El béisbol de las Grandes Ligas (MLB) ha comenzado. No aposté nada en la tarde inaugural. Lo hice en 1992, cuando tenía interés en que mi equipo ganara. Por algunas razones, había una fiebre de béisbol en esos años.
Hace algunos años, en un restaurant que estaba casi enfrente del colegio New Horizons, la gente iba a ver los juegos. En la década de los ochenta, uno rememora un radio donde un legendario Jorgito Bournigal daba las últimas noticias a todos los radioyentes.
En otra zona de la capital, más arriba, en una gran plaza, no se trasmitían mucho los juegos del mejor béisbol del mundo. La plaza, bien administrada, sí la abren para que las chicas puedan practicar unos bailes quemacalorías a los que le llaman zumba. Fui a uno de estos bailes, aunque no bailé: cuando las chicas salieron brindaron con un champán rosado que me produjo una alergia.
Una de las chicas, ultraparecida a una famosa actriz española, era tan bella que vio cuando yo la miraba. En su trabajo, un muchacho de una empresa le daba para sus hijos un paquete de cereales para que cenaran con la marca. De modo que hay una dinámica en esas plazas que tiene que ser estudiada por estudios de mercado (y también antropológicos).
Pero vuelvo atrás, al sitio donde los dominicanos miramos los juegos de béisbol de la Gran Carpa, el restaurant beisbolero. El dueño del restaurant ha sido lo suficientemente inteligente para poner tres pantallas gigantes, de modo que uno se siente en un cine triple, nunca mejor dicho. Pide cualquiera una cerveza y se está atento a algún hit que cambie el panorama del juego y ponga las cosas de un solo lado.
Algún familiar mío era de los Yankees, pero en realidad, aun con razones para hacerlo, nunca me animé a seguir a los mulos del Bronx. En cierta medida podemos decir que el béisbol tiene una característica esencial que quiero dejar sentada aquí con la intención de que el lector siga viéndolo o lo vea una de estas noches (todo empezó el jueves 7): el béisbol te calma. Esa paz que trasmite el anciano juego –cubierta de su dinámica estética–, se puede hallar en los mismos restaurantes a los que he hecho mención más arriba.
Entras y te sirven con todas las de la ley una bebida que esperas: no tiene que ser una cerveza. La calma del juego, que se refleja en la velocidad de las jugadas, te permite entrar en una especie de sueño en vida, un placer de estar en el estadio a la espera de que la próxima jugada se efectúe. Si el pitcher es lento en su manera de ver las cosas, entonces más lento es el juego, algo que no le gusta a algunos directivos de MLB.
Por ahí andan ciertas reglas para esta temporada. No creo que tengan que ver nada con el aceleramiento del juego, total a uno le gusta así de lento como es: ver al pitcher mirar la seña del cátcher como hacía yo con ese primo de Baltimore que venía todos los años y que pichaba decíamos como Bret Saberhaguen. Yo, que atrapaba con un guante efectivo, decía que era Gary Carter, razón por la que el equipo de los Mets no me desagrada. Aunque no hemos hecho la encuesta, podemos decir que Boston y New York Yankees, son las franquicias más seguidas por los fanáticos dominicanos del béisbol de la Gran Carpa.
En la intensa noche del juego, en el restaurant todo puede ocurrir: un apostador sabe que solo le falta un equipo para ganar su quinteta. Es mucho todavía lo que tiene que hacer la antropología cultural para detectar este comportamiento humano nuestro: ir al estadio es otra situación, otra superficie donde los espectadores compran una pizza y aclaman a su equipo en una competición intensa que atrae a millones cada año.
Entré a un dog-out cuando tenía tres años y el olor de la menta que comían los peloteros me dejó con la impresión de una magia que no volvería ver en otra ocasión. Mi encuentro con el tabaco masticado de los peloteros, requiere otra historia: he masticado tabaco, quiero dejar dicho aquí en esta nota.
En una cita ineludible, los fanáticos que no van a los restaurantes de toda la ciudad a ver los juegos de pelota de este año pueden verlo en su casa, en la calidez del hogar. Se trata, como en el fútbol, de fanáticos que conocen la dinámica del juego y saben cuándo un pitcher debe ser sacado de la lomita para enviarlo a los baños.
En el caso de que se quiera ir al restaurant, no se va con intención de pelear con aquellos que van a los otros equipos. Uno intenta comprender lo que ocurre en la mente del coach para no entrar en la lomita y decirle al pitcher: ¿qué pasa?
En ese restaurant me veía entrar, pero era algo que no duraría una hora pues después marchaba. La capital se vistió de plazas, pero sigue siendo la misma. Ahora una modalidad resulta en ir a las azoteas donde se zambulle uno en piscinas altísimas desde donde se puede ver la ciudad en todo su esplendor de luces y edificios.
Como dije arriba, las Grandes Ligas comenzaron hace unos días y la gente debe estar preparada para mirar todo con esa paz que trasmite el deporte de Willy Mays. Muchos se preparan algún comestible para ver el juego, algunos snacks. Si el lanzamiento parece strike entonces lo diremos, pero sí parece bola también lo diremos en cualquier lugar.
Con gran estupor, vimos hace días el robo de bases de un gran pelotero –tan buen corredor como Willie Maggie–, y nos sorprendió que se robara la tercera y el home. Pensamos en Maggie, en aquella lejana época, y pensamos que en esa misma cuenta de Tik Tok o Instagram deberían poner otros asuntos destacados del deporte de Nolan Ryan porque de entrada no lo hacen. En el restaurant, agradecerán la visita de los espectadores del juego y el considerable consumo que hacen en sus mesas.
Playball!