-Porque: “La felicidad de tu vida, depende de  la calidad de tus pensamientos”.
-Colgamos a los ladrones de poca 
monta, pero a los grandes ladrones, 
los elegimos para cargos públicos. 
Esopo. 

Se dice, quizás con mucha razón, que el dato mata el relato y la realidad, desarticula el argumento, cosa esta que vivimos a diario con las actuaciones de una gran mayoría -por no decir todos- nuestros políticos, que han vivido y viven en base a argumentaciones fantasiosas que, al cabo del tiempo, son masacradas por las realidades. 

Comencemos por el aparato policial -llamarle institución se me hace duro-, a quien los políticos han manejado de forma clientelista, cual, si fuese un instrumento de algún partido político, donde ha faltado el coraje para desmenuzarla en sus más primarios elementos, con el fin de lavarlos o purificarlos de todo lo malo que han ido acumulando con el tiempo, quizás, hasta aplicando aquello de que; por la buena coje el surco, o, por la mala, cambia el paso. 

Pero que va, el desencanto o la desilusión nos golpea cada día con las actuaciones de este personal, llamado a hacer cumplir las leyes con la aplicación de las herramientas que les proporcionan las mismas, pero, parecen ciegos y sordos y solo las absurdidades son las que se observan en su desempeño. 

Quizás ese comportamiento, provenga de un absurdo entrenamiento, donde al ciudadano común, lo convierten, lo perciben, como si fuese un enemigo y, como tal lo tratan. O tal vez esté en el manejo del personal, donde policías auxiliares o profesionales, desde un médico, plomero o pintor, para la cuestión del mando, no tienen ninguna diferencia con los policías profesionales, como aquellos egresados de la Academia Policial. Y es que, los políticos, con su clientelismo, no diferencian entre ser un profesional policial y un seguidor político, por eso, nos encontramos hasta con plomeros o barberos en posiciones de mando, ya que, al parecer, el amiguismo, el soborno, la mafia y el clientelismo político, son los que inciden en las designaciones de mando dentro de esa cosa policial. 

Observé con vergüenza, como un oficial superior, acompañado por otros subalternos, con sus camionetas con las centellas encendidas -cual si anduviesen persiguiendo a alguien-, se encontraban estacionados en la playa de los Cocos o Arroyo Salado, supuestamente de “servicio”, pero vaya usted a ver cuál sería, simplemente estaban ahí, nada más. En tanto, el estruendo de las bocinas de autobuses y vehículos particulares convertían ese bello lugar en un infierno, tal y como si estuvieran en la 42 de Capotillo o cual otro callejón barrial, sin que los llamados a poner orden se enteraran de lo que estaba pasando. 

Es como si los policías no supieran distinguir cuando se están violando leyes y derechos, como si nunca se hubieran enterado que los derechos de alguien para escuchar su música preferida, terminan donde comienzan los del otro que también quiere escuchar la suya y, todo esto, tomando en consideración que quizás por falta de conocimientos sobre sus obligaciones, las actuaciones de estos “militantes” de esa agrupación policial, están acompañados de un miedo atroz para actuar en contra de los infractores de las leyes. 

Y, de las ocupaciones ilegales que a diario llevan a cabo los pobres padres de familia en las mismas narices de las autoridades policiales, mejor es no hablar, ya que todos, incluyendo las autoridades, gobernadores, alcaldes y hasta generales jefes de zonas que día a día recorren nuestras calles, se hacen de la vista gorda ante esta arrabalización vergonzosa que se producen ante sus ojos. ¿Qué está pasando, dónde se ha ido la autoridad y cuál es el por qué, olímpicamente, se hacen los ciegos y mudos ante estas penosas realidades? 

Quizás y solo quizás, lo que se necesita es una acción promotora por parte del estamento político, que sirva para instituir un canon paradigmático que pueda resultar ejemplarizante para todos, aun y haya que partir de casi nada, tal y como estamos ahora. ¡Sí señor!