Las quejas de visitantes, incluidos nativos no residentes, sobre carestía en la venta de alimentos en restaurantes y hoteles en el municipio Pedernales, comienzan a ser recurrentes y ya hay temores de que se dañe el incipiente progreso turístico.
Hablan de incrementos de al menos 300% en “platos del día” (arroz, habichuela, pollo o pasta, ensalada verde) y otros que incluyen pescados y mariscos.
Cualquier aprendiz de Economía, sobre todo si es liberal, justificaría sin apuros tales aumentos, basado en la Ley de Oferta y Demanda. O sea, si la demanda es mayor que la oferta, los precios suben, y viceversa. Si hay pocos plátanos, se encarecen; si muchos, el consumidor los adquiere más baratos.
Oferentes de los referidos servicios en la comunidad más austral del territorio nacional, 307 kilómetros distantes del Distrito Nacional, entienden que los precios son justos porque ellos deben sacar el dinero de sus inversiones.
Y es en esa posición radical donde está el tranque.
Pese a que, a lo lejos, sus sustentantes lucen con razón poderosa, la realidad de Pedernales manda otras orientaciones. Variables determinantes han de ser visibilizadas y ponderadas, más allá de las emociones provocadas por el aluvión de cruceristas que llegó el 4 de enero de 2024 al naciente puerto Cabo Rojo y las grandes expectativas construidas por el Gobierno.
La vulnerabilidad del turismo, la distancia de la provincia respecto de la capital y la competencia son temas que deberían estar siempre sobre la mesa, si se quiere durabilidad de los negocios.
Plausible, la apuesta por la conversión de la provincia minera y agrícola en destino turístico (12 mil habitaciones hoteleras en 15 años, adecuación del muelle de mediados de los años 50 a terminal de cruceros, un aeropuerto internacional). Tal fenómeno global aporta el 16% del producto interno bruto nacional (riqueza nacional), unos 12 mil millones de dólares en divisas brutas al año.
Pero eso no es de ninguna manera resultado de magia; ni viene con garantía de éxito eterna. No es inacabable. Si no lo entendemos, despertaríamos tarde o temprano con una pesadilla. Tal fenómeno social es frágil.
Por imprevisión en la calidad de los servicios turísticos y de ética en los ofertantes grandes y chiquitos, la historia de ese sector de servicios registra colapsos de sitios turísticos vibrantes como Puerto Plata, Juan Dolio y Boca Chica. El proceso de recuperación, ahora, ha resultado muy costoso, para el Gobierno y la vida misma de los lugareños.
Los precios exorbitantes en los servicios a turistas dominicanos y extranjeros, comenzando por los alimentos, bebidas, transporte y los detalles para recuerdos, arruinaron el negocio. Los turistas optaron por otros destinos.
El caso Pedernales es sui generis. Y requiere atención especial.
Por esta provincia fronteriza con el departamento sur de Haití, no se pasa; hay que ir porque está en el recodo sudoeste del territorio. Y la carretera hasta allí, por más que la intervengan, no será, por ahora, ni parecida a la del este, que lleva a Boca Chica, Juan Dolio, Bayahíbe, Casa de Campo, Punta Cana y Bávaro. Igual las vías que llevan al polo turístico del norte, liderado por Puerto Plata.
En otras partes del país, ya hay resorts, hoteles boutique, restaurantes con excelente gastronomía, sitios de entretenimiento, atractivos naturales y artificiales, así como negocios menos formales, más asequibles y anclados en el imaginario de los turistas nacionales y extranjeros.
Queramos o no, representan una competencia para el turismo pensado para Pedernales, por mucha ventaja competitiva que éste presente a los demandantes.
Así que, en vez de temer o dejarse atrapar por un delirio de persecución o aferrarse a la testaruda irracionalidad de precios similares a otros polos, urge que los dueños de empresas de servicios turísticos en Pedernales reflexionen sobre la realidad porque, al final, ella se impondrá, amén de los deseos.
Por lo pronto, deberían analizar posibilidades más inteligentes de recuperar sus inversiones en infraestructuras y trabajar día a día la oferta de calidad total con transparencia incluida. Como le he sugerido al Clúster, una opción sería aprovechar la experiencia del profesor Bolívar Troncoso, geógrafo y gastrónomo con experiencia en formación de empresas turísticas.
Uno de los reclamos de visitantes es la falta de certificación de los lugares de servicios gastronómicos. La calidad y la presentación de platos, dicen, no es la mejor.
La experiencia agridulce con la explotación de la bauxita y la caliza por parte de la estadounidense Alcoa, así como Ideal Dominicana, Dovemco y Cementos Andino, debería servirnos para poner los pies sobre la tierra. Es aleccionadora. Nos creíamos duros, imbatibles, pero un día todo se desinfló.
Ahora, con el turismo, hay señales tempranas para atender.