La agenda de los organismos internacionales, como el interés de muchos economistas preocupados y ocupados por el tema de la educación, nos han ido proponiendo en los últimos 20 o 25 años –quizás mal contados de mi parte- lo que parecen ser la fórmula más “efectiva” para el combate de la pobreza, la educación.

Los títulos de gran parte de los estudios realizados y los trabajos presentados expresan el deseo de muchos y el anhelo de la gran mayoría:

“Educación y superación de la pobreza en América Latina”; “Una explicación de las trampas de pobreza. El círculo vicioso entre el nivel de educación y el nivel de ingresos”; “Educación, pobreza y desarrollo: Agendas globales, políticas nacionales, realidades locales”; “Rentabilidad social e individual de la educación: una interpretación a partir de los modelos jerárquicos”; “Rentabilidad de la inversión en educación. Beneficios privados y sociales”; “Educación y pobreza: la hipótesis del capital individual y el capital social”; “¿Es rentable invertir en educación para luchar contra la pobreza?”. 

Joseph E. Stiglitz y Bruce C. Greenwaid, ambos connotados economistas y científicos indiscutibles escribieron una obra en el año 2014 publicada en español en el 2016 por La Esfera de los Libros, S. L. titulada La creación de una sociedad del aprendizaje, con el subtítulo, Una nueva aproximación al crecimiento, el desarrollo y el progreso social.

¿Cuántas horas de trabajo invertidas? ¿Cuántos foros y reuniones a nivel mundial se han realizado para exponer y reflexionar acerca del tema? No tengo la menor idea. Más, sin embargo, la Organización de las Naciones Unidas el 17 de enero de este mismo año, en su página web Cultura y educación sigue lamentándose de una terrible verdad: “Los alumnos más pobres son los que menos se benefician de la educación pública”. (1)

A propósito, señala: “Actualmente, el 20% de los alumnos más pobres solo se beneficia de 16% de la financiación pública de la educación, mientras que los más ricos se benefician del 28%”. ¡Qué locura! ¿No se supone que la inversión pública en educación y demás políticas sociales son para contribuir con la erradicación de la pobreza? ¿Y entonces?

Los gobiernos, sigue diciendo la nota, no invierten lo suficiente en los niños que más necesitan la educación, afirma el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia en un informe publicado el martes, en el que pide una financiación equitativa para combatir la “pobreza de aprendizaje”.

Los niños de los hogares más pobres son los que menos se benefician de la financiación nacional de la educación pública, según el estudio que examina datos de 102 países. 

En los países de bajos ingresos, el desglose es de 11% y el 42% respectivamente.

Y, claro, no faltaba la expresión “estamos fallándole a los niños”, según declaró Catherine Russell, directora ejecutiva de UNICEF”.

¿Cuáles serán los caminos por andar que hagan posible una transformación, como la soñada, de nuestros sistemas educativos? Fórmulas mágicas no existen, sobre todo mientras perdure una cultura política y una visión de poder que solo se nutre de la ignorancia y la pobreza de las mayorías.

No habrá reforma eficaz capaz de transformar la escuela, mientras permanezcan a su alrededor el patrimonialismo y el nepotismo, el oportunismo y el clientelismo, culturas políticas que solo han encontrado en ella la fuente permanente de sus innobles apetencias.

Más, sin embargo, pienso que a pesar de esta larga sombra histórica que se cierne sobre la educación su destino no está grabado en piedra. Sigo soñando, aunque quizás no llegue a ser testigo de ello, que vendrán celebraciones en el día del maestro en los cuales festejaremos la fiesta de una escuela autónoma, de alta calidad y guiada por hombres y mujeres profesionales de la educación sin ningún otro norte que no sean los aprendizajes de todos sus estudiantes y con ello, el orgullo por abrazar tan noble profesión.

Los propios maestros y maestras en razón de su día deberían reflexionar sobre ello, sobre todo de romper con esa cultura que no ha hecho otra cosa que beneficiarse de sus necesidades y aspiraciones, de su propio ser, convirtiéndolos en reos de proyectos mezquinos que nada tienen que ver con la sagrada misión de enseñar y educar a las nuevas generaciones.

No son más foros que se necesitan como tampoco pactos que solo se convierten de antemano en letras muertas para ser desconocidas, y sí la decisión de quienes tienen la responsabilidad política de hacerlo, dejando a un lado el vedetismo, a propósito de ella, para cosas menos sagradas e importantes.

Nota: Recuperado en Los alumnos más pobres son los que menos se benefician de la educación pública | Noticias ONU (un.org)