Desde su escogencia como papa, Jorge Bergoglio ha destacado por su singularidad.

Con muy alta frecuencia, el papa Francisco suele sorprender, ya sea con expresiones, ya sea con acciones, a todos, pero en especial a quienes se han quedado con la imagen de que el representante de Pedro para la comunidad cristiana es alguien inalcanzable y casi etéreo.

Muchos recordarán aquel “oren por mí”. Otros tendrán fresco en su memoria aquel manotazo a una persona que aplicó más fuerza de lo que manda la prudencia al saludar a una persona octogenaria. Ambas manifestaciones proceden de alguien que con “dichos y hechos” acostumbra a ponernos a pensar.

La más reciente “cátedra” del papa Francisco –por lo menos, con alta difusión- está vinculada con la visita a la zona en donde viven unos primos suyos, en Portacomaro, un pequeño pueblo ubicado en el noroeste italiano.

Tanto la misión general, orientada a visitar parroquias que celebraban una jornada relacionada con la juventud, como la motivación particular del sumo pontífice, con razones de tipo familiar, encarnan gran riqueza aleccionadora.

El papa aprovechó, en lo general, que en las parroquias de la zona se preparan de cara a la Jornada Mundial de la Juventud, prevista para agosto de 2023 en Lisboa, que tiene como lema: "María se levantó y partió sin demora".

Por eso el papa se apoyó en la decisión de aquella joven de Nazaret para motivar a los jóvenes de hoy a asumir acciones que emulen lo realizado por María hace más de dos mil años.

Por eso el papa Francisco invitó a los jóvenes a cambiar el mundo. Dos expresiones destacan entre las que usó: “no sean conformistas" y "no sean esclavos del móvil”.

Parecería que se trata de dos situaciones sin ningún tipo de conexión. De un lado, conformismo y juventud parecen incoherencias. En el otro ámbito, el móvil (o celular, como preferimos decir por estos lares) se ha vuelto una especie de extensión del cuerpo para la generalidad de las personas, con especial énfasis en la juventud.

Pero ¿hasta dónde ese equipo que parece solucionar tantas situaciones también es una vía para condicionar nuestra posibilidad de acción? Quizás se facilita la respuesta si pensamos en lo que ocurre cuando se nos queda en algún lugar, cuando solo le queda un 2% de carga en la batería y hasta cuando se “cae” el servicio de una de las aplicaciones que más solemos usar.

Ni siquiera estoy refiriendo la cantidad de información que facilitamos cada vez que hacemos clic en “aceptar” en cada una de las aplicaciones o servicios “gratis” que ofrece la sociedad digitalizada. Estoy haciendo alusión a los niveles de dependencia que crea la tecnología cuando, más que medio para lograr propósito, se ha llegado a convertir en un fin en sí misma.

¿Cuánto de razón y capacidad para alcanzar a ver habrá tenido el autor de “Un mundo feliz? Me refiero a Aldous Huxley, cuando escribió: "Una dictadura perfecta tendría apariencia de democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían la servidumbre".

El papa Francisco ha completado su más reciente lección al referirse a su objetivo particular: visitar a sus primos en Portacomaro. Al respecto, Giorgio, como su prima Carla prefiere llamar al santo padre, ha explicado su motivación diciendo: “he venido a reencontrar el sabor de las raíces".

¡Cuán útil resultaría volver a las raíces! ¡Cuán valioso es identificar y aprovechar la real esencia! ¡Cuánto vale centrarse en lo trascendente! ¿Podremos hacerlo a la velocidad que nos llevan?

Desde el noroeste de Italia, el papa Francisco ha compartido una extraordinaria lección con dos capítulos que se complementan: uno general y otro particular. De ti y de mí depende ver simples expresiones del primer papa latinoamericano o, escapando de la dictadura descrita por Huxley, descubrir la esencia que ayuda a trascender.