Hay fechas que no solo se escriben en el calendario, sino en la memoria colectiva de los pueblos. El 25 de noviembre, declarado como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, es una de esas fechas. Este año, sin embargo, la efeméride adquiere una dimensión más íntima y profunda para nuestra nación, pues también celebramos el centenario del nacimiento de Patria Mirabal, una de las tres heroínas que marcaron, con su sacrificio, el rumbo de nuestra historia contemporánea.

En la figura de Patria, y en la de sus hermanas, Minerva y María Teresa, se condensa la resistencia valiente contra la opresión y el eco eterno de un mensaje que atraviesa generaciones: la libertad no es un regalo, es una conquista.

Patria, la mayor de las mariposas, fue un símbolo de determinación serena, una mujer que entendió que la lucha por la justicia empieza en lo cotidiano, en las decisiones aparentemente pequeñas que, al unirse, configuran un cambio trascendental.

Recordar a Patria Mirabal en su centenario no es un ejercicio de nostalgia; es un llamado a enfrentar las sombras que aún persisten en nuestra sociedad. A pesar de los avances, la violencia de género sigue siendo una herida abierta en la República Dominicana. Más de 70 feminicidios al año dejan un vacío irreparable en nuestras familias, y 1 de cada 3 mujeres ha sido víctima de violencia física o sexual en algún momento de su vida.

Estas cifras no solo nos hablan de tragedias individuales, sino de un desafío estructural que amenaza el desarrollo de nuestro país. Thomas Piketty, en El capital en el siglo XXI, señala que:

“Las desigualdades estructurales, incluida la de género, limitan el potencial de crecimiento sostenible de cualquier nación.”

En nuestra región, el costo económico de la violencia de género equivale al 1.6 % del PIB, según el Banco Mundial. Esos recursos, que podrían destinarse a educación, salud e infraestructura, se pierden en una espiral de sufrimiento que, como sociedad, no podemos tolerar.

En nuestra Constitución, los principios de igualdad y dignidad humana están claramente consagrados. El artículo 39 establece que:

“Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, reciben la misma protección y trato de las instituciones, autoridades y demás personas, y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades.”

El artículo 42, por su parte, protege el derecho de todas las personas a vivir libres de violencia, discriminación y trato denigrante. Estos principios, sin embargo, no deben quedarse en las páginas de un texto legal. Es nuestra responsabilidad colectiva —como individuos, como instituciones y como Estado— hacerlos realidad.

Desde el Defensor del Pueblo, hemos asumido este compromiso con acciones concretas. Más del 50 % de los cargos gerenciales y el 60 % de los puestos directivos en nuestra institución están ocupados por mujeres. Esta no es una cifra anecdótica; es una prueba de que el cambio estructural comienza desde las instituciones que predican con el ejemplo.

Amartya Sen, en su obra Desarrollo como libertad, afirma:

“El desarrollo no puede lograrse sin la participación activa de las mujeres en todas las dimensiones de la vida.”

La igualdad no es solo un ideal moral; es un motor para el progreso económico, social y político.

Durante una de las jornadas que realizamos desde el Defensor del Pueblo, una mujer se acercó y me dijo algo que aún resuena en mi memoria:

“No tengo miedo por mí; tengo miedo por mis hijas. No quiero que crezcan pensando que esto es normal.”

En sus palabras, encontré el reflejo de una lucha que va más allá de las estadísticas o las políticas públicas. La violencia de género no es solo el dolor de una persona; es una cadena que amenaza con perpetuarse en las generaciones futuras.

Pero también vi algo más: la esperanza. Porque cada mujer que se niega a rendirse, cada hombre que decide ser un aliado, y cada acción que tomamos como sociedad es un eslabón roto en esa cadena.

El 25 de noviembre no solo nos conecta con nuestra historia nacional; también nos une a una causa global. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en particular el ODS 5, nos llaman a garantizar la igualdad de género y a empoderar a todas las mujeres y niñas.

El reconocimiento de las Naciones Unidas a los esfuerzos de la República Dominicana es un reflejo de nuestro compromiso, pero también un recordatorio de todo lo que aún queda por hacer. Como escribió John Rawls en Teoría de la justicia:

“La justicia social se mide por cómo se trata a los más vulnerables.”

En esta lucha, las mujeres víctimas de violencia son las más vulnerables. Garantizarles protección, justicia y dignidad no es solo un deber; es una medida de nuestra humanidad como sociedad.

Al mirar hacia el futuro, debemos aspirar a un país donde el nombre de Patria Mirabal no sea solo un símbolo de lucha, sino un emblema de triunfo. Un país donde la violencia de género no sea una herida abierta, sino una historia superada.

Para lograrlo, necesitamos construir una cultura de respeto, educación y justicia desde todos los niveles: en nuestras instituciones, en nuestras comunidades y, sobre todo, en nuestros hogares.

La valentía de Patria, Minerva y María Teresa nos enseñó que el cambio es posible cuando las convicciones son firmes y las acciones son constantes. Su legado no debe quedarse en los discursos o las conmemoraciones; debe convertirse en el motor que impulse nuestro compromiso diario.

Como Patria dijo alguna vez:

“Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte.”

Hoy, esa fuerza nos corresponde a nosotros. Cada decisión que tomemos, cada política que impulsemos y cada voz que alcemos en defensa de la igualdad será un testimonio de que su sacrificio no fue en vano.

El centenario de Patria Mirabal es una oportunidad para recordar que la lucha por la justicia y la igualdad no pertenece al pasado; es una tarea constante que exige nuestra acción en el presente.

Imaginemos una República Dominicana donde ninguna mujer tenga que temer por su vida, donde cada niña crezca con las mismas oportunidades que su hermano, y donde el respeto y la dignidad sean los valores que definan nuestra convivencia.

Ese país es posible, pero solo si asumimos nuestra responsabilidad con la misma valentía que las hermanas Mirabal demostraron hace más de medio siglo.

Porque la justicia no es un regalo; es una conquista. Y la igualdad no es un sueño; es una meta que debemos alcanzar juntos.

Muchas gracias, y que Dios bendiga a cada mujer en la República Dominicana.