales para entender quiénes somos: son sentimientos que se originan y fundamentan en la familia, los amigos, la comunidad, a fin de lograr metas comunes.   Quien no se conoce, ni conoce su historia, anda sin rumbo, medio perdido y fácil presa de la turbulencia. Por eso no creo en esos grupos que irrespetan la cultura e identidad de los pueblos.

El “Día de los Abuelos” me obligó a recordar a “Mamá Adela”, mi abuela materna, una ciudadana oriunda de Zaragoza, España.  Mujer activa de mirada directa, profunda y tierna.  Durante mi niñez  pasaba los veranos en la casa de mis abuelos españoles que se radicaron en Barahona. Mamá Adela priorizaba nuestro compartido tiempo  narrando anécdotas de su familia que sabía la esperaba “allende los mares”.  Me maravillaba la forma y tonalidad que adoptaba cuando hablaba, destilaba añoranza pura de  santuario.

Tanto mis hermanas como yo, conocíamos los nombres e historias  de tías, tíos abuelos y  bisabuelos que nunca conocieron América.  Pero la parte triste de sus cuentos era lo mucho que ella y mi abuelo extrañaban su tierra.  Finalmente  formaron, en su imaginario, el periplo completo de retorno. Todo listo para el viaje y de repente fallece su amado Manuel, mi abuelo.  Mamá Adela canceló el regreso a su casa grande, porque  “ nadie más que ella, debía cuidar la tumba de Manuel”. Cada semana le llevaba flores, velas; mantenía pulcro y hermoso el lugar donde descansaban los restos de su compañero.

Años después, llegué yo de sorpresa a conocer  mi  familia materna en Zaragoza.  La tía Elvira, el mismo día que aparecí me preguntó si quería ir al cementerio. Quedé impresionada al ver en cada tumba los nombres y fotos de mis antepasados, y en medio de un mar de lágrimas decía: “Mamá Adela llevaba en sus genes la necesidad de cuidar con esmero las tumbas de los nuestros”.  No podía dejar de llorar, estremecida,  mientras miraba la foto de “Lorenzo” de quien ella tanto ella hablaba. Ahí empecé a amar más profundamente a mi abuela, a sentir un inmenso orgullo de ser su nieta, sentimiento  que perdura y se reafirma en el tiempo.

De niña me gustaba bañar con manguera los rosales de mi abuela, ella siempre  decía : “No derroches el agua, es importante para vida y mucha gente casi no tiene”.  Yo, sin todavía entender a plenitud el sabio consejo, me esforzaba en potenciar al máximo  su uso.  Mi amada abuela,  plantó desde mis ciernes cuidar el agua “porque es vida”.  Su mensaje ya transcendió a más generaciones.   Hace pocos días escuché a nietecita Sila, hija de Karina, decir a una persona “no desperdicies tanta agua que mucha gente no tiene”.  Ay Mamá Adela, tu legado se convirtió en tradición de familia ❤️.

“El agua es el principio de la vida universal”, “El agua es el conductor de la naturaleza”  dijo primero el filósofo griego Tales de Mileto, 624 años antes de Cristo.  Cuidar el agua, sustento de la vida, es una lección que nos dejaron una decena de filósofos, ancestros de otros de nuestra historia.  Cuidar el agua, elemento vital para la vida en todas sus manifestaciones, es un compromiso de todos, la familia, la comunidad, y el Estado.  Compromiso de todos los Estados y gobiernos.  Por eso pienso que la ayuda internacional a nuestro país vecino y compañero de isla, debe priorizar su foresta, la nutrición de sus tierras. Un estudio estima que su cubierta forestal era de 32.4% en 2011, mientras la FAO utilizaba la cifra de 29,4%, y en descenso. Data: “Hablemos de Sostenibilidad y Cambio Climático”, Electra Legovini y Jean Denis Sardou, noviembre 2023.  BID, et al.