La sorprendente victoria del ultraderechista Javier Milei en las reciente elecciones de Argentina, exponente de las posiciones más atrasadas en la política, representa un retroceso y un duro golpe que nos encendió las alarmas en el universo progresista. Lo que sobrevendrá en este hermano país merece una reflexión profunda, pero estos resultados constituyen un claro mensaje que nos obliga a entender este ascenso de un conservadurismo recargado, ultra neoliberalismo, que reciclaja el rostro de la derecha, en este caso con un indisimulado sesgo fascista.
Este proceso sirve como referente regional a las controversiales figuras de Donald Trump y Jair Bolsonaro. En cuestión, ninguna de los dos son casos aislado, ni fruto del error de multitudes confundidas. El problema es sobre todo estructural, y se corresponde con el momento político por el cual atraviesa el sistema.
El capitalismo contiene una contradicción sistémica, por un lado, el inevitable incremento de la desigualdad, asociada a la concentración de la riqueza; y, por otro lado, la carcasa del sistema político liberal que vende una promesa de libertad e igualdad de oportunidades para todos, ambas usualmente burladas.
En su proverbial capacidad de resiliencia o reciclaje, el sistema capitalista acumula un largo tramo histórico gestionando esta contradicción; sin embargo, en algunas sociedades latinoamericanas, las políticas tradicionales que apuntaban a este manejo parecen paulatinamente, inservibles.
Pudiera pensarse que el proceso en Argentina debió derivar en el fortalecimiento de una alternativa progresista, de izquierda, o al menos más avanzada. Pero las ultimas experiencias gubernamentales de esta índole mostraron, con honrosas excepciones, sus limitaciones para superar el desafío electoral periódico, en un sistema electoral diseñado, en última instancia, para perpetuar los privilegios de las clases oligárquicas dominantes.
Pero las derechas tradicionales que les sustituyeron, a fines de la segunda década del actual siglo, también fracasaron, ahí está el gobierno de Mauricio Macri. En el marasmo político subyacente, emerge para el sistema esta derecha “alternativa”. Partiendo de expresiones marginales, se organizan para el convite electoral, con una organización partidaria mas bien parecida a una religiosa, que genera un fuerte sentido de pertenencia, erigiéndose en los refugios identitarios de personas que se ven como especiales, y maltratadas por el estado de cosas.
Para los sociólogos progresistas, la ideología subyacente es una mezcla explosiva de frustración, estimulada por la postergación de reivindicaciones sociales, que suma el misticismo pseudorreligioso y una mirada en reverso, hacia un ideal de un mundo decimonónico.
En nuestra América pululan ilustres pensadores de la ideología de la conspiración, si se permite el sarcasmo en el calificativo, entre los que están detrás de los líderes de la derecha “alternativa”. Se destacan por los casos de Olavo de Carvalho, un antiabortista emblemático, y al argentino Ira Landucci, destacado propalador de las teorías terraplanistas.
En general, el listado de disparates invitaría a una especie de humor político, pero la alerta está en la cantidad abrumadora de personas que les creen. Aquí tenemos un gran desafío. Los éxitos electorales que puedan alcanzar estas corrientes se explican, en parte, al lograr un discurso movilizador, con un discurso que manipula consignas provenientes de las luchas populares y de izquierda, antisistema puede decirse en paralelo; pero que en el fondo es un encendido verbo anticomunista, lo único realmente autentico.
Desde el punto de vista clasista, la ultraderecha tiene en sectores de capas medias su público meta, en las que cosecha el grueso del apoyo electoral. Estos sectores, arrojados a un incontenible deterioro socioeconómico, por la lógica concentradora del capital arriba mencionado, recibieron con la pandemia una suerte de tiro de gracia; fue la gota que derramó el vaso. Parece obvio: la frustración se ha convertido en palabra de orden en estos sectores.
El resto del trabajo lo hace la hiperbolización de las fuentes de la información masiva, vía redes sociales digitales. Una parte de estos sectores medios, abrumados por el proceso de empobrecimiento, muchos de ellos semianalfabetos políticos, son víctimas fáciles de la fanfarronería política de esta “nueva propuesta “derechista.
Volvemos al caso de Javier Milei, el economista y diputado argentino de Libertad Avanza, que se autocalifica de anarcocapitalista y que en su discurso recuerda la consigna antipolíticos “que se vayan todos”, que nos remite al hartazgo popular hacia los políticos tradicionales en su país, que en el 2000 tuvo una salida progresista/Kirchnerista; pero que ahora se fue a la ultraderecha.
Pronto veremos repetir esta situación en Chile con el exaspirante a la presidencia José Antonio Kast, que se reivindicó, como una remora en modo de pesadilla, al tirano Pinochet. La paliza electoral propinada al partido oficial del gobierno de Gabriel Boric por el partido de Kast, en ocasión del referendo constitucional, alerta sobre el eventual fracaso del progresismo en Chile y los peligros de que la ultraderecha lo sustituya en el Palacio de La Moneda.
El presente se observa caótico, el futuro se antoja incierto. Otra vez lo viejo se niega a desaparecer, y sus alternativas predominantes, al parecer, están superadas. Así las cosas, se puede evocar a Antonio Gramsci, en una de sus frases más icónicas: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Parece ser el caso. Veremos.