En la antigua colonia de Santo Domingo tras la reconquista española de 1809 se suscitaron diversos conatos conspirativos contra el autoritarismo y la discriminación racial, tales como las fallidas insurrecciones de los «Italianos» y la de «Mendoza y Mojarra», embestidas con extrema dureza por las autoridades coloniales, sobresaliendo en la represión de esta última José Núñez de Cáceres en sus tiempos de gobernador interino. De acuerdo a la documentación histórica las autoridades insistieron en aplastar cualquier intento rebelde, conminando a aceptar las reglas sociales que establecían de modo exclusivo como ciudadanos a los blancos, mientras mulatos y negros libres podían ser españoles pero no ciudadanos, los esclavos no tenían ningún derecho social. Esa soberbia gubernamental se imponía a sabiendas que no contaban con fuerzas militares para impedir nuevos complots, se escudaban con el ejemplo de la drasticidad utilizada en las intentonas frustradas. Cuando estalla la rebelión antiesclavista del 8 de noviembre de 1821 en los pueblos fronterizos de la zona Norte, el presidente haitiano Boyer consciente de su trascendencia política y racial y ante la evidente debilidad de las autoridades coloniales, refrendó y se apoderó del movimiento, con la aviesa intención de convertirse en el nuevo conquistador de la parte Este de la isla.
Boyer escarneció la insurrección antiesclavista de noviembre de 1821, la convirtió en un mero instrumento para imponer su tiranía. Con esa actitud profanó la validez histórica del acto de libertad de los esclavos en la parte Este desarrollado 200 años atrás, el 9 de febrero de 1822 en la antigua Plaza de Armas o Plaza de la Catedral.
Sin perder un instante emplazó una maquinaria de dominación militar harto represiva en la antigua parte española o del Este. La isla fue dividida en seis departamentos o provincias, correspondiendo a la ocupada zona del Este solo dos departamentos pese a su mayor extensión de territorio, una buena parte de los poblados aledaños fueron incorporados a los cuatro departamentos puramente haitianos, esos espacios nunca fueron devueltos como Hincha, San Rafael, San Miguel de la Atalaya y Las Caobas.
El Este o la parte dominicana fue reducida desde el ámbito político y geográfico, solo contaba con los departamentos Ozama desde Azua hasta el Seibo (todos los pueblos del Este) y el Cibao que ocupaba el perímetro de la zona Norte en los territorios que no fueron tomados para los departamentos propiamente haitianos. En ambas demarcaciones siempre nombraron gobernadores militares haitianos, con rangos de generales y con gran vocación abusiva.
Para valorar de manera breve la aptitud represiva de los mandantes presentaremos un caso muy ilustrativo, en noviembre de 1828 Gerónimo Borguella el gobernador del Departamento Ozama, ante los rumores que desde La Habana se preparaba una expedición para tomar la parte del Este, pronunció un discurso previniendo a los habitantes del Ozama sin distinción de colores en torno a cuál sería la actitud del Gobierno en caso que llegará la invasión:
“Al mismo tiempo que he ejecutado las órdenes del Gobierno, yo he usado la indulgencia con aquellos que, engañados con una loca esperanza, se han mostrado algunas veces contrarios a nuestro sistema, esperando que, instruidos de sus verdaderos intereses, volverían al regazo de la República; pero, que estén seguros, que yo mostraré con ellos una conducta totalmente contraria si llegare a turbarse la tranquilidad pública”. (Vetilio Alfau Duran. Documentos Históricos. Clío Núm. 83. Academia Dominicana de la Historia. C. T. 1949. p. 16).
Borguella advertía que supuestamente había actuado con “indulgencia” ante los potenciales rebeldes de Los Alcarrizos en 1824. Su “perdón” llevó al patíbulo a los criollos: Lázaro Núñez, José María Altagracia, Facundo Medina y Juan Jimenes, otros como Baltazar de Nova se salvaron porque lograron escapar al extranjero. Agregaba el señor gobernador que en caso de una nueva conspiración: “mostraré con ellos una conducta totalmente contraria”. ¿Y cuál conducta más agresiva podía implementar que fusilar a los opositores?
A los habitantes del Este se les permitió tener representantes en el Parlamento. No obstante, como desde el ámbito político-jurídico solo contaban con dos departamentos, siempre constituyeron una minoría parlamentaria subordinada. No se guardó ninguna consideración en la anexión de un pueblo que era totalmente diferente al haitiano en materia de hábitos, costumbres e idiomas.
¿Actuó Boyer de esa manera tan discriminatoria por ignorancia? Se trataba de un mulato ilustrado que había residido en París, aspectos que le favorecieron para alzarse con el poder político en la antigua República del Sur liderada por Petión. Previo a ordenar la ocupación del territorio del Este, consideró se debían explorar las condiciones políticas y sociales de esa comunidad y designó para ello al general Guy-Joseph Bonnet, quien le informaba que las nueve décimas partes de la población eran de color y que esto les favorecía, pero prevenía que era un territorio más grande y con menor población, recomendando que: […] sin la VOLUNTAD UNANIME de sus habitantes, lejos de aumentar nuestro poderío, lo disminuiría necesariamente por los sacrificios de todo género que nos sería preciso hacer para mantenernos allí”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Invasiones haitianas de 1801, 1895 y 1822. Academia Dominicana de la Historia. C. T. 1955. p. 276).
Obviamente no se podía conseguir el visto bueno de toda la población del Este, que aunque igualada como ciudadanos por el Gobierno haitiano, quedaban las viejas reminiscencias de la antigua división de color que otorgaba preeminencia a los blancos y mulatos en la antigua sociedad colonial, además de las diferencias económicas. Ante la mayor cantidad de terrenos de la parte del Este como informaba Bonnet, se procedió a enajenar una buen porción de ese territorio para anexarlos a los propiamente haitianos.
Las nuevas autoridades entendieron no era posible lograr el consenso de la mayoría de los dominicanos-españoles al margen de su raza y decidieron conquistar para su bando a los negros y algunos sectores mulatos, a los que lograron alienar por casi veinte años, diciéndoles que si ellos eran expulsados del Este vendría La Colombia que trató de introducir Núñez de Cáceres y con ella se reimplantaría la esclavitud. Esta estrategia se fue derrumbando poco a poco, cuando los gobernadores haitianos extendieron su estilo Gobierno represivo a todos los pobladores sin importar el color de su piel.
Seríamos injustos si atribuimos ese proceder de conquista de modo exclusivo a Boyer, su reemplazó el general Charles Hérard en 1843 cuando se trasladó con tropas a la parte dominicana para tratar de aplastar las conspiraciones, en su informe apuntó con amargura:
“En Dajabón, primer pueblo del nordeste, he encontrado un pueblo distinto, de otras costumbres de otras inclinaciones; con un idioma diferente del nuestro, y me he visto obligado, la primera vez, a buscar interpreté para mis comunicaciones con el pueblo. (Emilio Rodríguez Demorizi. Invasiones haitianas de 1801, 1895 y 1822. p. 283).
Tras veinte años de ocupación, un oficial de la suprema jerarquía castrense como Hérard que llegó a la presidencia, no conocía se habían anexado una comunidad con características sociales muy diferentes, pueblo que él insistía en manejar con el foete. Ya antes hemos señalado que nuestro primer sociólogo Pedro Francisco Bonó un joven en ese periodo, apuntó para la historia que la fórmula más adecuada para mantener la unificación de la isla era promover la autonomía de los habitantes del Este, pasando a ser un Estado federativo como lo era La Colombia y los Estados Unidos. Pero se impuso la centralización despótica que exacerbó las reales diferencias entre ambas sociedades. Ricardo Patte, canadiense estudioso de la historia haitiana, al evaluar la actitud de los mandatarios aludidos, estableció:
“Si el régimen presidido por Boyer había sido condenado por personalista, autoritario, indiferente al progreso moral e intelectual del pueblo, el nuevo carecía de casi todas las condiciones que pudieran recomendarle el juico elogioso de los historiadores. […]. (Ricardo Pattee. Haití pueblo afroantillano. Sociedad Dominicana de Bibliófilos. Santo Domingo, 2008. p. 100) .
Veamos un vistazo sobre sobre la rigidez a ultranza de Boyer y Hérard desde la óptica de prestigiosos historiadores haitianos. Dantes Bellegarde en su libro La Nación haitiana, refiere el trato humillante de las autoridades haitianas contra los dominicanos:
“Desafortunadamente, los funcionarios designados en el Este no supieron, a pesar de las sensatas instrucciones del presidente, tratar a la población con el tacto y medida convenientes. En su mayor parte, se vieron como país conquistado y allí trajeron los hábitos despóticos de los militares haitianos. Aunque en su mayoría fuesen de origen africano, los habitantes de la antigua Audiencia Española de Santo Domingo, mestizos o blancos puros, eran diferentes de los hombres del Oeste, por lengua y costumbres. Si los gobernantes haitianos hubiesen tenido más psicología, habrían tratado, no de absorber a los “hermanos del Este” como se decía, pero sí de fortalecer su alianza voluntaria con Haití mediante una organización política que les hubiese dejado su autonomía y la libertad de evoluciones dentro de sus propios límites”. (Dantes Bellegarde. La nación haitiana. Sociedad Dominicana de Bibliófilos Inc. Santo Domingo, 1984. p. 130).
Bellegarde aunque trataba de exculpar a Boyer, olvidaba que este gobernó por más de veinte años, tiempo más que suficiente para ubicar las anomalías de sus representantes en la parte Este. Admite que el trato fue como pueblo conquistado y coincide con la posición de Bonó en torno a la autonomía o confederación que las circunstancias reclamaban. Resaltaba que el propósito de las tropas y funcionarios haitianos era absorber a la población del Este, o sea haitianizar de modo compulsivo la parte dominicana.
Jean Chrisostome Dorsainvil, en su Manual de historia de Haití, que fue libro de texto en las escuelas haitianas, nos dice sobre el tema:
“Durante veintiún años toda la isla de Haití permanecerá sometida a la autoridad de Boyer. Desgraciadamente, los haitianos trataron el territorio del este como país conquistado. El mismo Boyer se complació en «colocar» allá los numerosos oficiales que le había legado el reino de Christophe. Los haitianos no siempre supieron cuidarse de la brutalidad de las costumbres militares y se enfrentaron demasiado abiertamente a los intereses y los prejuicios de una población en gran parte burguesa.” (Jean C. Dorsainvil. Manual de historia de Haití. Sociedad Dominicana de Bibliófilos Inc. Santo Domingo, 1979. p. 155).
Asediados por la verdad histórica a Bellegarde y Dorsainvil no les quedó otra alternativa que aceptar el dominio haitiano sobre la parte dominicana se desarrolló como una conquista, al margen de la ecuanimidad y la sensatez que demandaba la unificación entre dos pueblos totalmente diferentes, uno de ascendencia africana-francesa y otro africana-española. No es cierto que existía en esta parte dominicana una burguesía, el sector dominante eran los hateros, pero en materia de composición poblacional eran minoritarios en relación a la mayoría de la población negra y mulata, que por mucho tiempo manipularon los haitianos, pero no pudieron imponerles sus hábitos y costumbres.
Jean Price-Mars, el historiador haitiano más prejuiciado con los dominicanos, veía la ocupación como una fórmula estratégica para la defensa de Haití. En su afán de exonerar a Boyer y su cohorte autoritaria de toda responsabilidad en su abusiva conquista, planteó para la historia que:
“El error cometido en aquella época y que sobrevivió en el pensamiento haitiano hasta nuestros días, es que los hombres de Estado responsables, tras haber proclamado los postulados de self-defence sobre los cuales descansaba su acción, trataron de justificar su conducta con no sé qué otros motivos personales, gracias los cuales parecían esperar la absolución de alguna inconfesable falta.” (Jean Price-Mars. La República de Haití y la República Dominicana. diversos aspectos de un problema histórico, geográfico y etnológico. Colección del Tercer Cincuentenario de la Independencia de Haití. Puerto Príncipe, 1953. T. I p. 194).
Para ese odioso manejo de conquista que soportaron los dominicanos-españoles por veintidós años no se puede invocar la absolución histórica, sino aceptar sin apelación que fue un ejercicio harto imprudente del poder, que abortó el último experimento de unificación insular. Territorio dividido desde dos siglos atrás, a partir de 1606 por las torpezas del rey español Felipe III al ordenar el abandono de la parte Occidental, dejándola como tierra de nadie y su posterior paulatina ocupación por Francia para instalar una colonia que devino en República de Haití. Cuyos gobernantes pretendieron extenderse a la parte Este como conquistadores, procurando ampliar su imperio utilizando los mismos métodos represivos de sus antiguos capataces franceses. Anegando una responsabilidad histórica que había recaído bajo sus fornidos hombros.