Los medios de comunicación han reportado tres decesos de turistas y 10 en estado crítico a causa de un “accidente” de un autobús de la compañía Suero Servi Bus ocurrido este jueves 6 de octubre en el Cruce de Maíz, en el Boulevard Turístico del Este. El vehículo transportaba a 48 paseantes de diferentes nacionalidades de América Latina hacia Bayahíbe, provincia La Altagracia, con el objetivo de montar botes y hacer una excursión hacia la hermosa isla Saona.
Sobre las causas reales del “accidente”, refieren que la Dirección General de Seguro de Tránsito y Transporte Terrestre (Digesett) investiga. Versiones callejeras atribuyen el vuelco a un cruce inesperado de otro vehículo, pero una viajera que resultó ilesa denuncia que el chófer corría a exceso de velocidad y no redujo en la curva de la rotonda. El vídeo que circula en las redes le avala.
Si queremos evitar más tragedias, diagnostiquemos el caso sin “dorar la píldora”.
Allí no murieron, ni resultaron heridos turistas, ni habitantes de América Latina, a menos que se quiera sobredimensionar la tragedia. Perecieron y terminaron lesionadas personas, humanos, en vista de un problema grave pero prevenible que, con monumental displicencia, miramos de manera marginal.
El apelativo de turista y de latino es posterior.
Un enfoque reduccionista al hecho en cuestión solo sirve como espectáculo para el ocultamiento de la realidad real, o como recurso para una campaña internacional antiturismo.
Otro detalle: las personas no fallecieron debido a un “accidente”, sino de un siniestro de tránsito terrestre perfectamente evitable.
Un choque o una volcadura que provoca el manejo temerario, violación a las normas de tránsito y falta de mantenimiento de un vehículo no debería categorizarse como algo inesperado.
República Dominicana es líder en muertes por siniestros de tránsito. Perdemos unas 3 mil personas por año, para una tasa de 64.6 muertes por cada 100 mil habitantes, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La gran mayoría de esas pérdidas de vida era prevenible con una actitud responsable de las autoridades, empresas y conductores privados. Eso ha faltado.
De la permisividad parida por la politiquería y la irresponsabilidad de empresarios del transporte y conductores individuales proviene el caos dominante en las carreteras, avenidas y calles del territorio nacional.
Los vehículos de trasporte de mercancías y personas son conducidos a alta velocidad, por carriles inadecuados, a escasos metros de los vehículos que corren delante. Los cortes de curvas y rebases locos han sido normalizados. Ni hablar de la desatención al mantenimiento, las sobrecargas nunca supervisadas y mal uso de las luces. Ni de estacionamiento en lugares no permitidos por la peligrosidad.
Los conductores de autos livianos son peores. Emulan en todo a los guagüeros y camioneros, además de usar las vías como pistas de carrera, cuando no para textear o realizar arrumacos como si estuvieran en una habitación.
Ante este drama, no hay controles reales por parte de las autoridades.
Las carreteras Duarte (norte) y Sánchez (sur) son un ejemplo tétrico. Son selvas. Y los chóferes, suicidas sin la mínima sensibilidad por la vida humana y animal.
Hacia el este turístico, en la autovía, los controles son más de fachada. Poco pasa, si observamos el flujo de vehículos y la temeridad de choferes, muchos de ellos con alcohol en sus cerebros.
En cuanto a las empresas de transporte, por lo visto en el terreno, denotan graves fallas en la selección del personal que maneja sus unidades. Son locos al volante. Tampoco adoptan controles mecánicos de velocidad en sus autobuses y minibuses, como limitar el pedal de los aceleradores.
El desorden en el tránsito vehicular urge de un abordaje integral, sostenido, responsable.
En la medida que organicemos la casa, se reducirá la morbimortalidad por tal causa y saldremos del indeseable liderato de la mayor tasa en el mundo por “accidentes de tránsito”. Seguros y conscientes nosotros, seguros los extranjeros que nos visiten.
Por lo pronto, los discursos plañideros sobre el vuelco del jueves con resultado de varias bajas, se esfumará en unas cuantas horas. Y sólo dejará como aporte el ocultamiento del cáncer que se expande con rapidez insospechada por todo el cuerpo de la sociedad dominicana.
Enderecemos esto, sin temor. Cueste lo que cueste.