Igual que en otras ocasiones, por razones atávicas y entendibles, bastó mencionar el dueto sector privado-gobierno para provocar sospechas. Ahora la desconfianza se dirige al préstamo sorpresa de dos mil millones de pesos, recién presentado por el gobierno, como asistencia a las clínicas privadas. Ha sacudido los infiernos y las llamas calientan el Palacio Nacional.

Leyendo cuidadosamente las explicaciones dadas por el eficiente ministro de Salud al financiamiento, entendimos que tiene propósitos nobles: condiciona su aprobación a que las clínicas privadas acepten el seguro de SENASA. La intención es remozar y equipar a esos centros privados haciéndolos más eficaces.  De ser así, no habría trampa ni favoritismos.

Suelen decir los norteamericanos que “el diablo se esconde en los detalles”. Aquí la tradición oficial ha sido desdeñarlos, o esconderlos para que nadie se entere. De ahí que, a manera de reflejo, sentimos miedo a un nuevo engaño; a la chapucería, la cogioca y al favoritismo. Prejuzgamos, pasando a creer que esos préstamos esconden algo y que no se pagarán.

Quisiésemos suponer, así lo hacen los bancos comerciales, que previo a la entrega de dineros se evaluarán las finanzas del solicitante, sus colaterales, garantías; y si han contribuido o no con el fisco. El tipo de préstamo en discusión atrae a todo tipo de avivato. Por eso, tienen que identificarse aquellos que necesitan de financiamiento y separarlos de los que poseen capital propio y crédito comercial para emprender esas reformas.

Clarificados esos detalles, donde se esconde el diablo, y ejecutado el préstamo, es indispensable una supervisión rigurosa del uso de esos fondos; no vaya a ser cosa que aumente la venta de los Audi.

La historia de los empréstitos oficiales no es para confiarnos de ellos: malversación de fondos, utilización aberrante de los mismos, e incumplimiento de pagos. Esa realidad no es ajena; por eso se crispan, dudan y alborotan.

BANDEX, el banco que presta, no tiene de qué preocuparse: el Estado garantiza el capital prestado, más un 6% de ganancias. Pasado el tiempo, tampoco pierden el sueño los políticos responsables: dejarán el poder y los que vengan detrás que arreen. Quienes manejaron la plata, si tuviesen dificultades, dejarían de pagar amparados por algún amigo funcionario. O sea, que si esto se tuerce y termina en un tejemaneje criollo, quienes finalmente pagarán los platos rotos serán los de siempre: el contribuyente y el tesoro nacional.

Nadie se opondrá a una puesta al día de las clínicas privadas, ni a que la mayoría pueda acceder a ellas con el seguro de SENASA. Lo que no se quiere es repetir las malas costumbres de gobiernos del pasado. La preocupación es la de un nuevo engaño gobierno-sector privado. Esos créditos deben adjudicarse con las cartas sobre la mesa y ninguna bajo la manga. Así podrán aceptarse tranquilamente.

Igualmente importante para el gobierno es ocuparse de que este proyecto sea percibido en paralelo con una inversión robusta e impostergable en salud pública. El desastre sanitario dejado por las autoridades anteriores tiene que seguir corrigiéndose y los centros de atención primaria seguir multiplicándose. El público debe estar informado de ello. Demostrar constantemente qué tan prioritaria es la reforma sanitaria nacional como la de esas clínicas privadas.

El préstamo es un hecho. La desconfianza también. Esta sociedad traumada es ahora una sociedad vigilante y exigente; demanda explicaciones y buena administración de sus impuestos. Esos créditos no tienen por qué ser un chanchullo, pueden ser beneficiosos y extender la cobertura de salud a miles de ciudadanos. Todo dependerá de cómo se manejen los detalles.