No solo los humanos, y otras especies del planeta, poseen la capacidad de entender o razonar ideas dirigidas a resolver problemas complejos. También las máquinas y sistemas informáticos son capaces de simular la inteligencia humana realizando tareas frente a situaciones diversas.
El psicólogo francés, Alfred Binet, definió la inteligencia como la "capacidad de juzgar, razonar y comprender bien". No obstante, y sin desmeritar los conceptos teóricos que sobre la inteligencia plantean otros profesionales de la conducta, al parecer también las máquinas y sistemas informáticos tienen la “capacidad de juzgar, razonar y comprender los entornos” a partir de la inteligencia artificial.
Pero los entornos, ambientales y sociales, viven realidades de riesgos humanos, sociales y económicos a los que la tecnología se le hará difícil dar respuesta. Sobre todo, los peligros procedentes de las amenazas que vulneran a las poblaciones que se encuentran expuestas a fenómenos naturales y que el cambio climático profundiza su pobreza.
Los análisis que las máquinas y sistemas informáticos realicen, desde los datos con que estas se alimenten, conllevan acciones complejas. Por ejemplo, reducir el riesgo de desastres y mitigarlo no es decir qué y cómo hacerlo, sino desarrollar en la práctica estrategias sistemáticas que permitan identificar, evaluar y accionar frente a las eventualidades que ocasionan desastres.
Para disminuir el riesgo de desastres es necesario atacar las vulnerabilidades socioeconómicas que inciden en el medio ambiente; se trata de embestir las causas que lo generan. Surgen muchas preguntas.
¿Podrá la inteligencia artificial resolver esos problemas?, ¿los datos y posibles acciones indicadas por los algoritmos estarán a la altura de lo que requiere la sociedad para ayudar a los vulnerables del mundo a salir de la marginalidad y la pobreza?, ¿los datos estarían desencriptados en las plataformas, máquinas y programas para razonar como inteligencia sin cometer sesgos y marginalidad?
Y es que, desde el punto de vista de la actuación, los seres humanos somos lo que consumimos, es decir, las personas aprenden del entorno; las máquinas, en cambio, procesan los códigos que le introducen, algoritmos automáticos de aprendizaje. La conducta se aprende de lo que vemos, escuchamos y hacemos (factores sociales). La inteligencia se desarrolla a partir de un cincuenta y cinco por ciento de genes y, la otra parte restante, de lo que hacemos.
Es un reto para los diferentes tipos de inteligencia artificial: la “Estrecha Racional”, que se ocupa de tareas simples y centrada a objetivos. Y de igual manera, la “Fuerte o General” que tiene la capacidad de razonar, planificar y resolver múltiples problemas.
Resolver lo que a seres humanos le ha tardo miles de años solucionar no será “paja de coco”, como dicen en el argot popular. Pero nada, sigamos apostando a los avances de la inteligencia artificial en sus diferentes versiones, y veámosla como una oportunidad de avanzar en un mundo donde la tecnología, llevada de la mano de los seres humanos, exhibe hoy su mejor esplendor.
La inteligencia artificial al servicio de la reducción del riesgo de desastres podrá lograr muchas más informaciones. Datos que podrán analizarse para orientar las acciones de los tomadores de decisiones, quienes tendrán que usar las herramientas rudimentarias de construcción para allanar el camino del avance tecnológico que se espera salven miles de vidas cada año. Y como plantean los eruditos del tema, los aspectos éticos deberán considerarse a la hora de procesar los datos, ya que, las máquinas procesarán y servirán lo que le hayan introducido.
La inteligencia artificial en la gestión de riesgos de desastres ayudará a identificar los riesgos emergentes, a evaluar y mitigar los riesgos con la implementación de controles. Se podrán realizar mejores monitoreo reales del tiempo, de los eventos e impactos. Se predecirán y hasta llegará a prevenir posibles situaciones de riesgo.
Más de un trabajo sobre el tema han planteado que se “disminuirán los errores en el proceso de gestión. Que se realizarán cálculos rápidos y eficientes en función de cientos de criterios”; “Mejorarán las decisiones empresariales y se tendrá una visión más completa y holística de los riesgos”.
Que se eliminarán cargas de trabajo a los profesionales de riesgos. Y que “la integración de la inteligencia artificial en la gestión de desastres naturales representará un cambio paradigmático hacia un enfoque más predictivo, reactivo y resiliente”. Lo escrito aquí contará con opiniones a favor y en contra, sin embargo, estoy convencido que dependerá de los humanos el que la inteligencia artificial sea efectiva en la reducción del riesgo de desastres.
Tengo esas consideraciones porque cada año las tragedias por terremotos, huracanes y tsunamis cobran miles de vidas. Estudios realizados por diferentes agencias de desarrollo dicen que en 2023 las víctimas registradas en el mundo como consecuencia de los desastres ascendieron a más de 74 mil personas. Las estadísticas de este año 2024 esperan el cierre.
¿Servirá la inteligencia artificial en el futuro para responder a esos principales desafíos?