Cuando hablamos de desastres, surge la pregunta de si estos son predecibles o no. La mejor forma de predecir el futuro es crear hipótesis, gestionando y planificando cómo enfrentar contingencias y situaciones de riesgo. Para ello, es crucial analizar el pasado y suponer el presente en términos de amenazas y riesgos. Aunque no tenemos una bola mágica, el pasado es nuestra mejor referencia, y si lo utilizamos adecuadamente, se convierte en un aliado para prepararnos y responder. Como se dice: "El que no planifica la respuesta, es parte del caos".

Pensar en lo impredecible con las ecuaciones antes mencionadas es un paso hacia la predicción, lo que nos lleva al concepto emergente en el ámbito humanitario de la Acción Anticipada (AA).

En la película El Día de la Marmota, el protagonista, Phil Connors (interpretado por Bill Murray), es un meteorólogo que viaja a una pequeña población de Pensilvania para cubrir el reportaje anual del "Día de la Marmota". Debido al mal tiempo, se ve obligado a pasar otra noche en el pueblo, y al día siguiente descubre que está reviviendo el mismo día una y otra vez. Al predecir lo que sucederá al día siguiente, se prepara para lograr sus objetivos con precisión y eficiencia, basándose en los antecedentes del día anterior. Este es un claro ejemplo de cómo, en la gestión de riesgos, los antecedentes juegan un papel fundamental en la predicción.

De manera similar, los científicos del clima predicen temporadas ciclónicas y hasta las zonas con mayor probabilidad de desarrollo de tormentas. Los meteorólogos utilizan datos como la presión atmosférica, la velocidad del viento y la temperatura para hacer predicciones sobre los sistemas meteorológicos, lo que permite pronosticar tormentas eléctricas severas que pueden producir tornados.

Los terremotos, por otro lado, ocurren con mayor frecuencia a lo largo de los límites de las placas tectónicas. Cuando estas placas se frotan o comprimen, la roca se rompe bajo la superficie de la Tierra, liberando energía y provocando que la corteza terrestre se sacuda. Estas placas y fallas geológicas están bien identificadas en cada país.

Después del COVID-19, que fue el "Gran Cisne Negro" de este siglo, la crisis sanitaria permitió el desarrollo de modelos matemáticos en tiempo real, que se adaptaban y mejoraban a medida que se aprendía más sobre la enfermedad. Según Ángel Manuel Ramos del Olmo, director del Instituto de Matemática Interdisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), estos modelos incluían factores como la infecciosidad, mortalidad, y la aparición de nuevas variantes y vacunas.

El reciente apagón tecnológico es un indicio de los nuevos desastres que la tecnología podría causar. A esto se suman los grandes conflictos bélicos, que han puesto a prueba la geopolítica y han afectado el suministro de medicinas y alimentos a nivel mundial. Interrupciones en rutas comerciales clave, como el Mar Negro, el Golfo Pérsico o el Estrecho de Ormuz, pueden retrasar o bloquear el suministro de productos esenciales, afectando tanto a los países involucrados como a otros que dependen de esas rutas. Además, las aseguradoras suelen elevar las primas para los barcos que navegan en zonas de conflicto, lo que incrementa los costos de transporte y, en consecuencia, los precios de medicamentos y alimentos, dificultando su acceso para los consumidores finales.

La pregunta obligatoria es: ¿Se puede predecir lo impredecible? Observando estos fenómenos, si ya se sabe que un desastre puede causar destrucción masiva, es esencial que todos los sectores, incluyendo gobiernos, comunidades y el sector privado, se preparen adecuadamente. Hoy en día se habla de preposicionamiento de recursos, aumento de capacidades de preparación y respuestas sostenibles en el tiempo. Esto es crucial para garantizar una respuesta rápida y efectiva, elevando estas acciones a respuestas especializadas debido al nivel de riesgo existente.

El enfoque de las Acciones Anticipadas (AA) y programas como la Preparación Basada en Pronósticos (FbF) permiten a los trabajadores humanitarios ganar tiempo y realizar acciones tempranas basadas en datos científicos y pronósticos hidrometeorológicos. Ya no es necesario esperar una declaratoria de emergencia para tener fondos disponibles y apoyar a las familias vulnerables. Un ejemplo de la eficacia de este enfoque es cuando el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología de Perú pronosticó un evento de nevada extrema en la zona sur de los Andes. La Cruz Roja Peruana pudo actuar con cuatro días de anticipación, distribuyendo techos temporales, kits veterinarios y de abrigo en comunidades ubicadas a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar. Esto se presentó en la primera mesa de diálogo en Ginebra, mostrando la importancia de las acciones anticipadas.

La Federación Internacional de la Cruz Roja ha sido pionera en este enfoque, consolidando su trabajo en un centro anticipatorio sumamente útil. Dentro de la ONU, las agencias más involucradas en la AA son la FAO, el PMA y OCHA.

En un sentido más amplio, la AA es una extensión de la respuesta humanitaria tradicional, que se enmarca en una agenda de anticipación más amplia, incluyendo la reducción del riesgo de desastres (RRD), la adaptación al cambio climático y el desarrollo sostenible. Estas áreas convergen en la idea de que, para proteger a las personas de las crisis, es necesario invertir en preparación, prevención, mitigación o anticipación, en lugar de ofrecer respuestas reactivas.

Desde el confort de un Centro de Operaciones de Emergencias planificamos para los peores escenarios, basándonos en amenazas, antecedentes, estudios, análisis y mapas de riesgos. Predecir lo impredecible es la nueva tarea, y esto implica fortalecer nuestra capacidad de respuesta sostenible. En un país como el nuestro, donde la respuesta en las primeras horas tras un desastre depende de nuestras capacidades, es crucial contar con asistencia anticipada, ya que la ayuda internacional llegará por aire o mar, cuando las condiciones lo permitan.