A principios de esta semana, el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, ordenó a sus tropas realizar dos ataques con misiles intercontinentales en la provincia de Briansk, territorio ruso fronterizo con Ucrania.

Después de su primer ataque del lunes 18 con misiles ATACMS fabricados por Estados Unidos, dos días después, al ver Zelensky que el presidente ruso Vladimir Putin no reaccionó como él, sus aliados de Estados Unidos y Europa esperaban, volvió a ordenar un segundo ataque, pero con misiles balísticos Storm Shadow y Scalp, de fabricación británica.

La provocación complaciente de Zelensky buscaba lograr que Putin respondiera con un contraataque vengativo bestial y demoledor contra Ucrania, similar al que hizo Israel contra la Franja de Gaza.

En Palestina solo hay espíritus humanos deambulando sobre los escombros de los edificios en ruinas, destruidos por los miles de misiles balísticos que lanzó Israel bajo las órdenes de Benjamín Netanyahu.

Por ese holocausto, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió una orden de arresto internacional el pasado jueves contra Netanyahu, y su exministro de Defensa Yoav Gallant por supuestos crímenes de guerra de lesa humanidad.

Pero de ese susto no muere Netanyahu. La misma CPI ordenó un arresto contra el presidente ruso Vladimir Putin en marzo de 2023 por crímenes de guerra por la deportación ilegal de niños de Ucrania a Rusia, y nadie se ha atrevido a llevar a cabo esa orden.

Con respecto a las provocaciones de Zelensky, creemos que si los militares rusos ya tienen bajo su dominio los territorios ucranianos de Donetsk, Lugansk, Crimea, Jersón y Zaporiyia, lo lógico sería que Zelensky ordenara un ataque contra las fuerzas de ocupación rusa en esas regiones en vez de enviar misiles a objetivos militares en Rusia.

Los dos ataques de Ucrania, bajo la aprobación del presidente estadounidense Joe Biden y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), no causaron muertes de civiles ni destrucción de infraestructura alguna en territorio ruso, según reportes de prensa.

A pesar de la gravedad de la acción militar por parte de Ucrania, que ha puesto al mundo en peligro de una primera guerra nuclear, el presidente de Rusia no cayó en la trampa de reprimir esa nación por su acción bélica.

En respuesta y a manera de advertencia, Putin ordenó el lanzamiento a la ciudad de Dnipro, en el centro de Ucrania su más novedoso misil hipersónico Oréshnik (nunca conocido antes).

Este nuevo artefacto intercontinental de nueva generación puede portar ojivas nucleares, tiene una velocidad de “Mach 10” que lo convierte en indetectable a cualquier defensa antiaérea enemiga, según el líder ruso.

A pesar de las provocaciones, Putin está tratando de hacer todo lo posible por no ser el primero en iniciar una guerra nuclear.

Quiere respetar la declaración conjunta que se firmó en la Cumbre de Ginebra en noviembre de 1985 entre los presidentes Mijail Gorvachov, por la URSS y Ronald Reagan por los EE.UU.

En dicho documento, ambos líderes dejaron muy en claro que ninguna guerra nuclear se puede ganar y que esta nunca se debe iniciar.

Eso no significa que Putin continúe con los brazos cruzados ante posibles nuevos ataques que pudieran ocurrir en lo adelante poniendo en peligro la destrucción de su país.

El líder ruso sabe que están tratando de despertar su ira para que presione el botón rojo que ordena el ataque nuclear contra naciones enemigas y poner así al mundo en llamas.

La permisividad de Washington para que Ucrania continúe la provocación que genere una mayor escalada de la guerra rusa-ucraniana, pareciera tener propósitos conspirativos.

Ya se habla de que la administración Biden, en medio de un periodo de traspaso de mando presidencial, está tratando de boicotear el plan de paz que ha prometido realizar en esa región el presidente electo Donald Trump en sus primeros días de mandato.

Mientras el mundo está casi en llamas por lo que está ocurriendo, Trump no se ha pronunciado al respecto. Sigue tranquilo organizando su futuro gabinete muy seguro de que el próximo 20 de enero 2025 estará sentado en la Casa Blanca firmando las primeras órdenes ejecutivas que facilitarán su segundo período de gobierno republicano.