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Regreso a la Luz. Serie de acuarelas. Obra de Milán Lora.

Un relato precioso da inicio al “Libro de los Abrazos”, de Eduardo Galeano. Allí se nos cuenta que una persona, contemplando a la humanidad desde el cielo, llegó a la conclusión de que somos “un mar de fueguitos” en el que “cada persona brilla con luz propia entre todas las demás”. En la historia, quien observaba advirtió que “no hay dos fuegos iguales”. Para Galeano “hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.

Una vida de servicio es capaz de encender en otros su propio fuego. Lo hemos visto tantas veces a lo largo de tantos años que, a pesar de toda la evidencia en contra, uno sigue creyendo posible que nuestro país llegue a ser verdaderamente justo y solidario. Las llamas de la compasión se van encendiendo cada una con su propio color. Alguien, por ejemplo, ha empezado a trabajar en la creación de un voluntariado musical después de haber visitado un lugar de cuidado y acogida para adultos mayores y cantado para ellos. Después de escuchar algunos testimonios, otras dos personas, en dos instituciones distintas, están ayudando a formar niñas y adolescentes, sentando las bases de un mejor presente y un mejor futuro para ellas. Un joven abogado, tras ser invitado, va una vez al mes a una escuela pública enclavada en uno de nuestros barrios para conversar con los jóvenes sobre ciudadanía responsable.

Avivar el propio fuego y la luz de los demás, también requiere comprometer las rutinas y la cotidianidad de cada día con los más vulnerables. Quizás por eso el desafío más importante de la cultura de voluntariado es aprender a mirar la realidad con ojos de misericordia, no para separar la vida en “horas de voluntariado” y “horas de trabajo pagado”, sino para que la compasión sea una manera de habitar en este mundo y relacionarnos adecuadamente con los demás.

El arte, cuando es puesto al servicio de la solidaridad, también es muy eficaz para enseñarnos a mirar con compasión. En el Libro de los Abrazos, en el capítulo titulado “La función del arte /1”, Galeano relata que un niño, cuando se vio por primera vez frente a la inmensidad del mar, quedó “mudo de hermosura” y “cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: -¡ayúdame a mirar!”.

Las creaciones artísticas, en cualquiera de sus formas, tienen el poder de transmitir, conmover y animar la solidaridad; pueden despertar la ternura y hacernos reflexionar sobre nuestra contribución a la luz o la oscuridad de este mundo. Sabemos esto porque durante muchos años en el Servicio de Voluntariado Ignaciano de República Dominicana (SERVIR-D) tuvimos la inmensa fortuna de contar con dibujos y acuarelas de Milán Lora para ilustrar algunas de nuestras publicaciones. En sus pinturas, Milán conseguía una de las cosas que resultan más difíciles en esto del voluntariado: contar la vida de los más pobres sin quitar nada de su dureza y sin despojarla de toda su dignidad.

A raíz del fallecimiento de Milán hace unos días, he vuelto a repasar una página de Instagram en la que aparecen fotos de acuarelas suyas que fueron exhibidas en la exposición “Regreso a la luz”, en el verano del 2021. Muchas de ellas invitan a cuidar la naturaleza, a proteger el medioambiente, a disfrutar de las plantas y de la belleza de nuestro país. Contemplando los posts con sus acuarelas, así como algunos de los dibujos que hizo para SERVIR-D, me convenzo de que tanto la solidaridad como el arte son lenguajes de comunicación que nos permiten transmitir a otros no solo aquello que nos importa, sino también que el otro nos importa.

Hay muchas similitudes entre arte y solidaridad, entre las acuarelas de Milán y el voluntariado. Ambos invitan a crear vínculos entre las personas y la naturaleza, entre la propia historia y la historia de los demás, entre los que queremos hacer del mundo un lugar mejor y aquellos que nos transforman a nosotros en mejores personas. Lo saben bien cada uno de los voluntarios que, con el fuego de la compasión encendido, buscan conectar su acción solidaria con la totalidad de su persona, y sanar las heridas de la sociedad dejando que de sus propias grietas brote la acción creadora capaz de embellecer cualquier realidad.