La Ley de Cine no hay que modificarla, el camino es su derogación pura y simple. En una reforma fiscal debe ya desaparecer toda intención de seguir dirigiendo la inversión privada por el quid pro quo que cabildean los grandes contribuyentes.

El “pongo dinero en ese sector si me permites reducir lo que pago de impuesto sobre la renta” es, por su misma naturaleza, una propuesta sospechosa. ¿Por qué no inviertes tu propio dinero, con lo que te queda a ti de excedente después de reinvertir parte en modernizar tu empresa? ¿Por qué esa inversión tiene que ser con lo que ibas a pagar para que el gobierno lo utilizara en hospitales, escuelas, programas de asistencia social y otros gastos que presenta en su presupuesto anual?

¿Por qué si al sector lo ves tan provechoso en el futuro, aunque no tenga rentabilidad económica, no me convences para que lo promueva vía transferencias directas del presupuesto donde tu no tengas que distribuir tu tiempo entre fabricar cervezas, intermediar finanzas personales, acumular propiedades inmobiliarias y estar en la frontera tecnológica de las comunicaciones con la producción y dirección de películas de cine?

El cine no fue parte de la bipolaridad fiscal que adoptó nuestro país a finales de los sesenta con la sustitución de importaciones, “mercado nacional para producto criollo”, y las zonas francas, el enclave nacional para exportar al mundo.  En ambos polos el enfoque estaba en la manufactura, nunca existió la intención de tener un Dominicanwood para que el entretenimiento en el cine fuera de factura local, no de Hollywood.

Pero la diferencia fundamental es que en ambos casos la inversión original era de fondos propios del inversionista. En el caso del polo mercantilista, el gobierno permitía importaciones de insumos con aranceles mucho más bajos que los del producto final para dar ventajas a la “industria naciente” nacional. Aunque también otorgó facilidades y ventajas tributarias en la reinversión de utilidades el esfuerzo inicial era con dinero propio.

Con las zonas francas mucho más claro todavía. El gobierno simplemente decía a las empresas extranjeras miren ese solar con esas naves tan bonitas, se instalan, traigan todo lo que necesitan ensamblar para producir lo que van a vender fuera. A mi me entregan solo las divisas de los gastos locales y, por supuesto, ven con tu propio dinero.

El cine a lo que se parece hoy es a las leyes similares que surgieron cuando grandes contribuyentes tomaron la vía más sencilla para reducir la tributación efectiva cabildeando la inversión en sectores condicionada a la exclusión de esos montos de la renta neta imponible.

En vez de promover una revolución fiscal bajará la tributación para todos se crearon estos mecanismos que, al final, siempre terminan en una lista corta de beneficiarios pueden invertir en estudios demostraban la rentabilidad económica y social, la creación de empleos, reducción de la pobreza, un ingreso fiscal neto positivo en una década y otros beneficios más dignos de un cuento de hadas.

El Dr. Balaguer terminó en las reformas de los noventa con esos esquemas porque con ellas concluyó también la época de tasas marginales de impuesto sobre la renta que eran, sencillamente, confiscatorias. Con una tasa única para todas las empresas ya no había necesidad de usar leyes especiales para inversiones que se quemaban en una auditoría seria.

Los empresarios ahora contarían solo con las señales del sistema de precios relativos para examinar planes de negocios alternativos y elegir aquellos consideraban más rentables. El cine era en esos años una actividad que estaba en el radar de pocos empresarios arriesgaban en algunos proyectos su propia plata.

Películas criollas empezaron a salir como una opción al entretenimiento de las personas eligen el cine y, a propósito, en una época en que la oferta de ocio ya estaba a punto de ser prácticamente infinita gracias al internet.

Cuando precisamente esa opción de divertirse tan barata como el aire estaba al doblar de la esquina es que nace la Ley de Cine. Esta permite a los grandes contribuyentes un crédito fiscal por el 25% de los impuestos sobre la renta del próximo año para “invertir” en producir una película de cine.

Tomo hoy 100 millones de pesos que iba a pagar el año que viene al gobierno y selecciono un guion de una comedia para toda la familia o un bodrio de contenido social para yo mismo administrar el presupuesto de la producción. Como tengo que usar dinero que ya es mío hoy, que recupero al dejar de pagar el próximo año, tengo que asumir ese control de todo lo que se gasta y, por supuesto, como el que paga los músicos dirige la orquesta también intervenir en aspectos de la producción. ¿Quién dijo que no puedo ser Brian Moynihan y Brian De Palma en un solo cuerpo?

En este absurdo en el que envolvieron, o compró la red, Leonel Fernández y que no tocó Danilo Medina teníamos más de diez años cuando el Cambio, que esperaba viniera con una guillotina, le prometió una Época Dorada. Pero creo la hora del E.P.D. ya está aquí.

El cine que vuelva a ser una actividad que compita por el interés genuino de emprendedores arriesgan su propio capital, no el del que está destinado al pago de impuesto sobre la renta. Que detrás de “¡Cámaras, luces, acción!” uno se imagine realmente a un empresario y no al director de impuestos internos.