Desde mediados de los años ochenta, Plinio Chahín representa una voz potente y original dentro de su generación poética. Lector apasionado y fervoroso, bibliófilo y borgeano, sobresale por su búsqueda incesante y obsesiva de perfección y por hallar el grial del poema. Desde que, en 1986, público su breve poemario, La consumación de la carne, un libro atravesado por el pensamiento y la búsqueda de la sabiduría ancestral y primordial, en clave aforística, su persistencia en la expresión formal ha sido su brújula. Obsesionado por encontrar un tono al verso y un ritmo a la prosa poética, Chahín –heredero de Lezama Lima, la poesía barroca y neobarroca–, ha apostado por seguir el eco y las huellas de ese canto y esa voz. Y dentro de los amplios registros, del abanico de opciones técnicas y expresivas del poema, ha logrado y sostenido, acertados matices, y creado un imaginario poético, donde sobresale su concepción de la poesía erótica. Ha fundado así su propia tradición, de su experiencia sensible, a partir de la creación de un mundo particular y personal, cuando erotiza el lenguaje mismo de la poesía. Erotización del lenguaje poético: poetización erótica de la palabra y el verso. Plinio Chahín deviene, en efecto, poeta de la sensualidad y del énfasis, del erotismo y el pensamiento. En su universo poético, cuerpo y amor, decoran su sensibilidad, en un intercambio simbólico, entre el yo autoral y el tú, la mismidad y la otredad; o la apelación o invocación a un tu imaginario: siempre una alteridad femenina. Su poesía se nutre de visiones, viajes y experiencias de los sentidos y de las lecturas: de invenciones y reinvenciones, creaciones y recreaciones. Poeta lector y lector que escribe y cultiva, poesía, ensayo y crítica: hace crítica del lenguaje poético, teoriza el poema, la poesía y el oficio, Chahín es una figura central en el ámbito del mundo intelectual, de la crítica literaria y de artes, en el panorama cultural dominicano. Lector y escritor, pensador y teórico de la filosofía y el arte, ha articulado y edificado una catedral de símbolos y registros poéticos, donde sobresale su estilo, muy personal, incisivo y perspicaz. Agudo y lúdico en sus análisis, eficaz en sus teorizaciones, original en su poesía, el autor de Hechizos de la hybris– desde sus inicios–, suele no titular sus poemas porque acaso ha querido escribir un poema único y total, con variaciones y enumerado, como si quisiera edificar una torre de versos y palabras. Es decir, un largo poema vertical y circular, de giros alucinados y arrebatos lúdicos.
En su más reciente poemario, Si parece irreal es coincidencia (2024), su Yo poético (el amante), sujeto de la enunciación, le canta a Ella (la amada), objeto y leit motiv del texto, en un concierto de los sentidos, donde la carne y el cuerpo, el alma y el ser, se transfiguran en objetos del canto y la celebración, en tono desgarrante. Chahín ha hecho, justamente, del desgarramiento, una ética y una estética, o, más bien, una poética, encendida con su voz de fuego y su lengua, que hechiza, y con la que le saca chispa a la metáfora. La mujer (Joanne) es evocada desde una memoria sensual y es recreada, y desde la experiencia visual. Poesía arrebatada, poeta arrebatado, que escribe poemas en un ritmo frenético, como un poseso, y a la velocidad de un relámpago. Cada verso es un golpe de dados, que busca abolir no el azar sino el cálculo, no a la manera simbolista sino surrealista. Un lance de baraja que juega al tarot y a la adivinación. Prosa y verso dialogan y se entrecruzan, en ritmo trepidante, donde la velocidad vertiginosa de la imaginación, permea toda posibilidad de definición: el azar del movimiento anula el cálculo. Con Hechizos de la hybris, Chahín estableció –o instaló– una poética de pie firme, y consciente de su búsqueda de espacio épico y sed hímnica, por elevar el poema a la categoría de paradigma, en su tentativa por elevarse –o navegar— como alpinista (no como espeleólogo) a las montañas de la sensibilidad y a la meseta, en los límites de la imaginación. Así pues, siempre intenta poner en crisis la representación simbólica de lo real y transgredir los bordes de la ficción, en un vuelo en paracaídas de ascenso –nunca de descenso–, por el espacio sideral hasta romper los límites de la temporalidad poética. Viaja a la presencia desde una exploración sensual para instalarse en el presente, con pulso transgresor y mirada desacralizadora.
En la órbita de su imaginario, la cábala, la mística, el ocultismo, el espiritismo y el tarot dejan entrever sus misterios y sus magias. El estilo de la poesía de Chahín, postula un tono elegiaco e hímnico, que le imprime un aire de clasicidad y de heroicidad, de aliento cósmico y de enigma, a sus palabras. Este tono sostenido nos remite a las Elegías de Duino, de su admirado Rilke, donde la narración, la descripción y el canto, se convierten en protagonistas esenciales de la arquitectura del poema. Poesía de sustancia antes que de objetos y sonidos, y antes que de cuerpos. Poesía sensual y sensorial, en la que el sujeto poético percibe, con todos los sentidos, temperaturas, olores, sabores y superficies: el ser poético palpa, mira, oye, huele con su canto rítmico. Elegía y oda. Cántico y salmo. Elogio al ritmo, este libro –que se lee como un solo texto, por su estructura compositiva– es a la vez un canto elegiaco al amor y al deseo, al cuerpo y su potencia deseante, al “amor loco” bretoniano. Amor y locura, como en Nietzsche, razón y sin razón, se vuelven entes, dinamos y ejes que hacen combustión en el poema y, gracias a sus poderes constructivos o destructivos, contribuyen a sacralizar o profanar el cuerpo de la amada. Este es un canto desnudo que pone en crisis la visión sagrada del amor. Un cuerpo textual del yo y el nosotros, lo plural y lo individual, intercambian sus deseos y su voluntad. Oigamos al poeta:
“El tiempo existe fuera de las cosas, más errante, de los límites inertes y del cuerpo. El tiempo siempre está tendido en vano, al borde de un oboe. Zozobran mundo y mente, desde las armoniosas laderas de una grupa hasta en medio de otras densas humedades. Los caballos de los dioses, de enormes alas, también naufragan, bajo tu espalda endeble y tu plata capilar”. (Poema 58, pág. 69).
Aquí lo sagrado y lo profano batallan entre la fe y el dogma, lo prohibido y lo público, lo personal y lo privado. Así pues, visión profana y visión sagrada del amor, del sexo y el erotismo, dejan ver sus perfiles y contornos, primigenios y originarios. Eros y Thanatos pugnan por triunfar sobre la derrota y el fracaso, entre la vida y la muerte del amor y los amantes. El poeta siempre apela al asombro original de la poesía, a la emoción que se vuelve sustancia del poema para destruir y dinamitar el orden, lo convencional y lo jerárquico. Conciencia y memoria, la poesía en Chahín se transfigura en su mente y en su espíritu. Las ideas y las emociones batallan en difícil equilibro, en su ser creador, incandescente, ígneo y ardiente. El pensamiento y la memoria combaten contra el deseo y el olvido. Poesía de los sentidos y del pensamiento, que violenta la lengua, y que exprime el lenguaje poético mismo. Es lo que se percibe y se capta en la experiencia de lectura de este poemario, potente y libre, en que la libertad expresiva se convierte en el centro de gravedad de su acción como canto y narración de lo vivido y lo evocado, lo leído y lo sentido. Poesía táctil, de mirada, elucubraciones y evocaciones. Poesía sensorial o de la memoria sensitiva. La de Chahín es, en efecto, una obra poética proteica y sustanciosa, que pugna por ocupar un lugar en el espacio de la representación verbal, en el ámbito de la creación lírica.
Captamos la desesperación agónica del amor, de un ser poético desolado, que busca un punto de apoyo como salvación de su alma perdida, en la escritura poética. Es decir, persigue la consustanciación y la reconciliación del cuerpo y el alma –o del cuerpo con el alma. El erotismo como pecado y culpa, desde una perspectiva cristiana, se sacraliza por la acción de la imagen poética. Prosa poética y verso tensan sus palabras para articular un discurso del amor infinito con vocación de eternidad, en que lo erótico persigue la resurrección, la purgación, la salvación y la expiación de la culpa, por medio de una visión sagrada de la lengua y la poesía. Así pues, la poesía, como ejercicio del intelecto y del acto creador, se convierte en experiencia del lenguaje y práctica de la memoria y de los sentidos, en acción expresiva. Lo proteico y lo orgánico se transfiguran así en sustancia, que galvaniza la palabra poética por su capacidad de asombro y de síntesis, contrario al cuento o a la novela. Esa peculiaridad de la poesía es lo que la hace expresión sensible del sujeto poético, que la justifica como origen de la filosofía. Y Chahín ha sabido captar esa potencialidad con rentabilidad estética e imaginativa para cincelar y esculpir el poema y domeñar la palabra hasta ponerla al servicio de lo poético.