Un campesino dominicano se propone hacer lo que ha hecho durante muchos años: ir al río a sacar un poco de agua. Su mujer, que llamaremos Ermelinda, tiene claro que ella también lo hace, pero este día le toca a Mon.
La evidente belleza del paisaje es apreciada por los viajeros. Imponente a la vista, la montaña los ha esperado con su profunda maleza y su acostumbrado clima: lluvia, niebla y frío.
Un grupo de viajeros entra en la enorme casa. La han alquilado para pasar unos días. El viajero piensa que ha entrado en una casa fotografiable, subible a las redes sociales. Desde su llegada al lugar, puede notarse que este “curioso”, que se prepara para abrir las maletas, ha visto algunos “enigmas”. Muchos asuntos que acaba de ver lo mantienen agazapado. Está a la espera de una observación más profunda. Desde la cabaña que han alquilado, justo decir que han utilizado Airbnb, pueden ver un arcoíris, y acto seguido se preguntan cómo se forman. A pocos metros de allí, el agua que saca Mon no tiene una pisca de peligrosa, sino todo lo contrario: será el agua más saludable.
El inteligente campesino tiene claro que la noche ha sido interesante: ha llovido de manera intensa, aunque en su pequeño televisorcito –no tiene celular todavía–, no se trasmitió que llovería: ninguna noticia del COE. El organismo no ha advertido a los que viven en zonas vulnerables. En las sesiones televisivas, no se les ha dicho que huyan a los refugios, cosa que más bien se da en anuncio de tormenta. Muy trabajadora, Ermelinda sabe que no lloverá más hoy. Se da un fenómeno en Constanza, Jarabacoa y San José de las Matas: el ambiente frío viene a recibir un sol intenso. El resultado es un lugar climatizado de agradabilísimo estar que los viajeros y lugareños tienen claro que se trata de un regalo de los dioses. Cada año viene aquí mucha gente.
Hace diez años, fui a la casa en San José de las Matas donde Porfirio Rubirosa se casó con Flor de Oro Trujillo, hace mucho tiempo. Hoy es un lugar de muchas villas para el retiro.
Nuestro campesino tenía un celular en época de BlackBerry y ahora su hija le pide que compre uno. Así estarán comunicados: ella vive en New York. Hay mucha diferencia de la gran manzana a este paraje donde todavía se ven los escarabajos poblar las viviendas, que –lo entiende Ermelinda–, son alquiladas con el sistema “de la gente de pallá”. Mirando todo el lugar y las diferentes opciones que tiene, Ermelinda sabe que la cabaña que está frente de ellos, mejor llamarla villa, es algo precioso. Ella nos explicaría que la semana pasada vinieron unos americanos a pasársela bien. Tiene en cuenta que a ella le pagan para que haga algunos trabajos: sacar la basura, y chequear que la cocina quede limpia para los que vienen después. Se alquila con mucha secuencia, lo sabe Ermelinda. Ella piensa que este lugar debe ser visitado por muchos dominicanos. Ellos son como “guardianes” de este oro. Pero más que todo ellos son hijos de la montaña.
La notoria profundidad de la montaña es algo digno de mencionar: algunos viajeros han meditado en el hecho de salir a recabar información sobre las especies endémicas que puedes ver en lo más profundo de la vegetación, algo que no siempre han hecho los biólogos y naturalistas dominicanos. Adentrarse en este follaje solo amerita un poco de valentía y fuerza física; tienes que desbrozar todo el paisaje a tu paso, con un machete que usarás como lo usan algunos: con prestancia e inteligencia. Cuando llueve, todo es diferente: los pequeños pueblos se recogen en sus negocios. Uno de los lugareños quiere, según me dijo, montar una banca al lado de uno de los colmaditos que pernoctan en la veloz carretera. Esos negocios son simples en todos los lugares del país. Los vemos en Montecristi o en el Seibo, en Jarabacoa o en Bávaro.
Al menos que seas un especialista –su nombre es entomólogos– adentrarse en este boscaje en busca de insectos es algo que no es muy común que se haga, aparte que no tenemos a un centro de investigaciones que pague por ello, y le dé a estos investigadores algunos recursos para que hagan su trabajo. Si miras cuidadosamente, es cierto que estos escarabajos son únicos: habría que ver cuál es la comparación que hará Mon con los que le dicen que existen en la gran maleza del Mato Grosso en Brasil, lugar que ha recibido la penetración de grandes máquinas que derriban árboles que, luego de manejados, serán utilizados en la industria del papel. Como te podría decir él mismo, Mon no sabe nada de Bolsonaro. Nunca estará en la selva brasileña.
En una de sus discusiones sobre el lugar, los viajeros tienen claro que ha valido lo que han pagado. La belleza del paisaje es indescriptible, o sería necesario tener una prosa tipo Henry Miller –o Alejo Carpentier o Asturias, para no hablar de Arciniegas–, para decir todo lo que se ve aquí. Hermelinda tiene claro que ella es parte esencial de la Villa que se alquila por Airbnb, y tiene claro que su bebida madrugadora le dará fuerzas a su esposo. Un montón de limones le ha sido atractivo –allí, en los arboles–, a un montón de turistas. No solo aves extrañas se ven por aquí, sino también cultivos tradicionales como el limón mencionado. En la carretera puedes ver fresas en las manos de un joven que te saluda. Los frutos del campo llegan a la carretera y gente en su yipetas –o en sus autos–, los compran inmediatamente. Podemos hacer una lista de los productos que venden: apio, fresas, limones, torta amarga, jengibre, cerezas, sábila, y en los restaurantes de Montecristi, el chivo liniero, un excelente plato de la gastronomía dominicana.
Ermelinda sabe que sus hijos ya están establecidos, y tiene claro que ella seguirá en este lugar hasta el último de sus días. Total, aquí también se divierte, como le ha preguntado la chica de New York: se mete en el río en época de calor. Llegan al río en compañía de un montón de amigos en motores dominicanos, los famosos setentas y otros llamados ahora super gato y otras marcas, para entrar en la zona donde se pueden quedar unas horas en presencia de un salto de agua. Todas estas fotos serán subidas luego.
Entrenados en antiguas academias, los investigadores no tienen muy claro lo que deben hacer cuando entran en una de estas regiones. No tienen el mismo interés del famoso cónsul inglés y explorador Robert Schomburgk que vino a espiar en 1848, lo que ocurría en la naturaleza, caso interesante porque no es cierto que tengamos sistemáticamente un montón de analistas del paisaje interior de la isla, cuando tendríamos que tenerlos.
En su casa aledaña a la grande, Mon tiene claro que cuando se levanta lo hace alejado del mundanal ruido de “las grandes urbes”, si es que así le se puede llamar a La Vega, a Santiago y a Santo Domingo. Prefiere decir la verdad: para comprar su motor, que eso sí tiene, ha tenido que bajar a La Vega donde fue atendido con mucha especialidad. Como algo bueno, es cliente consuetudinario del Banco de Reservas. Tiene dos tarjetas de crédito. Va a las “ciudades grandes” una vez al mes.
De alguna manera, Mon se pregunta por qué no se viene a investigar la maleza, así le llama, que circunda su casa. Cree que es un asunto importante porque ha visto especies en verdad únicas, que “ni en libros”, dice. Le parece que puede ser guía de algunos investigadores que no tendrían que pagarle algo pírrico, sino algo más de lo que cobra en la finca de café. Como un asunto poderoso, tiene claro que la gente de la ciudad no sabe mucho de las cuestiones que él comprende desde el análisis de la naturaleza. Piensa que es un experto y creemos que lo es.