Aunque estuvimos hasta hace poco en una pandemia que paralizó al Mundo, realmente la peor pandemia que nos está afectando es a nivel de la salud mental. La morbilidad y mortalidad de esta pandemia es mucho peor, pero tiende a pasar inadvertida. La OMS estima que sólo por la pandemia de la COVID, los niveles de ansiedad se incrementaron en un 25%.
Normalmente reconocemos que se está viviendo con altos niveles de: estrés, ansiedad, depresión, desgaste profesional, crisis de identidad, suicidios, conductas antisociales, pérdida de sentido existencial, etc. Esos trastornos psicológicos afectan directamente nuestra neuropsicología, provocando desequilibrios que alteran el funcionamiento normal de nuestro cuerpo y pueden producir casi cualquiera de las enfermedades conocidas.
Podríamos creer que una crisis depresiva no es peligrosa porque nadie se muere de tristeza y estaríamos muy equivocados, porque la tristeza sí puede ser mortal. La depresión tiende a deprimir nuestros órganos, los cuales funcionan con deficiencia; por ejemplo, nuestro sistema inmunológico también se deprime y al hacerlo, baja nuestras defensas, exponiéndonos al ataque de cualquier germen e incluso al desarrollo del cáncer. A nivel psicológico puede llevarnos a conductas autolíticas o peligrosas como: Alcoholismo, abuso de drogas, accidentes por descuidos laborales, manejo temerario, aislamiento, violencia, abandono de tratamientos médicos, negligencia en el cuidado personal y suicidio. Además, disminuye nuestra resiliencia ante enfermedades físicas, por ejemplo, padecer de Cáncer, no tiene el mismo pronóstico en alguien con actitudes positivas que en otro que ya no le interese vivir.
Las altas tasas de depresión en una sociedad repercuten en su productividad, desarrollo, índice de pobreza y falta de colaboración ciudadana, siendo oportuno señalar que las afecciones mentales están reconocidas directamente entre las principales causas del ausentismo o incapacidad laboral. La salud mental de sus individuos puede hacer que una nación sea grande o que colapse.
Aunque tomamos como ejemplo la depresión, este tipo de análisis puede aplicarse a otros tipos de trastornos mentales. Los trastornos mentales afectan: percepción, atención, concentración, memoria, motivación, creatividad, felicidad, relaciones humanas, resistencia, capacidad de resolver problemas, perseverancia, prudencia, y podríamos alargar la lista indefinidamente. Provocan conductas antisociales, aumentando nuestra violencia, disminuyendo nuestra empatía y pueden ser un importante detonante de nuestras guerras. Y conviene recordar que las guerras actuales pueden tener una mortalidad impredecible.
Pero ¿cómo hemos llegado a debilitarnos tanto mentalmente? Analicemos las cosas que debilitan nuestro cuerpo, porque son similares a las que debilitan nuestra mente. Imaginemos pasar el día evitando toda actividad física que requiera esfuerzos para no agotarnos, ingiriendo muchas grasas, dulces y alcohol. Evidentemente en la medida en que evitas esfuerzos físicos, tu cuerpo se torna más débil y enfermo. En cambio, quienes descansan lo necesario, se ejercitan con frecuencia, comen lo que deben (aunque no fuera lo que les guste) y se ocupan de cuidarse, físicamente suelen estar en mejores condiciones. Las evidencias científicas que demuestran que estos hábitos permiten mayor calidad y cantidad de vida son indiscutibles.
A nivel mental necesitamos también disciplina y coherencia. Actualmente nos mantenemos buscando una vida “light” lo que el filósofo Zygmunt Bauman llamó la “modernidad líquida”, una vida sin compromisos, cogiéndolo suave, sin preocuparse mucho por nada ni nadie. Por otro lado, a nivel espiritual ha habido una indiscutible crisis de valores que ha afectado severamente a la humanidad en el plano emocional y la gravedad de esa pérdida de sentido existencial es incalculable, y no estamos comprendiendo sus consecuencias a largo plazo, aunque comenzamos a sentirlas.
Con mentes y cuerpos más frágiles, somos más vulnerables a virus, bacterias, cambios climáticos, problemas, críticas, rechazos o a crisis de cualquier tipo. Podemos apoyarnos en los demás o en medicamentos, o simplemente evadir situaciones o retos, pero nada reemplaza adecuadamente el que desarrollemos nuestro potencial, manifestando la mejor versión posible de nosotros mismos.
Tenemos mecanismos o medios para relacionarnos con lo trascendente, desconocido, misterioso, con lo todavía no descubierto, desde nuestra espiritualidad, lo que hemos hecho durante milenios. Actualmente podríamos pensar que hemos aprendido tanto, que podemos ignorar lo que nos falta por conocer, pero fijar nuestra atención exclusivamente en la Tierra, no garantiza que el Universo desaparezca.
Debemos seguir mirando hacia arriba respetuosamente, independientemente de lo que creas que allá existe. Moderando nuestras conductas, sabiendo que de una u otra forma, siempre se nos pasará factura por nuestros actos. Ya debiéramos haber aprendido que sin amor al prójimo es muy difícil estar mental y socialmente sanos, siendo importante reconocer que los vacíos del corazón no se llenan con lo que compres.
Si aprendemos a convivir con nosotros mismos, a conocernos y a amar lo que somos, descubriremos que los demás no son tan diferentes a nosotros y que nuestros límites espaciales, temporales y energéticos son muy relativos. Nuestra mente se enferma cuando aceptamos ideas o pensamientos “chatarra” y cuando tenemos conductas inadaptadas. La Verdad es la Luz, el Camino, la Vida y es también salud mental, lamentablemente no es tan fácil mantenerse en la Verdad ya que vivimos tratando de engañarnos a nosotros mismos.