Durante el periodo colonial solo había música en las celebraciones de los bailes de carnaval en la Real Audiencia, lo que hoy es el Museo de las Casas Reales, en los bailes privados como la del Presidente de este organismo y en los baile de carnaval que organizaban los estudiantes de la Universidad de Santo Domingo, quienes alquilaban un local y una orquesta popular.
Durante la ocupación haitiana (1822-1844) no hemos encontrado documentación musical a nivel popular, aunque se presume que existieron bailes de salón de carnaval durante ese periodo en la élite de ocupación.
Un año después de la Restauración, en 1866, el Ayuntamiento de Puerto Plata emitió una resolución donde se consignaba que “se permitían los bailes de carnaval a nivel privado, teniendo que pagar los organizadores cuatro pesos fuertes a la Caja Comunal, permitiéndose las máscaras durante el carnaval solamente de día a los hombres y las mujeres lo podían hacer de noche para ir al baile, debiendo llevar un farol encendido como identificación”.
En 1895, en una visita que realizó el apóstol José Martí en compañía del Generalísimo Máximo Gómez al Centro de Recreo de Santiago, escribió en su diario: “Me recibe la charanga, con un vals del país, fácil y como velada, a piano y flauta con güiro y pandereta. Los mamarrachos entran, y su música con ellos; las máscaras, que salen aquí de noche, cuando ya está cerca el carnaval”.
En 1898, según Tulio Manuel Cestero, “en las cercanías del puerto, en la ciudad de Santo Domingo venían los negros Mina desde su aldea fluminense de San Lorenzo a bailar tangos africanos al son de canutos, compuesta de parejas distinguidas que sobre tallos de caña brava bailaban con elegancia”, cosa que se expresaba también en los barrios de San Miguel, San Antón y Santa Bárbara, lo cual nos recuerda las expresiones de Alioli de Samaná.
Como parte de una tradición, las familias sagradas de las élites de la ciudad capital, culminaban su carnaval con la coronación de una reina y en sus clubes exclusivos, en la cual participaban las mejores orquestas musicales de la época. Cuando Trujillo llegó al Poder, para relacionarse con estas familias, apoyó estos bailes de salones carnavalescos, haciendo que participara en los rituales de la coronación las Bandas Militares, como ocurrió en la de Clara Aurora I y la hermosa e impresionante mulata Lina Lovatón.
A nivel popular, de acuerdo con el etnomusicólogo Toné Vicioso, en el carnaval de la ciudad de Santo Domingo, encontramos impulsos melódicos en los cencerros y los cascabeles de los diablos cajuelos, expresiones musicales en las comparsas de los indios con sus tamboras, en algunos Robalagallina, en Se me muere Rebeca y en el Califé con su güira”.
En Cabral, Barahona, Fradique Lizardo se quedó fascinado con las Cachúas y las mangulinas de Belí, a los que bautizó con el nombre de “Los Diablos Danzantes de Cabral”. Cuando yo visité a estos diablos por primera vez, me impresionó la musicalidad de la cabellera de sus máscaras tradicionales al chocar sus flecos de papel crepé y de vejiga con el viento.
En 1982, tomando como referencia la música de los Guloyas de San Pedro de Macorís, Luis Roberto Torres (Chachón) que los había presenciado en los barrios de la parte Norte de la ciudad capital, introduce redoblantes, trompetas y el bombo en las comparsas de Ali Babá, dándole una nueva dimensión coreográfica y una nueva modalidad musical, convertida hoy en la identidad sonora del carnaval del Distrito Nacional.
Al crearse el Desfile Nacional de Carnaval en 1983, se convocó a un concurso sobre temas de carnaval. El primer lugar fue obtenido por el maestro y compositor Ciriaco Stull con el tema “Diablo Cojuelo”, el cual fue interpretado por la inmensa, siempre presente, Sonia Silvestre en una presentación especial en el Parque Colón, tema que no pudo grabarse por falta de fondos de los organizadores.