Muchas veces me pregunto si las letras tienen el extraño poder de revelar lo que horas después puede acontecer, si en determinadas ocasiones los escritores logran ser, por encima de cualquier otra cosa, echadores de cartas, quiromantes, gitanos de profesión. Actualmente, cuando todos somos de nuevo testigos de los graves acontecimientos que vive el pueblo venezolano, me pregunto si no se pudo evitar todo esto y buena parte de que lo fue aconteciendo años atrás.
No somos magos ni poseemos el don de la adivinación, pero puedo recordar con claridad un debate privado sostenido con algunos amigos que defendían el régimen de Maduro frente a la posibilidad de una intervención militar de los Estados Unidos. Algunos de ellos entendían, de manera simplista, que denunciar las atrocidades del régimen chavista significaba contemporizar con un personaje tan nefasto como Donald Trump. Frente a esta posición, algunos otros, manteníamos que se trataba tan solo de maniqueísmo insostenible por parte de los defensores de Maduro. Al final el tiempo nos dio la razón. Nunca fuimos neutrales en aquel debate, optando sin fisuras por la defensa del pueblo venezolano frente a la intolerancia y el abuso de poder.
Transcribo, para ilustrar mi posición, parte de mis argumentos en aquel foro: “no soy neutral, vamos a ver si pueden leer claramente lo que digo. Sostengo, que Nicolás Maduro es un dictador rodeado de un grupo de militares que se benefician de su régimen de fuerza y que por tanto le sostienen. Mantengo que la base social desde donde se creó ese estado fue forjada en un momento en el que el auge del petróleo venezolano coincidió con la llegada al poder de Hugo Chávez y que este, sin duda, hizo cambios favorables para la gran mayoría del pueblo, pero se debe recordar que dichos cambios fueron realizados desde una política radicalmente populista, sin criterio mínimo y sin la menor estrategia ni planificación. Tales hechos fueron, a la postre, agrietando su gobierno. La constante aplicación de políticas invertebradas y llenas de desaciertos, el uso abusivo y descontrolado de sus recursos naturales y una feroz política de expansión ideológica, dieron como resultado que el país acabara deslizándose, sin remedio, hacía el despeñadero. Más tarde tomaría las riendas de la nación un tipo con un recorrido de menor calado y menos luces que su predecesor: Maduro. Pero para obtener una imagen lo más completa posible del escenario, es preciso añadir que todos estos factores antes mencionados, coincidieron con la llegada al poder en la Casa Blanca, de un político tan polémico como Donald Trump, el más alto representante de los peores intereses de la sociedad norteamericana, quien pretendió, por supuesto, pescar en río revuelto.
Quiero que se me escuche claramente, para que no se me tome por neutral. No lo soy. Estoy totalmente en contra de la dictadura de Nicolás Maduro ya que en nada contribuye al desarrollo de Venezuela. Toda postura contraria es anacronismo en estos tiempos. Considero absurdo pretender manejar y plantear una economía actual basada en un discurso de barricada que pertenece al pasado. Ese momento pasó. Y sin embargo, al mismo tiempo, me opongo radicalmente a la intervención norteamericana en Venezuela. Son dos las razones fundamentales en las que baso mi oposición a tal injerencia. En primer lugar sería una insensatez y un enorme contrasentido por mi parte el hecho de apoyar algo que ya rechazamos los dominicanos en el 16 y el 65. La segunda razón y de enorme peso, es el convencimiento de que la única intención que guía a los halcones norteamericanos no busca en absoluto el beneficio del pueblo venezolano, sino hacerse con el control y la riqueza que emana del suelo de esta nación caribeña. Esto no significa, que los venezolanos no puedan buscar una tercera opción. Es más, creo que están obligados a ello, buscando una alternativa que les beneficie como pueblo y que tan sólo ellos pueden encontrar. Si mi postura en este caso me define como neutral creo que o bien no estoy escribiendo claro para que se me entienda o que aquellos que me leen lo están haciendo mal o tal vez estén prejuiciados de antemano. No puedo saberlo. Sinceramente creo que más claro no puedo escribir".
Al inicio de este artículo hice alusión al poder premonitorio de la escritura. García Márquez, con esa pluma mágica a la que algún poder divino otorgaron los dioses, cuenta en un artículo acerca de un viaje que realizó, junto Hugo Chávez, desde La Habana a Caracas. A lo largo del vuelo ambos mantuvieron una larga conversación que evocaba todo el periplo por el que el coronel pasó antes de llegar al solio presidencial y en la que desgranaba buena parte de sus vicisitudes desde el momento en el que fue un aspirante a jugador de grandes ligas, hasta descubrirse como hábil improvisador de la poesía de Walt Whitman o de Neruda. Márquez llegó a afirmar de ese encuentro que se trató de "una buena experiencia de reportero en reposo".
Una idea al parecer rondaba su cabeza: descubrir si era posible la existencia de dos Chávez en un solo interior. El primero de ellos, aquel que los medios de comunicación presentaɓan como un déspota y otro, ese personaje dotado de enorme carisma y que en la cercanía se mostraba como un hombre cálido y amante de la poesía y al que acompañó en aquel viaje de avión. El final, escrito con esa maestría y oficio solo propios del gran narrador que firmó "El coronel no tiene quien le escriba" quedaría resuelto con claridad en las últimas líneas de su artículo: "Mientras se alejaba entre su escolta de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más".
Para mí, personalmente, lo más interesante de su excelente artículo radica en esas últimas palabras, que ofrecen no sólo un descarnado zarpazo premonitorio sobre la figura del Coronel Chávez sino que anticipa el inicio de una pesadilla que el pueblo venezolano viviría por mucho tiempo y en la que aún hoy continúa inmerso. Es esa capacidad que tiene el arte de descubrir el fondo oscuro que se esconde bajo la apariencia exultante y contagiosa que subyace en el discurso de muchos políticos y que el Gabo supo leer con tanto acierto para el futuro de Venezuela.