Tiene el título laboral más curioso que he oído: Diego es “acelerador”. Sé que es algo así como un “rápido y furioso” empresarial: alguien que acompaña los procesos para que todo salga a tiempo y bien hecho.
Tiene una pinta de genio manga en la isla de Osaka. Todavía no zezea, tío, venga, la hoztia, que le den, aunque lleva 8 años en la capital española.
A Diego se le ve lo más puntual del universo en la estación Ventura García.
Nuestro brillante profesional ha sido consultor de emprenduría, llegó para mejorar sus estudios de Derecho, pero sucumbió finalmente a la paz y a las noches madrileñas.
¡Diego, quédate en Madrid!
Sé que la estimada Doña Rosa no celebrará este título, pero igualmente sé que como toda buena madre le desea los mejor a su vástago, etc., etc., y dejemoz ezo, tío, que agotaz!!!
Por las noches, en su refugio de Argüelles, Diego se quita su ajustada indumentaria con la obligatoria marca de buena imagen corporativa y como buen clavadista olímpica, dispone a tirarse en las aguas del Marrufo, un bar obligatorio en el centro de Madrid. En El Marrufo siempre te encuentras con largas filas de exiliados del Babeque y de Lux Mundi, e incluso, hay tres niñas del Saint George que no saben lo que quieren, pero el Diego es un chaval super comprensivo. Cuando las dos bartenders del Marrufo se aburren de apañar cocteles y de intercambiar alegrías con los parroquianos, las tropas dieguistas enfilan sus proas para Lavapiés, y si no hay mucha marcha y los limpiadores de las calles de Madrid no nos arrancan las cabezas, en Malasaña siempre podremos esperar el sol y a los recogedores de basuras en una discoteca donde bailaremos solos.
Y ahí estará el Diego, manteniendo el equilibrio de la tropa, cuidando de que las chicas que se pasaron de trago lleguen bien a su casa y que los chicos que no dominan la movida tampoco exageren con la alegría madrileña.
Durante buen tiempo Diego estuvo cerca de las estrellas, con un techo de grama falsa y con un gato que le ha hecho las delicias a todos los fanáticos de ese cosmos felino. Pero como en la vida no siempre se vive en un especial de Disney, ahora tuvo que refugiarse en un mismo primer piso, mientras a veces pone una de las canciones más fatales, “No llores por mí, Argentina”.
¿Qué haría Diego si volviera a Santo Domingo?
Seguramente volver a la hermosa casa de sus padres, ver si puede escaparse para Punta Cana los fines de semana y seguramente… soñar con volver a Madrid.
¿Qué le depara Santo Domingo a jóvenes profesionales que no quieren mendigarle al Estado uno de sus concursos para Suplidores del Estado? ¿Qué hacer cuando te resistes a un Grupo Externo de Apoyo al Candidato Tal? ¿Y qué recibes a cambio de tu trabajo, tu juventud, tus impuestos? ¿Tapones para toda la vida en El Polígono? ¿Una familia con alguna “nieta de”? ¿”Dar el palo” con un organismo internacional y pasarte ocho meses en Corea y tres en Tanzania?
Tampoco hay que ser tan drástico. También en Santo Domingo hay puertas. Y ventanas. Y cielos abiertos. El tema es una cuestión de futuro. ¿Cómo lidiar en un país cada vez con más ladrones, delincuentes, abusadores? ¿Cómo vivir al margen de un auto propio? Si has tenido la opción de respirar otros aires, ¿por qué no respirar a todo pulmón?
Nuestra media isla se encoge progresivamente. Cuando una economía se sustenta en el “cógelo suave”, “no le des mente”, “sonríale al turista” y “vota por mí” cada cuatro año, a las almas curiosas y libertarias se les complica el vuelo. De ahí a darse cuenta de cómo el país se va vaciando de tantos jóvenes talentos, sólo hay un paso.
Cada vez tengo más amigas con hijos y hasta nietos que ya sólo vendrán a Las Terrenas. ¿Verdad Martha, Ángela, Margarita, Ana Mitila, Clara, Carmen Amelia?
¡Diego! ¡Quédate en Madrid! (Y cuando caigas en diciembre por La Zona, no te olvides de traerme un chin de jamoncito serrano!)