Se ha afirmado que Peña Batlle superó el pesimismo: “Hasta 1941 Peña Batlle siguió defendiendo las ideas positivistas, racionalistas y materialistas de Hostos y de Américo Lugo. Sin embargo, no se refleja en él el pesimismo de Don Américo relativo a la incapacidad de los dominicanos de configurar un estado moderno y sobre el papel de las élites en la administración de la cosa pública”, que Peña Batlle en “su concepto de nación logra superar el pesimismo”. Esta afirmación es falsa, en el discurso de Peña Batlle el análisis pesimista del pueblo dominicano aparecen tempranamente abundantes expresiones típicas en los pesimistas dominicanos: “nuestros atávicos instintos bastardos” / “las deficiencias y las imperfecciones de nuestros pueblos” / “el carácter y la idiosincrasia del pueblo dominicano, de ahí seguramente han derivado muchos errores, y muchas inconsecuencias entorpecedoras de nuestro desarrollo nacional”/ “entre nosotros la anarquía y el libertinaje son característicos”/ “el medio ambiente pobre y raquítico”/“uno de los más característicos males que minan nuestro organismo social: el pauperismo”.

 

Cuando en 1942 Peña Batlle inicia la caravana nacional de discursos, verdaderos medios propagandísticos para justificar la necesidad de la dictadura en función de “nuestra deficiencia constitucional” / “nuestra insuficiencia política”, nuestra “probada incapacidad de Gobierno y administración”, a los auditorios decía que el pueblo dominicano es un “conjunto amorfo” / “El pueblo dominicano es cosa bien distinta de cómo lo han visto los soñadores y los imaginativos”. Es un pueblo con “una agitada vida administrativa y la práctica azarosa de las prerrogativas de la independencia”. Nuestro pasado es una “escuela de negaciones” / “Del pasado no esperéis otra enseñanza que la de sus caídas, otra advertencia que la sus errores, ni otra guía que la de sus debilidades. Es preciso realizar un supremo esfuerzo de desviación para olvidar y enterrar en la más íntimo de nuestras conciencias el presionante influjo de aquella escuela de negaciones”.

 

La dura lección que de allí obtiene Peña Batlle es la incapacidad del pueblo para la democracia: “La experiencia de esos primeros cien años nos hizo comprender que no siempre andan tomados de la mano el sentido de ficticias perspectivas teóricas y subjetivas con la real expresión de los hechos en que se asienta la vida institucional de la República”. El desarrollo de su propia vida le mostró al pueblo dominicano que la dictadura es “el camino seguro del porvenir y la mejor manera de preservar su felicidad”. Esa es: “La dura lección de una agitada vida administrativa y la práctica azarosa de las prerrogativas de la independencia”.

 

Peña Batlle afirma que Hostos “presenció las más desgarradoras convulsiones sociales y políticas dándose cuenta de que había arado en el mar de nuestra deficiencias congénitas”, lo indubitable es que: “Todo el régimen trujillero se fundamenta (…) en la insultante tesis de que el pueblo dominicano necesita de una dictadura personal ante la incapacidad en que se halla de ejercer sus derechos democráticos”. En su discurso “La Patria Nueva” Peña Batlle dice: “La afirmación es muy dura, pero muy cierta. Alguien dijo entonces que éramos un país fuera de la ley. Todo el proceso de nuestra insuficiencia política se concertó en aquella época dolorosa y angustiada. Fue en estos momentos, en el 1900, cuando el señor Hostos, consternado ante las borrosas perspectivas del futuro de nuestro país, lanzó, en inolvidable artículo de prensa, su famoso apotegma: “Civilización o Muerte”. Nos advirtió de que o nos decidíamos a realizar un poderoso esfuerzo de desviación para coger las vías razonables de la civilización o nos vería perecer entre las ruedas del carro del progreso. La advertencia del maestro resultó profética. En 1916 nos atraparon las necesidades políticas, la razón de Estado, implacable y sórdida, de una gran potencia para sumirnos en las torturas de una larga ocupación militar”.

 

El autoritarismo es un rasgo que aparece en 1935, en su primer discurso trujillista de Peña Batlle dice admirar al régimen trujillista por ser un régimen de fuerza, sobre la base ideológica del pesimismo se visualiza al pueblo dominicano como una especie de bestia salvaje consecuentemente se justifica la necesidad histórica de un gobierno fuerte para domeñarlo. Peña Batlle estudia las “Transformaciones del Pensamiento Político” guiado por la tesis de que: “los grandes acontecimientos sociales se producen después de un período más o menos largo de evolución en las ideas y en los sentimientos. Casi todas las revoluciones (…) se desenvuelven previamente en el campo de las ideas (…) No hay revolución sin ideología, es decir, sin un programa vivido por una serie de generaciones anteriores a aquellas en que se producen los acontecimientos que constituyen la revolución propiamente dicha”/“las revoluciones sociales no se producen sin una previa transformación de las ideas y de los sentimientos sociales” / “El derecho interno ha evolucionado en el sentido de asentar el fundamento del Estado, no en el poder y la fuerza, sino sobre el bienestar general, sobre la felicidad humana y sobre la concordia entre los hombres: el ideal de la FUERZA para el Estado se ha convertido en ideal de CULTURA; el Estado no es un fin en sí mismo sino un medio de llegar al mejoramiento de la vida social y de la vida internacional; el ESTADO PODER se ha convertido en el ESTADO DE DERECHO”. Su pensamiento político se redondea en esta tesis: “Si la Era de Trujillo tiene un rasgo esencial que la distingue es el de haber afianzado en la gran base de nuestra democracia ya centenaria el principio de autoridad”. La dictadura la justifica en “la evolución pausada y retardada de nuestra democracia”.

El culto a la personalidad de Trujillo terminó por definir al trujillismo, el providencialismo es un rasgo del pensamiento dominicano que tiene en

Juan Pablo Duarte a un precursor que lo expresó de una manera bastante extraña: “los providencialistas son los que salvaron la patria del infierno a que la tienen condenada los ateos, cosmopolitas y orcopolistas”. García Godoy, escribe El Derrumbe, libro nacionalista contestatario de la ocupación de yanquilandia, vio en Santiago Guzmán Espaillat una suerte de predestinado providencial: “Él era a mi ver el caudillo, el caudillo supremamente nacionalista, que se formaba lentamente, que hubiera sido capaz, en un momento dado, de aunar reciamente voluntades dispersas para impedir que la traición y el peculado prosperando en las alturas y para dotar al país de instituciones capaces de transformarlo ventajosamente. Se me figuraba que era el único que encarnaba entre nosotros las condiciones esenciales para ejercer a la larga una bienhechora influencia en nuestro bastardo y corrompido organismo político”.

 

Tulio M. Cestero, en 1900, decía: “Las vírgenes de la Patria tejen las coronas que ceñirán la frente del que vendrá, del estadista, del poeta, del héroe, que por encima del torbellino de pasiones innobles, de ambiciones desbocadas, de intereses mezquinos, alce la voz y diga al pueblo palabras milagrosas de la felicidad. ¿Palpitará por ventura, el Mesías, en el vientre bendito de la Santiago la fuerte, la que un día calentará en sus hogares incendiados el alma moribunda de la Patria?”.

 

A principios del siglo pasado los intelectuales dominicanos pensaron que ellos eran los elegidos: “Los dirigentes (…) deben tomar la iniciativa, porque este mal que persevera (…) no puede ser extirpado sino viniendo desde arriba para abajo, naciendo en las cabezas que aún tienen capacidad para pensar bien”. Esta visión del poder fue luego retomada por Américo Lugo, quien planteó la tesis del despotismo ilustrado, esto es, el planteamiento de que los intelectuales debían gobernar en un ejercicio de pedagogía política. Ellos, sabios en un país de analfabetos, pretendían fundar el orden, el progreso y la nación sobre la base sociológica de un pueblo al que consideraban políticamente inepto, propenso a la anarquía caudillista y étnicamente inferior.

 

En la década 1920-9, el providencialismo era predominante entre los intelectuales dominicanos, la prensa recogía esta manera de pensar, en Santiago el periódico “El Diario” editorializaba afirmando: “Estamos en un momento de renovación”. En enero/1927 el editorial del mismo periódico se tituló: “El Hombre”. Ahora planteaba la necesidad du un hombre que dirigiera la renovación nacional: “El país necesita un hombre nuevo capaz de salvarlo a base de una recia moral administrativa. Los desaciertos que a diario registra la presente administración mantienen una inquietud en el ánimo público (…) Ese justo anhelo de que asome un hombre (…) es lo que ha hecho abrigar esperanzas de salvación”. El editorial proponía al burgués Juan Bautista Vicini Burgos como “El Hombre”, dejando abierta la posibilidad de que fuera otro: “Si este no es El Hombre, que surja el que sea y diga al pueblo que lo es, y se lo pruebe, para que el pueblo lo aclame y lo siga. El pueblo está maduro para seguir a un hombre, o con más propiedad aún: al hombre, es decir, al que sea la verdadera encarnación de la conciencia pública”.

 

Alejandro Paulino, en su brillante investigación “El Paladión”, plantea que para los inicios de la dictadura (1930-35) la concepción del Estado, la política y la sociedad de la intelectualidad dominicana estaba definida en tres palabras: “Evolución, Regeneración y Renovación”. La intelectualidad de entonces buscaba salir de Horacio Vásquez, adoptó el providencialismo, en la tesitura del hombre providencial la élite intelectual creyó que Rafael Estrella Ureña era “El Hombre” y se nucleó en su Partido Nacional. Ciertamente, el providencialismo hizo perentoria la emergencia de ese hombre predestinado y este fue un factor ideológico muy importante en el advenimiento de Trujillo al poder, según Ramonina Brea el pensamiento político dominicano desemboca en “la búsqueda de un padre, de una figura heroica, de una dirección institucional”. Encuentra en la tradición intelectual dominicana “una invocación a la autoridad, al líder predestinado por la providencia”. En Santiago, el periódico “La Información”, d/f 1/3/1930, decía: “El país está en el momento histórico más álgido (…) Hay necesidad de reconstrucción: que se llame a los hombres honorables, postergados para que con ese espíritu recto preparen al pueblo para una era de paz y redención”.

 

Recién instalado “el hombre divino” en el poder, “El Clan Henríquez Ureña” se integró al servicio del nuevo Príncipe. Max Henríquez Ureña, dictó una conferencia (enero/1931) en la que, presente el joven presidente, lo invitaba a gobernar apoyado en la fuerza de los cañones. El prominente intelectual parte de un análisis de la sociedad y de historia dominicanas, para él se trata de un país militarizado por el caudillaje y la rebeldía, ese es “nuestro fenómeno social”. La segunda premisa, el caso del gobierno de Espaillat, al que considera “Un Gobierno Civilizador Sin Fuerza Efectiva de Defensa”, para Max Henríquez Ureña: “fue víctima de espejismo ilusorio y su gobierno se desplomó como un castillo de naipes. Soñó con un ejército de maestros y olvidó que ese ejército de maestros necesitaba, para realizar su función civilizadora, ser respaldado por un ejército de soldados”.  Max, le dice a Trujillo que nuestro estado social es el caudillaje y la rebeldía, sostiene que por carecer de fuerza militar fracasó Espaillat, entonces le recuerda una frase de Hostos: “Santo Domingo no está para reformas pensadas, sino para reformas impuestas”. Pero, hay que civilizar: ¿Cómo hacerlo?, con la fuerza: “Para realizar una obra civilizadora de gobierno no basta con la bondad de la obra misma: es necesario que la respalde una fuerza material, como la de los cañones, frente a los enemigos del orden social”.

 

El intelectual adoctrina a su discípulo: “El derecho, la libertad, la civilización, son palabras vanas si no tienen una fuerza en que apoyarse”. En el colofón de la conferencia Max le recita a Trujillo una estrofa de un verso escrito por su madre, Salome Ureña: “Atleta infatigable/del bien y del mal en la contienda ruda/te alzarás invencible, formidable/si el entusiasmo/si la fe te escuda/Que atraviese tu voz el aire vago/las almas convocadas a la victoria/tuya es la lucha del presente aciago/tuya será del porvenir la gloria”. En 1933, Max escribe un cuento en el que se debate la pertinencia o no de la dictadura como forma de gobierno, la tesis que se defiende es la de que: “Sólo una dictadura que persiga un propósito noble y definido puede cambiar de raíz nuestra estructura político-social”.

 

Consultas:

 

José Almoina (1995), Una Satrapía en el Caribe.

Ramonina Brea (1988), Apuntes sobre el pensamiento político de Peña Batlle.

Tulio M. Cestero (1973), Por el Cibao.

Federico García Godoy (1975), El Derrumbe.

Raymundo González, (1996), Ideología y mundo rural: civilización y barbarie. Estudios Sociales. No.106.

Max Henríquez Ureña (1931), Evolución de las ideas políticas en el pueblo dominicano.

José R. López (1975), El Gran Pesimismo Dominicano.

José Oviedo (1987), La Tradición Autoritaria. Ciencia y Sociedad. No.2.

Alejandro Paulino (2010), El Paladión. T.I.

Manuel Arturo Peña Batlle (1924), Problemas Municipales.

Manuel Arturo Peña Batlle (1942), Transformaciones del Pensamiento Político.

Manuel Arturo Peña Batlle (1954), Política de Trujillo.

Manuel Arturo Peña Batlle (1989), Ensayos Históricos.

Bernardo Vega (1996), Manuel Arturo Peña Batlle Previo a la Dictadura:

La Etapa Liberal.