No es la primera vez en la historia económica de Argentina que se plantea la dolarización de su economía. En el pasado, no tan lejano como el año 2001, esa idea afloró en el firmamento económico argentino. Recientemente, el candidato presidencial de ultraderecha del Movimiento Libertad Avanza, Javier Milei, ha planteado la dolarización de la economía para contener la inflación. A simple vista, parece una solución viable para la situación de epidermis inflacionaria que vive la nación sudamericana. Sin embargo, dada la estructura productiva del país, la cura podría ser peor que la enfermedad. Antes de explicar el porqué, vamos a contextualizar el caso argentino con el de otros países de la región que han dolarizado sus economías: Panamá, Ecuador y El Salvador.
El caso de Panamá es sui generis, ya que, desde la independencia del país en 1903, el Balboa circula junto con el dólar estadounidense. Aunque Panamá no posee un Banco Central, sí tiene un Banco Nacional. Este ejemplo de dolarización híbrida en ese país centroamericano ha funcionado relativamente bien debido a que Panamá recibe mucho capital foráneo debido al alto grado de desarrollo de su sistema financiero. Esto le permite generar divisas suficientes para mantener la dolarización actual. Para abocarse a un proceso de dolarización, el país en cuestión debe tener una estructura económica sólida que le permita generar divisas de manera constante para sustituir la base monetaria de la moneda en circulación.
En el caso específico de Ecuador, el país dolarizó su economía en el año 2000 en medio de un proceso inflacionario galopante muy similar al caso argentino en la actualidad. Esto se llevó de paso el Gobierno del presidente Jamil Mahuad, fruto de la crisis bancaria que afectó al país sudamericano en los años 1998 y 1999. Desde que Ecuador dolarizó su economía en el año 2000, no logró alcanzar la estabilidad de precios deseada hasta el año 2004, lo que coincidió con el boom petrolero de inicios de siglo. Desde entonces, la inflación promedio en Ecuador ha sido del 3.1% anual, muy por debajo del 28% anual promedio entre 1970 y 1999.
En el caso de El Salvador, la dolarización ocurrió en el año 2001 en medio de un proceso inflacionario, pero de menor escala en comparación con el caso ecuatoriano. Además, el país recibe muchas divisas fruto de las remesas de los salvadoreños que residen en el exterior, específicamente en los Estados Unidos, lo cual le permitió mantener con éxito el proceso. Independientemente del tamaño de su economía, el país adoptó disciplina fiscal.
La dolarización no necesariamente implica disciplina fiscal, y en el caso de Argentina, la indisciplina fiscal de los últimos 40 años ha sido la principal causante de la galopante inflación de las últimas décadas. En el caso ecuatoriano, el gasto público del sector no financiero pasó del 26% del PIB a mediados de los años 90 al 43% del PIB en 2014. Ecuador pudo solventar esos gastos excesivos debido a los altos ingresos de la renta petrolera, los altos precios y el financiamiento del Gobierno chino. Además, el Banco Central era utilizado para financiar el gasto público luego de la reforma constitucional del 2008 que eliminó la independencia de este. En Argentina, ocurre algo similar; el desbarajuste fiscal es financiado por el Banco Central de igual manera, lo que ha contribuido enormemente a la espiral inflacionaria. Fruto de ese desequilibrio fiscal, Ecuador tuvo una cesación de pagos en su deuda externa con tenedores privados, un símil de lo ocurrido con Argentina en el pasado reciente. Como resultado, el riesgo país de Ecuador se ha mantenido alto y muy por encima del de sus vecinos. Para restablecer la solidez fiscal, Ecuador ha restringido la demanda agregada, enviando el crecimiento per cápita a territorio negativo durante los últimos cinco años.
Algo que debe tener en cuenta el señor Milei y su equipo económico es que la dolarización no garantiza de manera automática el crecimiento económico. A pesar del entorno internacional favorable que prevaleció durante la mayor parte de los últimos 20 años, con precios del petróleo disparados por encima de los niveles históricos, el dólar estadounidense depreciándose, tasas de interés internacionales bajas y abundantes remesas del exterior, el PIB real en Ecuador creció, en promedio, un 3.3% al año entre 2000 y 2019, menos que el 4.7% promedio registrado en los últimos 30 años. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la renta per cápita en 2019, medida en valores constantes, fue menor que en 2012 y se ha quedado atrás en los últimos 20 años en comparación con sus países vecinos.
En ese mismo orden, la dolarización hace que una economía sea más vulnerable a los choques externos y dispara las alarmas de la volatilidad, algo que los argentinos no quieren agregar a su cóctel de fracasos macroeconómicos. Por ejemplo, en los países que emiten su propia moneda, el tipo de cambio se deprecia después de un choque, lo que induce un cambio en los precios relativos que favorecen la producción interna y las exportaciones. Pero en una economía dolarizada, como no existe el tipo de cambio, ya no sirve como amortiguador; la actividad económica recibe el impacto de los choques externos.
Esta vulnerabilidad se exacerba si el país es exportador de materias primas. Para Ecuador, la apreciación del dólar ocurre a la par de una disminución en el precio del petróleo. La economía, por tanto, sufre un doble golpe: las finanzas públicas sufren la caída de los precios del petróleo, mientras que las exportaciones se ven afectadas por una pérdida de competitividad provocada por el fortalecimiento del dólar estadounidense. Y, debido a que el dólar estadounidense se deprecia con un aumento en el precio del petróleo, las expansiones económicas se magnifican y los ciclos económicos se amplifican.
Finalmente, debido a la estructura productiva de la economía argentina, que no genera las divisas suficientes para hacer la transición a la dolarización, y la indisciplina fiscal fruto de un populismo macroeconómico de décadas, la dolarización no sería la receta perfecta para curar los males estructurales que posee la economía argentina. Primero, el país debe esforzarse por reorganizar las finanzas públicas. Segundo, el país debe abocarse a introducir reformas estructurales que estimulen el crecimiento económico sostenido. Tercero, debe hacer valer el Estado de derecho que garantice la institucionalidad y solidez de sus instituciones políticas y económicas, que serán vitales para apuntalar la inversión extranjera. Por consiguiente, una dolarización sin reformas sería una dosis más fuerte de populismo macroeconómico, siguiendo el estilo de Milei.