Más de treinta años de las últimas reformas importantes en educación no parecen ser suficiente para alcanzar la tan anhelada educación de calidad. Cada inicio del año escolar, la prensa se hace eco de los mismos problemas: que si los libros de textos, que si aún hay muchas aulas sin construir, que si a las ya construidas no se le han dado los mantenimientos necesarios, y un largo etcétera que no parece terminar nunca. Cuando se aproximan nuevas elecciones presidenciales aparecen las promesas de unos y de otros prometiendo todo lo que unos y otros no han hecho ni hicieron. Es la historia de nunca acabar. De igual manera, pactos van y pactos vienen, que ocupan muchísimas horas de encuentros y debates de actores educativos que generalmente no son los maestros y directores y mucho menos los estudiantes, para que luego los incumplimientos sigan estando presentes de unos y de otros. Mientras, 12 años de escolaridad son solo efectivamente 6.5 años en la realidad. Es decir, el incumplimiento del calendario y el horario escolar sigue siendo la realidad de nuestra educación. Los estudios nacionales e internacionales se encargan luego de mostrarnos las consecuencias y los golpes de pecho no se hacen esperar. Nuestros niños, niñas y jóvenes adolescentes muestran bajos logros alcanzados en cuestiones básicas, pero, fundamentales para la vida de hoy. 

Muchas instituciones y personas incluso hacen grandes esfuerzos por contribuir con el mejoramiento de la educación. Se organizan congresos, seminarios, talleres, encuentros de todo tipo, buscando maneras de apostar por un cambio en los resultados de aprendizaje. Es decir, las iniciativas privadas invierten tiempo y recursos por alcanzar los logros que le son inherentes, principalmente, a los órganos del estado que están para eso, ofrecer una educación de calidad para todas y todos los niños y jóvenes dominicanos. Uno, asegurando la formación de maestros según parámetros de calidad, el otro, evaluando, supervisando y acompañando a esos mismos profesionales de la educación para que su accionar en las escuelas y aulas sigan esa misma ruta.

En la realidad todo luce que estamos como atrapados en una narrativa ficticia y ajena a lo que real y efectivamente ocurre día a día en nuestras escuelas. Una narrativa que nos ha hecho presa de una actitud que muestra que parecería que somos incapaces de cambiar las cosas y que cada vez, volveremos a más de lo mismo.

No parece que podamos hacer nada para cambiar esta realidad que se muestra incontrolable aún para aquellos que tienen el poder para hacerlo y de esa manera, la probabilidad de que las cosas sigan igual, independientemente de lo que se haga, se convierte en la expectativa.

Esta continua realidad que tiene ya historia para ser contada, generan situaciones que deterioran en sí mismas las posibilidades futuras, y lo hacen, tanto a nivel motivacional, como cognitivo y emocional.

En el primer caso muchos actores históricos desconfían de que con independencia de lo que se haga se van a alcanzar cambios significativos en la educación dominicana desconfiando de otros pactos y reformas que vienen en camino; aflora una cierta desmotivación. Por otra parte, también crece la creencia de que lo que se haga no va a cambiar nada, todo seguirá igual, pues las razones fundamentales de la situación educativa no son objeto de intervención efectiva. Así, una extraña sensación interna crece y que no hace otra cosa que aumentar las dudas sofocando todo intento de esperanza. Los psicólogos llaman a esto indefensión o desesperanza aprendida. Es tan continua y permanente esta manera de actuar frente a los grandes temas educativos, que se termina dudando de que efectivamente haya posibilidades de alcanzar la tan pretendida educación de calidad.

Esta narrativa con historia larga, más de treinta años, nos ha atado a todos frente a un muro en que solo vemos ilusiones muy alejadas de la realidad concreta de la escuela dominicana que se debate en la carencia de todo: libros, cuadernos, lápices, laboratorios, artículos deportivos, instrumentos de música y muchas otras cosas tan necesarias e indispensables hoy para que una escuela funcione bien y pueda alcanzar los tan anhelados propósitos curriculares.

Todo esto es la consecuencia de una cultura política que no ve en la escuela otra cosa que su oportunidad de continuar en la visión populista, oportunista, patrimonialista y nepotista, y no la de apostar por una educación ciudadana formadora de hombres y mujeres críticos e informados, capaces de tomar decisiones autónomas e inteligentes y que participen activamente en las decisiones que conciernen a la sociedad. Esos serían ciudadanos y ciudadanas que no estarían obedeciendo a sus necesidades perentorias para darle su representación y poder político, así fuera como presidentes o como representantes en las cámaras legislativas o gestores de los territorios municipales. Reitero, la narrativa debe ser cambiada y eso solo será posible cuando los oídos de todos escuchen el reclamo de Jacinto de la Concha… la política partidaria debe ser erradicada de las escuelas y de todo el sistema educativo como condición necesaria para iniciar un nuevo camino, pues esperar un cambio en la cultura política partidaria parece ser un sueño de nunca acabar.

Todo luce que habrá que esperar que otras generaciones de ciudadanos y políticos, vengan con la cabeza y el corazón limpio de sus intereses personales como condición de su servicio a la patria y al país.