Igual que los bomberos, que solo son recordados cuando ocurren fuegos y otros eventos, los periodistas son vistos como héroes imprescindibles cuando llegan los apuros por la amenaza de fenómenos hidrometeorológicos como los ciclones. El huracán Fiona (categoría1, según la escala Saffir-Simpson) es un ejemplo fresco.

Fuera de ahí, pasan inadvertidos. O despreciados. O, en generalización irresponsable, etiquetados como una plaga de ineptos, extorsionadores, chantajistas, atrapacheles y comequipes.

Tal percepción oculta la realidad real. El creciente segmento de estos profesionales que practica estas deleznables inconductas representa la parte delgada de la soga de la corrupción que se mueve detrás del telón y esa abarca a empresarios, políticos, abogados, ingenieros, contadores y otros actores. Un tinglado.

En ese mundo convulso, otros sobreviven con profesionalidad y mucha dignidad. Y hasta arriesgan sus vidas con tal de cumplir con la responsabilidad social de servir información veraz y oportuna a las audiencias en situación de emergencia. Innegable. Se vio en el cubrimiento de Fiona que acaba de impactar provincias del este.

Hubo detalles a mejorar en otras coberturas, sí.

Se evidenció exceso de riesgo innecesario. El periodista no es el pro, sino un mediador que debe buscar información de calidad para servirla a tiempo a la sociedad. Con ese servicio contribuye a la toma de decisiones oportunas de protección de la sociedad ante cualquier situación que ponga en juego sus vidas y bienes. Pero hay límites.

Con el exceso de protagonismo se menospreció el gran peligro que representan dos de las tres características de los ciclones: marejadas y vientos. Y obviaron los altos riesgos de enfermar por contacto con torrentes de aguas contaminadas. Hubo desafíos temerarios que pudieron terminar en tragedia.

Lo primero debe ser garantizar la vida del reportero y la reportera.

Fue notoria también una confusión con los términos relacionados con el fenómeno y la trayectoria. No es lo mismo onda tropical que depresión tropical, tormenta tropical y huracán. Ni es lo mismo un huracán categoría 1 que uno 2, 3, 4 o 5. Tampoco es igual velocidad de traslación que velocidad de los vientos y el rumbo del fenómeno. Y hay diferencia entra alerta, advertencia y aviso de huracán.

Hubo fallas de explicación sobre la estructura del fenómeno y su comportamiento. Se evidenció una profusión de la expresión ojo del huracán, sin argumentar en qué consiste y qué pasa cuando se ubica sobre un territorio.

En República Dominicana hay antecedentes sobre miles de muertes evitables al paso de “un hijo del mar” solo por desconocer que el ojo es una gran zona de calma que puede dar la impresión de que todo ha pasado (24 hasta 40, y hasta 100 kilómetros), pero, al desplazarse, lleva consigo su anillo de vientos poderosos (caso San Zenón, del 2/9/1930).

Otro detalle. Los ciclones no son monstruos que se forman para destruirlo todo y matar a los humanos y demás seres vivos.

No son, por tanto, desastres naturales, sino reacciones normales de la naturaleza como sistema, que visibilizan la carencia de planes de ordenamiento territorial y la azarosa vida de comunidades empobrecidas que habitan viviendas de trozos de madera y zinc viejo en laderas de cañadas, riberas de ríos, cauces secos o en cualquier pedazo de tierra vulnerable que otros dejan. Así que el desastre natural es hechura del hombre, no es el ciclón.

Situar a las comunidades afectadas siempre será útil para los públicos que siguen los medios noticiosos. Darle seguimiento antes de ocurrir, documentar su situación, contextualizar, poner en perspectiva para mover la acción pública, debería estar en las agendas mediáticas.

Porque, solucionada la pobreza, planificado el uso de suelo y facilitar viviendas dignas aminoraría el impacto de cualquier fenómeno natural, aunque fuese un seísmo fuerte.

Por lo demás, enfrentar a la furia de las ráfagas, marejadas y fuertes lluvias de un ciclón podrá ser bueno como espectáculo; mas no como noticia constructiva para las comunidades en riesgo.

La temporada ciclónica en RD comienza el 1 de junio y termina el 30 de noviembre. Eso no significa que fuera de ese período no se presenten estos fenómenos. Aquí tenemos registros de tormentas fuera de tiempo.

La subtropical Olga tocó tierra dominicana, al sur de Punta Cana, provincia La Altagracia, el 11 de diciembre de 2007. Un mes antes otra, la Noel, había producido muchos daños. Las autoridades reportaron 33 muertes, 12 mil viviendas con daños, 60 mil personas desplazadas (14,000 en albergues) y 190 comunidades aisladas.

Quiere decir que estamos en permanente riesgo. Riesgo que crece por las condiciones de vulnerabilidad en que vive la gente.

Ante esa realidad, los medios de comunicación en tanto empresas económicas que debe servir información veraz contextualizada con apego a la ética, deberían apelar a la Organización Panamericana de la Salud (OPS/OMS) para entrenar a sus reporteros en gestión de riesgos y cobertura de fenómenos naturales distantes del amarillismo y el sensacionalismo, porque -se supone- el objetivo no es aterrorizar. El miedo petrifica, no salva.

Y el periodismo, si ayuda a salvar vidas al servir información contextualizada, seguirá siendo “el mejor oficio del mundo”.