La República Dominicana es el segundo país con la tasa más alta de feminicidios en América Latina, (2,4 por cada 100,000 mujeres), solo superado por Honduras (7,2 por cada 100,000 mujeres), según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
Le comentaba a un amigo que, en general, asisten pocos hombres a las actividades comunitarias o institucionales en las que se habla sobre las violencias contra las mujeres.
Después de explicarle que esa tendencia es preocupante porque la violencia machista es un gran problema social y de seguridad pública en el país, le mandé una invitación a un diálogo sobre la violación sexual para que la reenviara a otros hombres.
Solidario, mi amigo reenvió la invitación a sus amigos, conocidos, a grupos en los que hay hombres comprometidos con los derechos humanos y a otros relacionados con su profesión. ¿Resultado? A esta actividad también asistieron muy pocos hombres, en comparación con la cantidad de mujeres, y casi todos los que fueron son abiertamente gais (gracias a la comunidad LGBTQI por su solidaridad).
Un diálogo para construir de forma colectiva soluciones a la violencia machista está incompleto si los hombres, la mitad de la población, no se involucra. Y urge que los hombres empiecen a involucrarse. La República Dominicana es el segundo país con la tasa más alta de feminicidios en América Latina, (2,4 por cada 100,000 mujeres), solo superada por Honduras (7,2 por cada 100,000 mujeres), según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
El feminicidio es, generalmente, la gran tragedia que llega después de que una mujer ha sido abusada (física, sexual y psicológicamente) por su pareja o expareja. También es consecuencia de una sociedad que no quiere discutir los problemas que causan la desigualdad y la cosificación de las mujeres.
Y no solo la sociedad, en sentido general. ¿Por qué incluso a muchos hombres comprometidos con los derechos humanos se les dificulta hablar de igualdad o sumarse a la lucha contra la violencia machista?
No se puede construir una sociedad más justa si no hay justicia para las mujeres y para las niñas en nuestras casas, comunidades, movimientos sociales y centros de trabajo.
Mantener la unidad para enfrentar una política gubernamental abusiva o la contaminación de una minera multinacional es más fácil si tenemos relaciones justas entre nosotras y nosotros. La justicia incluye, por ejemplo, no discriminar a nadie por su color de piel, y por tanto luchar contra el colorismo, no excluir a los muy jóvenes ni a los mayores, y por supuesto, promover la igualdad entre hombres y mujeres.
Los caminos son difíciles y complejos. Todas y todos hemos sido socializados en una sociedad patriarcal, pero hay que empezar o hay que seguir. Es necesario que nuestros amigos, padres, hermanos, compañeros de luchas y parejas nos acompañen en el diálogo, cuestionen sus propios privilegios (y los sufrimientos que les causa el machismo), y construyan con nosotras nuevas formas, formas más amables de estar en este mundo.
Para unos, el primer paso puede ser dejar de huir de las conversaciones incómodas que debemos tener para construir la igualdad. Y para otras, la clave para construir puentes puede estar en abrazar ideas que promuevan el diálogo, la reparación y los cambios de imaginarios. Pero no podemos paralizarnos, hay que avanzar. Es urgente, nuestras vidas dependen de ello.
La Canoa Púrpura es la Columna de Libertarias, espacio sobre mujeres, derechos, feminismos y Nuevas Masculinidades que se transmite en La República Radio, por La Nota.