Un influyente funcionario del gobierno central me ha comentado reiteradamente que en Pedernales están en todo, menos en turismo.
Su percepción viene a cuento en vista de una creciente resistencia a la formación técnica gratuita para suplir la demanda de empleos de los complejos hoteleros, terminal turística y aeropuerto internacional. Asegura que los proyectos son indetenibles y, cuando llegue el momento de la operación, los administradores buscarán donde sea el personal requerido.
Su opinión en modo alguno es exclusiva. Otros actores de primer nivel arguyen lo mismo y, en la provincia, representantes estatales corean el estribillo. Preocupante.
De seguir la tendencia de apatía, de entrada se presagia que los mejores cargos de turismo serán ocupados por forasteros. Para decirlo de otra manera, salvo excepciones, los provincianos tendrán que conformarse con limpiar habitaciones y pisos y cuidar jardinería.
Pero implícito, oculto, en ese augurio patético subyace algo peor, que es causa, no efecto, de tal conducta: el atractivo del narcotráfico, un negocio superpoderoso, pero de alto riesgo para la integridad en vista de la violencia que le es consustancial y la pandemia de drogadicción implantada.
La estructura de poder, vía sus múltiples canales de manipulación, ha inoculado en las mentes de una caterva de personas (desde niños hasta adultos mayores) que son importantes si poseen millones de pesos y dólares; sobre todo, si exhiben tal riqueza a través de residencias, villas, fincas, autos de lujo, viajes de placer a destinos de lujo y mujeres despampanantes.
Ha instalado en su imaginario la idea de que “quien nada tiene nada vale” y que en la sociedad de hoy se necesita tener mucho dinero, a cualquier precio, para resolver la escasez de una vez y por todas, ganar aplausos estruendosos y comprar impunidad.
Ya es generalizada la convicción de que nada de eso se logra con un salario en una empresa formal. Menos si ese pago se queda lejos del costo de la canasta básica y si el desgaste de la esperanza de vida se acelera. Tampoco estudiando en la escuela, el liceo o la universidad; de ahí, en parte, la deserción.
No han de sorprender entonces los desfiles diurnos y nocturnos de hombres hacia puntos de las costas del mar Caribe, desde Pedernales hasta Barahona, a esperar que las olas deparen una buena “pesca”.
Desde el otro lado, en el Caribe venezolano y colombiano, los capos conocen al dedillo esas aguas, saben que la distancia es corta y hay medios para vencerla con rapidez y coronar sus operaciones con alto nivel de certidumbre.
En las interacciones con los receptores, jóvenes han sobrevivido, muestran “progreso” y son celebrados; otros están presos o adictos y es un “secreto” la cantidad desaparecidos durante esas faenas.
Sobre tal drama, el Gobierno es el principal responsable. Vivió de espaldas a Pedernales hasta sumirla en la pobreza y la pobreza extrema, y con ello provocó una sostenida emigración de su gente, una fragmentación de sus organizaciones, la anulación de los valores tradicionales, pérdida de la identidad e imposición del tigueraje.
Cerca de 62 de cada 100 hogares sufren pobreza monetaria en esta provincia del extremo sudoeste dominicano, frontera con Anse -a- Pitre, Haití, conforme los datos oficiales. Es mucho más grave la pobreza multidimensional (índice que refleja las múltiples carencias de las personas en educación, salud, agua potable, sistema sanitario, electricidad y demás servicios).
Con su larga indiferencia, el Gobierno la dejó exhausta, vulnerable, sin defensa ante las malas tentaciones.
El panorama sombrío de hoy es, entonces, una construcción fina del poder con la connivencia, por comisión u omisión, de actores locales acostumbrados a beneficiarse de la ignorancia y el caos.
Es fácil crear camadas de mendigos para luego ir, como ChapulínRD, a paliarles el hambre de un día con migajas adquiridas con dinero del erario, no de sus bolsillos.
Quienes hacen eso, huyen “como el diablo a la cruz” a cualquier intento de incentivar el pensamiento crítico en las personas porque tal acción representaría el final de sus diabluras.
La realidad resulta testaruda. Está ahí, a tiro de nuestros ojos 24/7. Intentar ocultarla con retórica de relaciones públicas de poca monta, temprano o tarde, agravaría la situación.
Un ejercicio de responsabilidad obliga a reconocerla en su diversidad de dimensiones para plantear soluciones de fondo que, en este caso, trascienden por mucho los hoteles, el aeropuerto, el puerto y sus ofertas de empleos.
Lograr un cambio en las actitudes apáticas y la indiferencia de mucha gente ante la novedad del desarrollo turístico; resucitar al Pedernales modelo de respeto, solidaridad, honradez y responsabilidad; y volver a la vibrante juventud, referente de limpieza y de organización social y cultural, será una tarea ciclópea y de largo aliento.
Esa misión implica de entrada un urgente reenfoque desde el Gobierno y, en lo local, una participación activa de organizaciones y el liderazgo con visión ahora disperso para analizar la situación y plantear soluciones posibles desde la ciencia. El mal está hondo.
Sobre la plataforma social actual no habrá turismo sano, ni en Cabo Rojo, ni en los municipios Oviedo y Pedernales.