Desconozco los detalles de los aspectos políticos y jurídicos relacionados con las fronteras marítimas entre países, pero sé que la riqueza de un país insular también está en su mar.
Nuestra Constitución es clara sobre la preservación de los límites de nuestro territorio. En una de sus cláusulas pétreas, el artículo 9 establece que el territorio del país es inalienable. Este artículo indica que el territorio nacional está compuesto por: la parte oriental de la isla de Santo Domingo y sus islas adyacentes, así como por los elementos naturales de su geomorfología marina. Para reflexionar sobre el tema en cuestión, resulta interesante la especificación de que el territorio nacional también incluye el mar territorial, el suelo y el subsuelo submarinos, y el espacio aéreo sobre ellos. Estos límites, al menos los terrestres, fueron fijados en el Tratado Fronterizo de 1929 y su Protocolo de Revisión de 1936.
Salvo por el «complejo de Guacanagarix», término que designa la mentalidad de quienes consideran todo lo extranjero como superior a lo local, que exagera el valor de todo lo externo y devalúa lo interno, o bien por intereses poco santos, enajenar riquezas de nuestra república carece de toda lógica. No somos Chacumbele, que por un error grave prefiere suicidarse, y ni por asomo nos gusta el negocio que Trujillo le propuso a un señor de pagarle un peso por cada perro castrado, que este por temor al sanguinario tirano asumió, pasando la responsabilidad a otro al que le pagó el doble, en un acuerdo económico en el que a todas luces fue en detrimento de su propia persona. De ahí que, espero, a tiempo levante la voz al cielo para que se den a conocer en detalle al país esta «generosa» iniciativa, de modo que se pueda validar y aprobar, si aplica, cualquier intento de enajenación de su patrimonio territorial. Ningún funcionario tiene autoridad para hacerlo motu propio.
Existen 44 países en el mundo que no tienen salida al mar, pero que matarían por conseguirla. Así, tenemos el caso de Bolivia, que mantiene una disputa con Chile y Perú por un pequeño trozo de mar. En total, hay 15 naciones sin litoral en Europa: Andorra, Austria, Bielorrusia, Ciudad del Vaticano, Eslovaquia, Hungría, Kosovo, Liechtenstein, Luxemburgo, Macedonia del Norte, Moldavia, República Checa, San Marino, Serbia y Suiza. Por cierto, ¿cuánto pagaría Suiza por un acceso marítimo propio en el Caribe? En ese mismo sentido, vale la pena destacar que Rusia, más allá de los sueños hegemónicos de resucitar la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, invadió y mantiene en jaque a Ucrania por Crimea y sus litorales, que no se congelan nunca.
En cambio, los Países Bajos sí que saben de mar. Se encuentra a orillas del mar del Norte, entre Alemania y Bélgica. El nombre del país viene del vocablo "Nederlanden" que significa “tierras bajas”, ya que se encuentra parcialmente por debajo del nivel del mar. Viven del mar, aunque siempre están amenazados por él. Para mantenerse a flote, cuentan con un sistema de diques, bombas, dunas y canales que controlan el nivel del agua y ajustan extrayendo el agua del terreno hacia canales y ríos. En el Caribe, cuentan con las Antillas Holandesas, un conjunto de islas formado por Curaçao, Bonaire, Saba, San Eustaquio y Saint Martin. Sin entrar en consideraciones de que pudiera tratarse de neocolonialismo europeo, lo cierto es que ellos saben el incalculable valor que tiene el mar, y no los culpo por querer más.
Por lo pronto, lo que nos incumbe a los dominicanos es no perdernos en un juego de tronos. Nadie da algo valioso a cambio de nada. Las millas náuticas en cuestión, incluso sin el gas o el petróleo que puedan tener, si pertenecen a la República Dominicana no deben cederse a Holanda ni a nadie. Al menos no sin plebiscito, referéndum, audiencias públicas y sin la voluntad de nuestros ciudadanos.
En definitiva, sabemos, intuimos, lo que estamos perdiendo: nuestros pescadores, barcos mercantes, yates, fragatas militares y los amantes del mar criollos no podrán explotar ni disfrutar, sin visados ni permisos especiales, de esas millas en las que ahora podemos navegar como Pedro por su casa. ¿Pero pueden explicar los firmantes qué ganamos los dominicanos con esto?