La política fiscal se refiere al uso del gasto público y las políticas tributarias para influir en las condiciones económicas, especialmente las condiciones macroeconómicas. Con los ingresos gubernamentales (impuestos), el Gobierno puede gastar su dinero para influir en las variables macroeconómicas. No obstante a esto, la política fiscal ha perdido relevancia como instrumento de estabilización macroeconómica ante tiempos de incertidumbre. Existe un marcado dilema en relación a este tema en la literatura económica. De acuerdo con muchos académicos, como Philip Arestis, la política fiscal merece una mejora adecuada en su importancia. Por otro lado, los defensores de la “Macroeconomía del Nuevo Consenso” o NCM (por sus siglas en inglés), examinaron que la política fiscal es ineficaz.

Como una de mis asignaciones en University of Pittsburgh, el doctor Counselman nos dispuso a elaborar una revisión en la literatura económica con respecto a este tema. Dada la naturaleza de los artículos que me propongo a publicar, consideré propicio incluir este a mi repertorio –aunque sea una breve parte de este trabajo académico–, con decenas de citas de trabajos indexados y decenas de páginas de análisis. El doctor Counselman, al cual siempre estaré agradecido por su trato y valiosas enseñanzas, me animó a que ajustara mi trabajo para que sea publicado en este espacio, traducido del inglés al español por mí. Es aquí donde exploraremos el estado actual de la literatura económica. Compararemos lo que diferentes académicos tienen que decir y, en última instancia, ¿es justificado o estamos subestimando su potencial?

Philip Arestis (2012) en su artículo “La política fiscal: un fuerte papel macroeconómico”, sostiene que la política fiscal es un fuerte instrumento de estabilización macroeconómica, especialmente cuando se coordina no solo con la política monetaria sino también, estrechamente, con las políticas de estabilidad financiera. Afirma que: “La política fiscal debería recuperar así su papel en términos de política económica”. Inclusive afirma que: “El uso de la política fiscal después de la crisis que surgió en agosto de 2007, salvó al mundo de la segunda “Gran Depresión” y terminó en cambio con la “Gran Recesión” (en menor escala).”  (Arestis 2012).

Dentro del NCM, el argumento es que la política fiscal debería fundamentarse únicamente en estabilizadores automáticos, pero, lo que es más importante, debería preocuparse por equilibrar ampliamente el gasto público y los impuestos, degradando efectivamente su importancia como instrumento activo de política económica. Los defensores del NCM sostienen que un aumento del déficit público, por ejemplo, implicaría un aumento de la carga fiscal futura y se espera que los agentes económicos reduzcan su consumo y ahorro actuales en previsión de menores ingresos futuros, remarcando así su ineficiencia como instrumento de estabilización. Además, al realizar la desestimación como estabilizador automático, se infiere que, a diferencia de la política monetaria, los efectos de las políticas fiscales son visibles a mediano y largo plazo, no en la inmediatez del momento.

Esta conclusión, se basa principalmente en los supuestos, ahora comunes, sobre el desplazamiento de las actividades del sector privado por los déficits gubernamentales, también conocidos como efecto de desplazamiento, y la Hipótesis de Equivalencia Ricardiana, también conocida como hipótesis neorricardiana (NRH). Otros, como Antonio Afonso y Ricardo Sousa, respaldan esta suposición con análisis de datos empíricos y evidencia de Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania e Italia, y demuestran que los shocks del gasto público, en general, tienen un efecto pequeño en el PIB. Sugieren que, “la política fiscal puede tener un efecto positivo en la economía, pero a pequeña escala y cuando la dinámica de la deuda se considera explícitamente, los efectos de la política fiscal se vuelven más persistentes” (Afonso y Sousa 2012).

En este contexto, este cambio reciente de la literatura macroeconómica, tanto en términos teóricos como prácticos, se debe a la introducción de nuevos modelos keynesianos que enfatizan la importancia de las rigideces nominales, como la rigidez de los precios y los salarios, a la hora de impulsar las fluctuaciones en la producción y el empleo (Gabaix, 2020). Estos modelos se presentan como una mejor herramienta para influir en la demanda agregada a través de cambios en las tasas de interés. También se da el caso de que, en vista de la “Gran Recesión” (2008), la estabilidad financiera ha demostrado ser muy importante en la política económica. La política monetaria se ha centrado en la fijación de tasas de interés como instrumento político clave, junto con la adopción de objetivos de inflación y el uso de dichas políticas para alcanzar dichos objetivos.

“Un cambio en los impuestos o el gasto público (un "shock fiscal"), en algún momento, impone una restricción a la trayectoria de los impuestos y el gasto en el futuro” (Favero y Giavazzi 2007). Carlo Favero y Francesco Giavazzi, en la búsqueda de demostrar con evidencia empírica que la política fiscal es una herramienta eficaz cuando se utiliza correctamente, estudiaron el impacto de los shocks fiscales, siguiendo la dinámica de la deuda que surge después de un shock fiscal. Y teniendo en cuenta la posibilidad de que los impuestos, el gasto y las tasas de interés puedan responder al nivel de la deuda, a medida que evoluciona. Un resultado que demostró que omitir la retroalimentación de la deuda puede dar lugar a estimaciones incorrectas de los efectos dinámicos de los shocks fiscales. Este estudio contribuye a la idea de que la política fiscal es útil si se analiza adecuadamente, prestando atención detallada a la dinámica de la deuda. En los años que siguieron a este estudio, la política fiscal fue la herramienta gubernamental más importante para corregir la crisis de 2008.

Es importante comprender, que la principal herramienta, dentro de la política fiscal que posee un gobierno, es fijar tasas impositivas. Esta tasa tiene varias ventajas y desventajas y, por lo tanto, diferentes resultados. Por ejemplo, durante una recesión, el gobierno puede reducir las tasas impositivas o aumentar el gasto para estimular la demanda y la actividad económica. Por el contrario, para combatir la inflación, puede aumentar las tasas o recortar el gasto para enfriar la economía. En definitiva, es una herramienta útil, pero muy arraigada en las identidades políticas y partidistas, ya que los partidos políticos pueden diferir en el papel de la política fiscal. La visión convencional es que la izquierda tiende a déficits excesivos, mientras que la derecha practica una política fiscal más prudente. A menudo, se contrasta la política fiscal con la política monetaria, que es promulgada por los banqueros centrales y no por funcionarios gubernamentales electos. Por tanto, los incumbentes del ejecutivo, tienden a preferir que la cuota política recaiga sobre estos agentes descentralizados, para así “limpiarse las manos” ante los efectos, si son negativos, y salir a vanagloriarse de ellos, si son positivos. “En los aspectos políticos, hay tres posibles determinantes de los equilibrios fiscales (saldo presupuestario, ya sea superávit o déficit): comportamiento oportunista de los responsables de la formulación de políticas, preferencias fiscales heterogéneas de los votantes o de los políticos y las instituciones presupuestarias” (Eslava 2006).

Los políticos, como seres humanos y protagonistas de la economía, siempre intentan maximizar las ganancias, en este caso, la aprobación o las preferencias de los votantes para las elecciones. Los votantes, junto con otros factores, como las percepciones económicas y el partidismo, tienden a lograr mejores percepciones de esos gobiernos que gastan mucho, o al menos, esa es la suposición general. Esta sensación, de que las autoridades siempre preferirán aumentar el gasto con fines electorales, contrasta con un cuerpo de literatura reciente sobre las preferencias fiscales de los votantes que, curiosamente, parece sugerir que estos no favorecen a los gobiernos con alto gasto (Eslava 2006). Por lo tanto, la política fiscal, bajo partidos políticos polarizados, suele ser menos efectiva. Sin embargo, se han presentado fuertes argumentos de que, cualquier espacio que existiera anteriormente para el partidismo en la formulación de políticas fiscales, se ha visto drásticamente reducido por los acontecimientos de las últimas décadas. La evidencia sugiere que la relación entre partidismo y política fiscal depende de las condiciones macroeconómicas (Cusack 1999). Otra conclusión, con respecto a esto, es que gobiernos menos fragmentados y con una mayor capacidad de los votantes para monitorear la política fiscal, están relacionados con déficits más bajos (Eslava 2006).

Comprender la complejidad y el impacto de las políticas fiscales y monetarias es crucial para obtener una opinión informada. Ambas políticas tienen sus respectivas eficacias. Las monetarias, dirigidas por los bancos centrales, permiten un control más rápido y directo. Esto facilita la estabilización de la inflación y la gestión de las expectativas económicas. Un ejemplo destacado es la Reserva Federal de EE. UU., que ha mantenido las tasas de interés bajas y ha utilizado la flexibilización cuantitativa para apoyar la economía. Sí, los bancos centrales pueden implementar políticas monetarias de manera más ágil en comparación con las políticas fiscales, que a menudo requieren aprobación legislativa y pueden enfrentar retrasos políticos. Pero, aunque ha habido esta tendencia a preferir políticas monetarias por su rapidez y flexibilidad, en defensa de las políticas fiscales, que también tiene sus eficacias, no dejan de ser una herramienta crucial para el estímulo económico directo y la reducción de desigualdades, a través del gasto público y la inversión en infraestructura.  Más allá de los debates, propios de una sociedad moderna y pensante, lo cierto es que ambas políticas son instrumentos fundamentales para cualquier Gobierno. El uso medido de ambos puede lograr grandes satisfacciones y logros no solo en los ámbitos económicos y financieros, sino en la búsqueda de lograr un mundo más equitativo, disminuyendo la desigualdad que impera en nuestras sociedades. Porque, ¿qué función ha de tener el gobierno si no es de ayudar a aquel que no pudo solo?

Referencias:

Afonso, A., & Sousa, R. M. (2012). The macroeconomic effects of fiscal policy. Applied Economics, 44(34), 4439–4454. https://doi.org/10.1080/00036846.2011.591732

Arestis, P. (2012). Fiscal policy: a strong macroeconomic role. Review of Keynesian Economics, 0(1), 93-108. https://doi.org/10.4337/roke.2012.01.06

Cusack, T. R. (1999). Partisan Politics and Fiscal Policy. Comparative Political Studies, 32(4), 464-486. https://doi.org/10.1177/0010414099032004003

Eslava, M. (2006) "Political Economy of Fiscal Policy: Survey.” Journal of Economic Surveys 29, no. 3: 357-378.

Favero, C., & Giavazzi, F. (2007) “Debt and the Effects of Fiscal Policy.” National Bureau of Economic Research. https://www.nber.org/papers/w12822

Gabaix, X. (2020) “A Behavioral New Keynesian Model.” American Economic Review 110, no. 8: 2271-2327. https://www.aeaweb.org/articles?id=10.1257/aer.20162005