Cuántas veces no he oído historias de vida de mujeres de barrios marginados que sufrieron de abusos sexuales en su adolescencia y que arrastran  esta herida toda su vida sin sanación y  resiliencia.

X… “a  los 12 años, me mandaban de trabajadora doméstica para hacer oficios en la casa de un amigo de papi, que me manoseaba y tocaba. Trataba de hablar con mi mamá, pero como era un amigo de mi padre no me hacia caso y no se atrevía a decirle nada. Cuando me penetró también me amenazó. Robé un dinero y huí de la casa antes del pago de la quincena. Mi padre me dijo mentirosa y me dio una pela que fue casi peor de lo que me había ocurrido”.

De la misma manera he conocido a muchas adolescentes de hoy que han tenido que afrentar abusos sin recibir ningún tipo de apoyo familiar. Muchas veces los hechos han sido inducidos por el padre o la madre o, peor, perpetrados por padres, padrastros o familiares cercanos “insospechables”.

Salieron recientemente a relucir la violación sexual de una niña de 2 años que vive con su madre y padrastro, en Maimón, y de dos niñas de 5 y 6 años, en Bonao, agredidas por un tío durante sus vacaciones en casa de su abuela paterna.

Hay abusos secretos y otros que son un tema de murmullos en barriadas, murmullos que no salen del callejón porque vivimos en una sociedad machista, amparada en la doble moral, donde la mujer es todavía vista en su hogar como sierva del hombre y donde impera una normalización de la violencia intrafamiliar y de la violencia sexual.

Sin embargo, para una persona en su sano juicio no hay nada más monstruoso y difícil de aceptar que la violación de un bebé o de una niña con discapacidad. La visión de los piecitos encogiditos y de la barriguita de la última víctima dan ganas de gritar. Este acto produce una repulsa aún mayor cuando uno sabe que la niña tiene discapacidad cognitiva, no habla, no camina y usa pampers. ¿Qué atractivo sexual puede tener para un hombre en sus cabales una niña discapacitada con pampers?

Este caso es el típico caso de abuso intrafamiliar que se repite con regularidad donde el hombre: padre, padrastro, tío o vecino, se aprovecha de una menor, en este caso incapaz de reaccionar, para producir el desahogo de sus pulsiones y violencia.

Varias investigaciones han sacado a relucir que los menores discapacitados son más propensos a sufrir cualquier tipo de abuso, por factores asociados a su situación personal, familiar y social. Hay mayor dificultad para detectar las situaciones de maltrato, dar credibilidad a las sospechas, denunciarlas, y tratar adecuadamente las situaciones, especialmente cuando sus víctimas son menores con discapacidad psíquica.

Da escalofrío el llamado de las autoridades a las familias a cuidar mejor sus niños, a tomar todas las precauciones de lugar, a no confiar en nadie ni siquiera en los mismos integrantes de la familia, padrastros, tíos, padres biológicos incluidos.

Vivimos en medio de una gran contradicción: por un lado, ensalzamos la familia como el núcleo sagrado y fundador de la sociedad; pero, por el otro lado, en muchos casos esta no resulta ser el lugar de protección que se nos dicen que es. No es, como expresan algunos muy convencidos de lo que afirman, que “se ha perdido la moral”, en realidad la violencia sexual ha afectado a generaciones de niñas y mujeres dominicanas.

No solo es responsable la persona que comete el delito, también lo es la sociedad que por su misma organización social  favorece las crecientes desigualdades así como el poder patriarcal y la violencia.