Reconocer nuestra potencialidad presenta un lado incómodo, ya que al hacerlo, nos vemos obligados a reconocer nuestra desidia o dejadez por no desarrollarla. Nos parece fácil centrarnos en nuestras limitaciones para justificar estar estancados. Y así vemos como se suele disfrutar de enumerar nuestras limitaciones, enfermedades o carencias.

Si los padres creen que sus hijos son limitados, al criarlos tienden a hacerles creer que lo son, dificultándoles su desarrollo. De igual forma, el humano siente desesperanza y una especie de decepción por la forma en que se ha comportado con los demás a través de la historia, lo que puede frenar transformaciones sociales. Pero, aunque lo que fue, podría predecir lo que será, siempre es posible que decidamos que sea de otra manera.

Cuando narramos nuestras penalidades, lo hacemos buscando comprensión y cariño, creyendo que los otros se conmoverán y serán comprensivos con nosotros; y ciertamente, si tratamos con personas con corazones nobles así puede suceder. Por lo anterior las personas pueden disfrutar presentando sus vulnerabilidades, por ejemplo, sus alergias o dolores.

Nuestro potencial es desconocido para nosotros mismos y cada día tendemos a sorprendernos de lo que el ser humano puede llegar a realizar. No conoces ni de cerca todo lo que eres capaz de hacer.

A nivel social, tendemos a quejarnos de cómo son los demás, de lo difícil que resulta abrirse paso en la vida, de lo corruptos que son los políticos o de la maldad que existe en el mundo. De nuevo, con esta actitud, nos cerramos a posibles cambios o mejoras de nuestra realidad, por tener una cómoda excusa.

Solemos comparar nuestra mente con una computadora y aunque sea lo más parecido que conocemos, no podemos caer en el error de creer que son iguales. La computadora podrá pensar, pero nosotros también podemos sentir y modificar lo que nos desagrada, creando. No es lo mismo cometer un error, que sentir remordimientos por ello. No es lo mismo conocer a un amigo, que disfrutar con las experiencias que él te comparte. No es lo mismo conocer datos de un lugar que emocionarse al visitarlo.

La Inteligencia Artificial podría entender que una anciana ya no sirve para nada y que es preferible eliminarla por distraer parte de la fuerza productiva de sus hijos. Porque una máquina no “siente” la prioridad que sienten los hijos de preservar la madre, aunque pudiera parecer una carga. Realmente la Inteligencia Artificial es un valiosísimo instrumento, siempre que recordemos la importancia de los valores personales de la inteligencia natural que la programe.

Conocemos mucho mejor cómo funcionan nuestras computadoras que cómo funciona nuestra propia mente. No todo lo que conocemos nos llega por nuestros sentidos conocidos y desconocemos gran parte de las consecuencias de nuestros actos. Procesamos informaciones subconscientes y algunas de ellas es evidente que son extrasensoriales. A manera de ejemplo, al conjugar el verbo caber en presente del indicativo, los niños tienden a decir “yo cabo” pese a que nunca lo oyeron de sus mayores. Evidentemente el niño elabora esa información internamente y lo hace de forma regular, ignorando que es una conjugación irregular. Tenemos procesos mentales internos que desconocemos y el creerlo, es seguramente la actitud más conveniente para lograr ponerlos en funcionamiento. Si el niño y sus padres no creyeran que podrá aprender a caminar, se dificultaría lograrlo.

Como dice el título de la obra de Norman Vincent Peale: Puedes si crees que puedes. El atleta que tiene dudas antes de saltar tiene menos posibilidades de lograr su meta.

No importa lo mucho que haya avanzado la ciencia, la realidad sigue siendo un misterio que pretendemos explicar con teorías no siempre demostradas.

Todos caminamos, comemos, dormimos, respiramos y pensamos, pero cuando aprendemos a hacer todo eso con consciencia plena, con sabiduría y dedicación, los resultados son muy diferentes. No siempre nuestros esfuerzos y actitudes determinan nuestro nivel de salud, pero no podemos engañarnos, cuando dirigimos con inteligencia nuestras actividades cotidianas, son mayores las posibilidades de mantener una vida sana y alcanzar la longevidad en condiciones satisfactorias. Cuando aplicamos la ciencia a nuestras vidas, no necesariamente logramos resultados 100% seguros, pero incrementamos el grado de probabilidad de acuerdo con evidencias estadísticas. Por ejemplo, sabemos que alrededor del 85% de personas con cáncer de pulmón ha fumado de manera activa o pasiva; pero eso no asegura que el fumar provocará tu muerte, simplemente estarías corriendo un mayor riesgo que la mayoría de las personas. Es decir, nuestras conductas aumentan o disminuyen nuestras posibilidades, pero no nos dan seguridades. Tú decides que riesgos valen la pena.

Es invaluable que creas en ti y en tu posibilidad de salir adelante de una u otra forma sin importar la difícil situación en que pudieras encontrarte; siempre será mejor que creer que no hay opciones. Y al igual que nuestras células que no pueden existir sin estar interrelacionadas con todo el organismo, podemos desarrollar nuestro potencial en la medida en que podamos conectarnos con los demás y con Dios.