El siglo XIX marcó un punto de inflexión en la transformación de los bosques en el Caribe, particularmente en Cuba y la República Dominicana. En el contexto de las políticas coloniales españolas y los intereses económicos emergentes, los bosques se convirtieron en un recurso estratégico cuya explotación generó intensos debates entre sectores económicos, políticos y científicos. La deforestación, impulsada por la expansión de la industria azucarera, las plantaciones de café, cacao, el crecimiento de la propiedad privada y el derecho absoluto, tuvo efectos irreversibles en la ecología y la economía de la región. Aquí analizamos los factores que llevaron a la pérdida de los bosques en Cuba y su posible impacto en la República Dominicana, explorando las políticas forestales de la época y su relación con la Constitución de Cádiz de 1812.
Cabe destacar que la entrega anterior trataba el caso de los bosques cubanos y continúo, y muchos se preguntarán por qué esta digresión sobre Cuba. Como colonia de España, los montes cubanos sirvieron como materia prima estratégica para la monarquía. Sin embargo, no estaban destinados a la exportación dentro de las liberalidades económicas del siglo XIX, lo que generó intensas discusiones a lo largo del siglo entre distintos sectores de la sociedad. Sin embargo en Santo Domingo no fue así.
Por un lado, la oligarquía esclavista capitalista, con fuerte influencia en el Real Consulado de La Habana[i] , defendía la explotación libre de los recursos forestales. Por otro, la Junta de Madera, (dominada por la Real Marina que al mismo tiempo era el poder naval de España), trataba de proteger los bosques para la monarquía, aunque su accionar resultó represivo e ineficaz, lo que llevó a una percepción negativa del bosque entre la población, según los sabios Ramón de La Sagra[ii], quien vivió la experiencia y el erudito cubano Manuel Moreno Fraginals[iii] del siglo pasado. Finalmente, algunos científicos abogaban por un manejo racional de los recursos, promoviendo incluso la reforestación, siempre desde una perspectiva económica y política, como mencionamos en la entrega anterior.
Parece ser que España temía que Santo Domingo o la República Dominicana siguieran el camino de destrucción forestal que había afectado a Cuba, Puerto Rico, Haití y las islas bajo dominio inglés y francés. En Cuba, la deforestación fue masiva en las llanuras occidentales durante la primera mitad del siglo XIX, afectando las cuencas costeras debido a la expansión de la industria azucarera y la ganadería. Según Fraginals[iv], esta devastación fue impulsada por una poderosa oligarquía esclavista capitalista, que durante casi dos siglos llevó a cabo un desmonte continuo. En la República Dominicana, en cambio, este proceso de desmonte solo alcanzó su auge en las últimas décadas del siglo XIX, como establece la historiografía dominicana, pero nunca en la proporción que la tuvo Cuba.
La fragmentación del bosque en Cuba llegó a tal punto que se importaron leña, madera y productos elaborados con la madera desde Estados Unidos, argumentando su mejor calidad. También se importó carbón mineral para las maquinarias viales y la molienda de la caña, alcanzando este último, en 1860, una importación de dos millones de quintales .
Según se puede leer de Moreno Fraginals citando fuentes autorizadas de la época , el promedio de deforestación en Cuba para e[v]l mismo año del nacimiento de la República Dominicana de 1844 , era de 4.000 caballerías, equivalente a más de 52.000 hectáreas; es decir, más de 800,000 tareas, para abrir nuevos campos de cultivos de caña, renovación de los viejos y pastos, usar biomasa como combustible para más de mil industrias azucareras, locomotoras, máquinas para la molienda de caña, construcciones de todo tipo, rurales-urbanas, y en especial, los navíos de la Real Marina y mercantes, leña y carbón.
Fraginals[vi], analiza los 3 factores que el considera del desarrollo de sacarocracia cubana: 1. Fuerza de trabajo combinada de esclavos, libertos y asalariados, desmontando bosques y construyendo. 2. La tierra, abundante, llana que facilitó la ampliación de los campos de caña para nuevos ingenios, viejos ingenios que quieren nuevas tierras y ampliación de los ingenios existentes, así como para ganado que consumían y vendían a las islas del caribe (tierra con embarcaderos próximos) y 3. El financiamiento por parte de los norteamericanos, comerciantes de Nueva España, los poderosos de Cádiz y Sevilla, ingleses de las islas y algunos capitales haitianos que sobrevivieron a la inestabilidad de Haití.
Cuba se había convertido en la “azucarera del mundo” durante más de un siglo, aprovechando los problemas internos, el cerco militar, político y económico que hubo contra Haití por todos los imperios y poderes de la época.
En materia de deforestación, Santo domingo, desde que España en 1795 nos entregó a Francia, la madera constituyó durante todo el siglo XIX una de las principales fuentes de exportación y durante décadas fue el principal reglón de la economía de exportación, lo que significó cortes de árboles, sin embargo los niveles de deforestación parece ser que fueron mínimos, según las estimaciones de muchos visitantes y estudiosos que dijeron que el bosque cubría el territorio nacional, aunque otros no lo expresaron así; tema importante para indagar con más profundidad, y del cual se continuará tratando en próximas entregas.
[i] Institución creada en el siglo XVIII. Su función, entre otras, era regular y fomentar el comercio en la isla de Cuba, así como proteger los intereses de la oligarquía azucarera o sacarocracia, comerciantes y navieros. Fue fundamental en el crecimiento económico de Cuba en el siglo XIX.
[ii] La Sagra, R. (1861), en el Suplemento a la Sección Económica-Política de Historia Física Política y Natural de la isla de Cuba, página 66. Librería de L. Hachette y Cía, País.
[iii] Fraginals, M. (1979). El Ingenio. El complejo Económico Social Cubano del Azúcar. Tomo I (1760-1860), tomada de la edición cubana 1964. “Editora Futuro”, Santo Domingo.
[iv] La Sagra y Moreno Fraginals, en sus obras citadas.
[v] Obra citada, página 75.
[vi] Ibidem. páginas 8, 9, 18, 19.