De pequeño, allá lejos, en el Pedernales de la frontera con Haití, soñaba con trabajar en Radio Mil y Radio Comercial, de la capital. Los adultos las escuchaban y eran fieles a sus noticiarios Radio Mil Informando y Noti Tiempo, de alto impacto en la ardiente coyuntura posguerra civil de 1965, en que la represión era el signo, por contestatarios.
Manipulaba sin cesar la antena del radito de transistores, a batería, para ubicar la señal que, sólo por segundos, entraba sin fuertes interferencias. Debía emplearme a fondo para descifrar los mensajes entre tanto ruido desesperante. La sierra Baoruco bloqueaba las transmisiones desde las urbes. No había repetidores instalados en la zona. Estábamos a expensas de los devaneos del tiempo tropical y de la capacidad de bloqueo de las montañas que cortan el sur dominicano.
Ese sueño de niño no se esfumó; creció con los años. Y siguió en 1979 con mi llegada a la capital para estudiar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y pretender instalarme en el competitivo mundo de la radio. Era “pura candela”. En noticias, predominio absoluto de Radio Mil Informando y Noti Tiempo, y, en menor medida, Noticiario Popular, que había salido al aire en 1976. En música viva, Radio Visión, Clarín, Antillas… Romántica, entre otras, Radio Radio, sobre todo con Sábado Viejo, Recuerdos del Club del Clan, El Mundo de la Infancia y el Proscenio de Jesús Rivera.
Yo había llegado a la metrópoli con un intenso entrenamiento de poco más de un año en Radio Pedernales, más la decisión de triunfar… y mucha pasión.
Paralelo con mis inicios en la UASD de la capital, comenzaba de inmediato el recorrido laboral por las emisoras: RPQ Cadena Azul, Radio Unión, Eco FM (hoy Estrella 90), Radio Radio, Radio Recuerdos, HIZ…
DE LA CAFETERA
La Cafetera, en El Conde casi esquina 19 de Marzo, era el sitio ideal de poetas, cuentistas, novelistas, pintores, políticos, cantantes, locutores y hasta de orates como el grandulón Papote, un negro espigado, haraposo, que deambulaba a pasito lento, hablando solo, por la icónica calle de Santo Domingo, la única pasarela de la ciudad, pese a su tránsito infernal (luego peatonal). Él se defecaba en las acometidas, sin que nadie osara reprocharle, por su tamaño y la fama de guapo. Solía ir al lugar de encuentros a reclamar un café fuerte, o un emparedado. Y era aconsejable complacerle.
En una de mis visitas al manicomio del 28 de la carretera Duarte, en Pedro Brand, para realizar un reportaje que sería publicado en El Siglo, me sorprendí al verle entre dementes medicados que, con voces estropajosas, me pedían “un chele, un chele”.
Me le acerqué y le pregunté: “Papote, ¿qué haces aquí?
Él susurró: “Yo no soy pendejo, la cosa está dura ahí afuera, por lo menos, aquí consigo la comida. Vengo y me interno. Mira, cuando se vayan, me guarda una peseta (25 centavos) para que me la dé en la puerta, cuando se vayan, para que esos locos no se den cuenta”. Alguien me contó que su demencia fue resultado de torturas y un largo exilio en aquellos tiempos sombríos en que la vida nada.
Papote pernoctaba cerca de La Cafetera. Yo, apasionado con la aromática bebida, asistía a diario al lugar, varias veces, en la mañana y en la noche. Y, como muchos parroquianos, también le brindaba una taza, o le regalaba una peseta”. Como otros locutores de Radio Radio (ubicada en la 19 de Marzo, a unos cuantos pasos), siempre aprovechaba para dialogar con Edwin ¿Pimentel?, un joven taciturno, cajero del negocio en la tarde-noche.
Una noche, ya con más confianza, Edwin me contó que, mientras trabajaba, siempre me escuchaba en los programas románticos nocturnos en Radio Radio.
Y complementó: “Tu voz se me parece a Radio Mil; yo tengo vínculos familiares con el dueño, Manuel Pimentel. ¿Quieres que hable con él?” Cada día, insistía en que yo debía dar el salto.
¡TURKA!
Corría el año 1988. Yo había comenzado con buen pie como reportero del rotativo estándar Hoy, en la sección de sociales Temas, dirigida por la veterana Emely Tueni.
Con el respaldo total de la editora, establecí el hito de la semblanza como subgénero periodístico a personas valiosas de la sociedad, sin discriminar clase social (mecánico, bombero, plomero, electricista, médico, vendutero, madre y padres responsables…). Por primera vez en este tipo de páginas reservadas para actividades de “personalidades”, se abría un espacio a personas humildes. Gran pegada tuvo la iniciativa entre los lectores, y mucho aprecio entre ejecutivos del periódico.
Una mañana, al llegar a la empresa, Emely me mostró un postit sobre la maquinilla Olimpia donde yo escribía, sujetado con el pisapapel. Sonriente, dijo que representaba un elogio a mi trabajo, según ella, por “lo enredao que es el autor”.
Decía la nota: “Turka, quiero que me le hagan una entrevista a ese hombre, Manuel Pimentel, en El Napolitano. Quiero que se la haga ese muchacho que tienes ahí, que es muy bueno”. Radhamés.
La petición provenía de Radhamés Gómez Pepín, el legendario director del vespertino tabloide El Nacional, perteneciente al grupo de medios Corripio.
De inmediato, una llamada para cita en el tradicional hotel del malecón. Al día siguiente, en su oficina, ante mí, Manuel María Pimentel, hotelero, banquero y magnate de la radio (Radio Mil, Radio Clarín, Radio Landia, Mil estereofónica (Milenium), con orígenes en Baní sin más bienes que un burro de carga y una bodega que mantenía con orgullo.
Al finalizar el diálogo, Manuel me ha preguntado si soy locutor porque mi timbre se le parece a Radio Mil. -“Afirmativo”, le he contestado tímidamente.
¿Te gustaría trabajar allá? Es mía la emisora.
–“Claro, es mi sueño de niño, desde Pedernales”.
No tardó en llamar a Wilfredo Muñoz, el director de la emisora (recientemente fallecido), para coordinar la grabación de prueba en el estudio de Radio Clarín. Me advirtió que esa estación también era suya y la razón de grabar allí era por discreción, “para evitar bloqueo en Radio Mil”. En esa misma semana, caminé a pie hacia el norte, desde la UASD hasta la emisora, en la calle Clarín (Cerca de un kilómetro).
La primera grabación quedó bien, pero cuando la pidieron de la matriz para evaluarla, supuestamente “se desapareció”. Wilfredo me llamó para regrabar. Y así ocurrió.
Pronto sería convocado para fines de nombramiento como locutor de Radio Mil Informando.
Al verme llegar, Fernando Valerio, locutor noticioso que salía de cabina a descanso de media hora, irónico, me advirtió con su voz ronca y en tono bajo: “Esteee, ¿qué haces por aquí, eres locutor? Eres muy joven, muy nuevo, debes darte una vuelta por otros medios y venir en unos años, esto es de Grandes Ligas”. Desconocía que yo estaba nombrado y, en cuestión de horas, sería su compañero de lectura. Luego me acogió y hasta el último día en que le vi, me llamaba “pelotero”, en alusión al legendario big leaguer cubano Tony Pérez.
A causa de la diabetes y otras dolencias agravadas por el recurrente consumo de cigarrillo y alcohol, la estrella de la locución noticiosa y musical falleció el 10 de febrero de 2010. Tenía 59 años.
TE HARÁN UN HIELO
Una noche, en la redacción de El Siglo, yo apuraba el paso para entregar a la mesa de correctores la última historia pendiente sobre salud. Serían las 9 pm. De repente, la dirección me convocó a una reunión “con los jefes”.
Ya en el despacho, con caras de preocupación, estaban: José Ureña (Nene), presidente del Banco del Comercio Dominicano y presidente de El Siglo; Manuel Pimentel, vicepresidente del banco; Padilla Medrano, jefe de la seguridad de las empresas del grupo; el director del periódico Juan Manuel García. Plantearon los riesgos de estabilidad en vista de un rumor de corrida de los ahorristas que habría emitido la competencia. Y requirieron propuestas de solución a los profesionales presentes.
Al término de la breve reunión considerada fructífera, Manuel, asombrado, dijo que desconocía mi condición de periodista. “Me has impresionado con tus comentarios. Excelente. Te conocía como locutor”.
Fue en ese contexto donde el empresario me preguntó: “¿Te atreves a dirigir el noticiario, además de seguir con las noticias? Voy a necesitar un director de prensa y organizar el departamento; se me cae la publicidad”.
-Sí, siempre que se cumplan algunas condiciones.
-¿Cuáles?
-Mejorar los salarios a los periodistas, innovar, respeto a mis decisiones, sin censura, director con todo lo que implica, incluida la condición de editorialista censura, apoyo suyo.
-“Cuenta conmigo. Mantén eso en secreto, pero ten presente que te harán un hielo cuando te presente”, sentenció.
Su pronóstico se quedó corto. Fue mucho más que hielo. Pero su promesa de respeto a mi trabajo se cumplió 100%. Fue la clave para avanzar.
Radio Mil Informando no podía ser el de los convulsos años 70, si quería sobrevivir. Ciclo agotado. Había otras demandas sociales y de los consumidores de la radio. Y debía responder a ellas, pese a la resistencia feroz a los cambios.
Los cambios incluyeron: reingeniería en la redacción con la conformación de tres coordinadores de turnos responsables de garantizar una producción original y actualizada 24/7, referente para los periódicos y canales de televisión. Reestructuración del noticiario con nuevas secciones, titulaciones y estilos de lectura impactantes. Editorial y Comentando en la emisión de las 12. “El Personaje Mil”, una semblanza a una persona valiosa de la comunidad; “Los barrios de la ciudad”, para denunciar los males y resaltar lo positivo de los suburbios; “Reportajes”, realizados conforme los criterios del periodismo radiofónico (palabra, sonido, efectos, silencio); ampliación de los horarios de las tres emisiones; introducción de boletines intermedios, además de los avances tradicionales; reorientación del equipo de corresponsales en pos de un periodismo realmente provincial; serían desde ese momento los “reporteros mil”; recuperación de los veteranos locutores José Bejarán y Johnny García, para reforzar las voces de Valerio, Billy Reynoso, Johnny Reyes, Juan Santana y Tony Pérez…
Predominio de la pluralidad y el respeto a los públicos mediante un ejercicio periodístico profesional y ético, sin campañas sucias, ni exclusiones, ni chantajes a políticos y empresarios. Sin espacio para los fiambres y el amarillismo.
Hasta 1997, Radio Mil Informando mantuvo una audiencia record, primer lugar de sintonía, sobrada credibilidad, según las investigaciones de la época, y una apabullante publicidad que obligó a extender los horarios de las emisiones, conforme sus ejecutivos. La reforma valió la pena.