En la lucha contra la tiranía trujillista, el pueblo dominicano no vaciló ni un instante para derrocarla con las armas en las manos, combatiendo. De tres expediciones militares, dos llegaron a la tierra de Duarte y Luperón a enfrentar al dictador. No olvidaron el programa democrático de gobierno, porque su propósito era alcanzar el poder para darle entrada a la democracia. La sangre valerosa de los expedicionarios minó el terreno que contribuyó con la eliminación del sátrapa.

Aunque miembros de la izquierda participaron en las expediciones contra la dictadura, el movimiento anti trujillista concentraba la flor y nata de nuestra juventud, integradas por democráticos, progresistas, patrióticos y por la solidaridad internacional. El valor histórico de la gesta insurreccional fue utilizar la violencia, justificada, ante la vulneración de las libertades públicas y políticas y el desconocimiento de los derechos humanos por el régimen de oprobio. Si el valor es inconmensurable, el propósito se correspondía con la etapa democrática transitada: instaurar la democracia.

El objetivo principal de la lucha política es alcanzar el poder. Cualquier vía que se utilice conserva ese sagrado propósito. El camino a recorrer depende de las condiciones objetivas y subjetivas de una realidad que cambia constante y persistentemente. De ahí la importancia de observar los fenómenos en movimientos, ir al compás de sus oscilaciones para no cruzar los pasos.

En el capitalismo, para llegar al poder existen dos vías muy bien definidas que corresponden a la realidad concreta de la sociedad: la pacífica y la violenta. La etapa democrática contempla dos formas de gobiernos que han gravitado en la región y en particular en nuestro país: dictadura y democracia. Confundir la vía ha sido el gran problema de la izquierda. Le ha dado trabajo comprender la democracia en un periodo crucial de transición. En la región una parte la entiende y actúa en consecuencia. La nuestra lo hace con torpeza: perdiendo el rumbo, dejándose estigmatizar y acorralar por la derecha.

Ahí está la cuestión. Que ha perturbado el accionar de la izquierda latinoamericana y caribeña. Ni más ni menos, ha sido: extraviar el camino para llegar al poder y con un propósito muy alejado de la realidad económica, política y social de nuestras realidades, incluyendo el marco geopolítico de la región. La gran mayoría cambió su táctica insurreccional para integrarse al proceso democrático. Rectificado la apreciación del momento, se ha podido observar los avances alcanzados. En la nuestra, por ahora, aparecen signos esperanzadores para integrarse a la democracia, con los “pataleos” correspondientes y las “debilidades” de clase características de un sector social que no pierde tiempos en “resolver sus problemas” personales y de grupo, entre otras flaquezas ideológicas.

Los momentos de gloria de la izquierda dominicana se han desvanecido por equivocar el camino con pretensiones divorciadas de la realidad. Ignorar la democracia capitalista ha sido su desgracia. Los clásicos de la teoría revolucionaria, al describir el funcionamiento de la democracia representativa, llaman aprovechar al máximo, sin olvidar que es el instrumento ideológico y político de la burguesía que garantiza sus intereses.

La izquierda, la revolucionaria, está supuesta a comprender e interpretar los procesos históricos que han acompañado a la humanidad hasta nuestros días. Ignorarlos es una omisión imperdonable que les permite andar de espalda a la historia. Es precisamente ese conocimiento amplio y multilateral que consiente incursionar en la etapa democrática, participando, aglutinando a sectores democráticos, progresistas, populares y ambientalistas, etc., para enfrentar a un enemigo común y alcanzar el objetivo del momento. Esto es la profundización, transformación de la democracia.

No soy un apologista de la democracia capitalista, por el contrario, creo y trabajo por el socialismo como un tránsito obligado hacia una verdadera sociedad donde reine la felicidad y hermandad entre los seres humanos. Simplemente, ayudo a formar el pensamiento crítico contra los dogmas, la superficialidad y la unilateralidad, que permita conocer y descifrar la realidad histórica para avanzar en las condiciones actuales hacia el poder.

Nadie, en su sano juicio, puede ignorar que la izquierda se ha quedado atrás; no ha podido abandonar su apreciación equivocada del momento, andanza con la derecha y la vieja política en una carrera indetenible hacia la construcción de una nueva sociedad… Muchos se han apartado del trabajo revolucionario. Otros continuamos empujando el carro de la revolución, porque como muy bien sentenció el inolvidable Raúl Pérez Peña, Bacho: ¡Y la verdad es que la lucha sigue!