El Periodismo no ha perdido vigencia, contrario a como aventuran algunos. En el mundo global que habitamos, este tiene mucho más pertinencia y las tecnologías presentes le facilitan la existencia. Jamás le anulan, ni le desnaturalizan.
El problema es otro: su desdibujamiento por parte de allegados que un día descubrieron en él una mina de diamantes inagotable. Una fuente de enriquecimiento facilón a través del chantaje y la extorsión y, al mismo tiempo, dadora de un prestigio social difícil de conquistar en el ejercicio de otras disciplinas. Y un sistema que se convida, les paga y les consciente a cambio de promoción y silencio.
El precio a pagar ha sido muy caro. Se ha generalizado la percepción de periodista como cualquier individuo que evacue palabras en cualquiera de los medios de difusión, tradicionales y nuevos. Y más periodista será si amanera los gestos, ademanes y el habla, y se pone en modo investigador para poner la lupa a los demás.
Tal apreciación conlleva de manera automática el sambenito de corrupto para todos profesionales del Periodismo, “el mejor oficio del mundo”, en palabras del Nobel de Literatura, colombiano Gabriel García Márquez.
Nada más alejado de la verdad. La corrupción es sistémica, como el narcotráfico y otros males. Sin embargo, por ello, de ninguna manera resultaría aceptable el juicio ligero de tildar a cada profesional sobre la tierra como corrupto y opaco, como si este naciera con un chip de corrupción incorregible en el cerebro.
En nuestro periodismo radiofónico, impreso, televisual y del ciberespacio hay de todo: honestos y rabiosamente honestos; corruptos, patológicamente corruptos. Hombres y mujeres, veteranos y nuevos.
Pasa lo mismo con la calidad. El ayer y el hoy registran excelentes periodistas, pero también muy malos y sin un ápice de sensibilidad social. Carece de validez es el discurso que ubica todo lo bueno y excelente en el ayer, y lo malo y malísimo en el hoy. Tampoco aquel que produce una ruptura con el pasado y postula lo contrario.
El asunto es que los malos ganan terreno. Mismos que han asaltado la profesión para banalizarla y convertirla en negocio vulgar sin compromiso, ajena al deber de servir información veraz a la sociedad. Su ruido es insufrible e imponente; desparraman su fetidez por todos los rincones para anclar su vicio como norma en el imaginario colectivo.
Cada día son más comunes los relatos inventados en contra de alguien (empresario, político, funcionario) para provocar una llamada de retorno, directa o a través de algún emisario, invitando a “un hablao” que casi siempre termina con una solución económica…
Cada día son más comunes las leyendas urbanas mediatizadas sin reparar en daños a la sociedad, porque es tiempo de Fake news y posverdad. Y no faltan quienes, si no llega un trozo del pastel publicitario, atacan sin piedad como fieras hambrientas.
Eso es cada vez más recurrente, cierto; pero, al otro lado, están los otros, con el estandarte de la dignidad, aunque con bajo perfil y aparente poca fuerza. No se ha perdido la guerra.
Y eso analizaba en parte con los muchachos y las muchachas que, el viernes 20 de enero, en Pedernales, me acompañaron en el taller: Diálogo sobre Redacción para los Medios desde la perspectiva del Periodismo Turístico, con el aval de la Asociación Dominicana de Prensa Turística (Adrompretur).
Les dejé claro que la ética debe guiar el quehacer periodístico, “aunque no nos vigilen”. Que, antes de escribir sus historias, deben ponerse en el lugar del otro para pensar cómo se sentirían ellos si otro les hiciera lo mismo.
Claro les dejé que los daños provocados por la desinformación son irreparables y no se resuelven con un choque de copas y un “discúlpame” en un encuentro de bar gestionado por algún mediador.
Sobre todo, que esta profesión es compleja, exige mucho desprendimiento y un alto compromiso social. Por tanto, que un ejercicio saludable es “mirarse al espejo” cada amanecer, antes de salir a la calle en busca de datos.
Autocriticarse para identificar sus puntos de mejora y resolverlos les llevaría a entender que la información veraz es un bien sagrado que han de servir de manera oportuna a la sociedad para que esta adopte decisiones de calidad. Fuera de ahí, solo habrá despecho, chantaje, extorsión, ganas de joder.
Les recalqué: El desafío es grande, pero hay muchos buenos. Solo hay que despertarles y hacerles saber que les valoramos.