Cuando nací el mundo era una aldea. Hoy, desde mi computadora, me comunico con el mundo entero. La sociedad dominicana cambió increíblemente. A lo único que aspiro es a exhalar amor y paz en el último suspiro, y que en el último destello de conciencia pueda decir: señor, he cumplido. Nicolás Pichardo
Las consecuencias de la caída de la dictadura de Ulises Heureaux, la instabilidad provocada por las luchas entre caudillos, las dos ocupaciones norteamericanas, las tres décadas de dictadura trujillista, las luchas por las democracias; todos estos compases, los bailó la Escuela.
La historiografía relacionada a la educación en República Dominicana es escasísima. Sobre esta precariedad han advertido ya los historiadores Raymundo González y Giner de los Ríos. Los insumos están dispersos y los investigadores interesados no abundan. El tema, no obstante, es terreno tanto fértil como necesario. La importancia de la mirada científica sobre los procesos socio históricos no está en discusión, cabe preguntarnos entonces ¿por qué permanecen inexploradas temáticas tan sensibles para la comprensión del desarrollo de la sociedad dominicana? Sin duda alguna, hay más presupuesto para estudiar temas relacionados al género y a la afrodescendencia que los relacionados con la historia de la educación ¿Cuándo se subsanará esta desproporción?
El libro de la periodista Ana Mitila Lora, Memorias del Siglo y la Editorial Universitaria Bonó, nacieron juntos, el editor, a través del prólogo da fe de la agudeza de su intuición: “La riqueza de estos personajes es inmensa y servirá para distintos propósitos: personales, familiares, historiográficos, patrióticos, didácticos y éticos.” La calidad del público que asistió a la puesta en circulación, nos hace pensar que la intelectualidad dominicana sabía la significación de esta publicación y artículos como el de Rafael Lantigua, no nos permite dudar de su gran valor: “Hace veinte años que Ana Mitila Lora nos reportó estas historias desconocidas. Casi no las recordábamos. Ella las ha salvado del olvido. Y al entregárnoslas en libro hemos constatado que escribió hace dos décadas la mejor historia del siglo veinte, porque éstas –las suyas- nacieron y se desarrollaron en las memorias personales de quienes vivieron los sucesos de la época, algunos de forma activa, otros de manera indirecta. Todos, con la película de sus historias en blanco y negro, grabadas en sus conciencias”.
Esas historias grabadas en sus conciencias tienen mucho que ver con los diferentes espacios educativos en que se desarrollaron, es decir, lo recibido en el hogar, en las escuelas, en las universidades y en los demás ámbitos sociales que componen el ambiente cultural: ateneos, clubes, círculos literarios y tertulias. Estos espacios también pueden trascender el ámbito geográfico dominicano, en la medida en que, para muchos, los exilios, los postgrados en Europa, especialmente en París, así como los internados para la realización de los estudios secundarios, marcaron sustancialmente su formación. Se podría decir, talvez, que el gran telón de fondo que domina el escenario de las diversas entrevistas es la educación, a saber, cómo vivieron los protagonistas, desde su diversas ideologías, profesiones y ocupaciones, su siglo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, surge en Francia un interés de parte de algunos historiadores por comprender los diferentes momentos históricos que vivieron los países europeos tras haber atravesado la Primera Guerra Mundial, siguiendo este objetivo, prestaron especial atención a aspectos anteriormente marginados por sus predecesores, haciendo énfasis en las diferentes metodologías que pudieran lograr, de manera eficaz ayudar a la comprensión del ser humano en relación con su realidad, de aquí que promovieron una mayor valorización de la utilización de testimonios orales de testigos y protagonistas. A partir de la escuela de los Annales, las pequeñas historias asumen un papel relevante, el rol jugado por un particular, es valorado como uno de los ángulos de análisis de momentos históricos, pero también es valorado el rol del entrevistador, que no se limita al acopio testimonial, sino que realiza un proceso hermenéutico complejo, sometiendo las narrativas individuales al escrutinio del rigor científico.
El aporte de Ana Mitila con sus Memorias del Siglo inicia con la selección de las fuentes orales como voces autorizadas para comprender mejor la sociedad dominicana del siglo XX, continúa con la selección de los entrevistados: amas de casas, parteras, reinas de belleza, diplomáticos, farmacéuticas, maestras, barberos, políticos y poetas, con el respeto mostrado por la entrevistadora a cada historia y a cada voz, con la selección de las preguntas con las que los moviliza a sopesar los roles que les correspondió asumir, con la importante contextualización histórica que le dedica a varias de las entrevista, facilitando la inclusión de esas microhistorias en contextos más generales y finaliza, agregando en algunos casos, las reacciones provocadas por las mismas en el momento de su primera publicación.
El testimonio del pediatra Jaime Jorge, quien desde el inicio dice orgullosamente que vivió las dos ocupaciones militares norteamericanas, las dos guerras mundiales y la guerra del Golfo Pérsico es uno de los testimonios más conmovedores. Resalta el papel que juegan los valores familiares en el proceso formativo. Hijo de un terrateniente santiaguero, estudió en la Escuela Normal de Santiago, fue alumno de Joaquín Balaguer quien impartía clases de Moral y Cívica y de Castellano. De este recuerda la distancia que establecía entre maestros y alumnos, negándose incluso a mirarlos a la cara, la forma impersonal en que impartía clases, cuya única metodología era hablar como si estuviese dictando cátedra, el poco compromiso manifiesto con el proceso de enseñanza-aprendizaje, pues se negaba incluso a la recepción de preguntas y la extrema sequedad de trato que sostenía con ellos, llegando incluso a ignorarlos cuando se los encontraba fuera de los planteles escolares.
Esta imagen del Balaguer maestro de escuela, no nos es ajena a los dominicanos, pero sin duda, contrasta con el discurso del Balaguer presidente, preocupado por los temas de educación cuando opina sobre las metodologías docentes : “Tenemos catorce años haciendo la apología de un sistema y todavía nuestro pensamiento solo ha aprendido a girar como autómata..”[i][1] En 1931 se graduó como bachiller y destaca la buena impresión que le causó el entonces Superintendente de Educación Pedro Henríquez Ureña, cuyas palabras del discurso de graduación se quedaron en su memoria. Ese Pedro del que nos habla Jaime Jorge, tampoco nos es ajeno y esa personalidad que con sus palabras lo marcó, se nos quedó grabada desde que su madre nos entregó el Mi Pedro.
Fabio Herrera por su parte, muestra cómo desde los inicios de la educación formal, la carrera de educación era una especie de “premio de consolación” para los que presentaban impedimentos económicos, pues relata cómo se graduó de agrimensor y de maestro normal, independientemente de que su anhelo era estudiar Ingeniería, ya que los recursos económicos con los que contaba, solo le permitían ¡llegar hasta ahí! Fabio fue maestro desde su precariedad, no desde su natural propensión. Impartió clases de geografía, literatura y matemática. Haciéndonos reflexionar sobre una frase que por mucho tiempo hemos escuchado los que nos dedicamos a la docencia: “antes lo maestros lo eran por vocación”. No. Su discurso, el lugar desde donde lo sitúa, los papeles que jugó en todos los gobiernos de turno -hasta su muerte- y las palabras que elige para definirse, nos permiten comprender mejor el perfil del docente ideal.
Nicolás Pichardo fue uno de los primeros médicos dominicanos graduado de cardiólogo en París. Su testimonio es importante para comprender, primero, lo que significaba salir al exterior, comenzando por lo que suponía, en los primeros años del siglo XIX la burocracia para la obtención del pasaporte, hasta el reto que implicaba encontrar un trabajo después de regresar de estudiar en Europa. El testimonio del doctor Pichardo es un referente para entender la continuidad de las relaciones sociales establecidas desde la colonia y perpetuadas hasta la actualidad, entre la pertenencia a partidos políticos o a élites familiares y la garantía de oportunidades para el ejercicio de una carrera o para el éxito profesional y económico.
Ángel Miolán nacido en Dajabón, nos permite posar la mirada sobre las condiciones en las que funcionaba la escuela dominicana en las provincias limítrofes. Según su testimonio, la escuela llegaba solo hasta octavo curso, de manera que el alumno que deseaba continuar sus estudios debía trasladarse a las ciudades de la urbe. Se mudó a Santiago de los Caballeros en calidad de estudiante libre, así terminó La Escuela Normal. Desde la caída de Lilís hasta el ascenso al poder de Rafael Leónidas Trujillo, los grandes líderes caudillistas salían de las zonas rurales, la entrada a los bandos políticos se hacía a una edad bastante temprana y la deserción escolar se veía agravada por la seducción que ejercían estos caciques regionales. Ángel, un seducido, nos ayuda a comprender cómo podían con-vivir el estudio con las inclinaciones políticas en una época tan marcadamente politizada. Nos habla de la formación del autodidacta, como lo fue su compañero Juan Bosch, de la construcción de utopías ideológicas a través de las lecturas y de los autores apreciados, así como de las corrientes en boga.
Conina Mainardi aporta el testimonio de una clase media que tenía que cursar los estudios básicos con las clases sociales más desfavorecidas debido a la falta de educación privada formal, de la costumbre de las familias muy exclusivas de enviar a sus hijas al extranjero, a partir del octavo curso, para no mezclarlas con las clases sociales inferiores. Ella vivió el paso de las escuelas segregadas a las mixtas, fue testigo de la asignación de nombres a los planteles escolares. Valora el papel jugado en su educación por profesoras como Ercilia Pepín, Herminia Saleta y Rosa Smester, resaltando, sobre todo, la importancia que estas maestras les atribuían a los valores morales y a los símbolos patrios, pero sobre todo, ella aporta el invaluable testimonio de ser una de las pocas féminas que logró continuar su educación formal después del octavo grado, donde las mayoría de las familias daban por concluida la educación de las niñas y nos entera de lo que su condición de mujer limitó su ejercicio de farmacéutica, viéndose obligada a trabajar sin remuneración económica para poder ejercer su carrera.
El poeta nacional Pedro Mir da fe de la travesía que significaba para algunas poblaciones el traslado de los alumnos desde sus comunidades hacia sus planteles escolares, él, por ejemplo, debía atravesar el río Higuamo. Su testimonio aporta datos invaluables sobre el quehacer cultural que acompañaba a la educación formal a través de las actividades promovidas por los clubes, bibliotecas y asociaciones, aportando datos muy precisos sobre obras musicales y teatrales representadas en el Teatro Colón y la significación de la llegada al país de compañías artísticas mexicanas, españolas y argentinas. Remarca el aporte al quehacer cultural de poetas como Gastón F. Deligne, Federico Bermúdez y Díaz Ordoñez. Destaca muy particularmente, el papel desempeñado por los exiliados de la Guerra Civil Española en el desarrollo de la Bellas Artes. Se trasladó a la ciudad de Santo Domingo para estudiar en la Escuela Normal de la que luego fue maestro, por lo que también nos aporta una panorámica general de las particularidades de la educación formal e informal capitaleña frente a la educación en provincia.
Juan Valdez hijo de la partera Evarista Sánchez, ingresó a la universidad de Santo Domino en 1921 donde logró graduarse de dentista sin haber obtenido su título de bachiller, pues para la época no se necesitaba. Nos aporta datos sobre la educación universitaria en el ramo de las ciencias. La distribución espacial de las diferentes facultades, la cantidad de estudiantes y la distribución por género. Habla sobre la conformación étnica del alumnado universitario y la dificultad que representaba para los alumnos de piel oscura la entrada a esa institución de altos estudios y su posterior aceptación por parte de maestros y alumnos. Destaca la proeza de Heriberto Peter al poder acceder a los estudios universitarios y haber logrado granjearse el respeto de sus colegas debido a su innegable inteligencia.
El testimonio más completo de Memorias del siglo en materia de educación es sin duda el de la profesora Ana Abreu. Su larga trayectoria en el ejercicio docente, que va desde el 1935 hasta el 1990, la convierte en una testigo excepcional de los inicios y el desarrollo de la educación dominicana. Su paso por las instituciones educativas: Presidente Trujillo, Julia Molina, Haití, Instituto Escuela y el Colegio Santo Domingo, del que fue fundadora, la convierten en una autoridad en la materia. Por su invaluable experiencia, logra aportar información desde diferentes ángulos del sistema educativo: como estudiante de pedagogía, como docente, como especialista en educación primaria y como gestora escolar.
Desde su experiencia como docente, aborda los métodos artesanales para la realización de la primera inscripción, a partir del monitoreo de la mudanza de los dientes, cuando la edad autorizada para el inicio de la escolaridad eran los 6 años y muchos dominicanos no contaban con acta de nacimiento. La evolución de la duración de las tandas escolares con su respectiva distribución interna del tiempo, las especificaciones curriculares por género, las medidas adoptadas por las autoridades para lograr el mayor grado de presencialidad a los planteles escolares, el papel jugado por la Policía Escolar que podía conllevar, incluso, al apresamiento de padres y tutores, la evolución de los salarios, la distintas ubicaciones de antiguos planteles, el proceso de la implementación del uniforme escolar para alumnos y docentes, el uso, manejabilidad, asequibilidad, funcionalidad y procedencia, de los primeros libros de textos utilizados en los planteles.
Desde su experiencia como estudiante de educación y de gestora escolar, valora las diferentes corrientes que manejaba la Secretaría de Instrucción Pública, los diferentes métodos promovidos para alfabetizar, las misiones de los maestros cubanos, chilenos y españoles que fueron maestros de maestros, entre los que destaca a Oscar Bustos y Arbuto, Guillermina Medrano y Malaquías Gil y Amos Sabrás, así como los inicios en el país de la educación bilingüe.
Miles Davidson, norteamericano que arribó al país en la primera veintena del 1900, junto a su familia, a raíz de la vinculación de su padre con el negocio del sector eléctrico, aporta un dato de interés para la historiografía de la educación dominicana: el cambio de destino para los estudios en el extranjero por parte de la élite dominicana. Según su punto de vista, los dominicanos tenían por costumbre enviar a sus hijos a Europa, especialmente Francia, Alemania e Inglaterra, por ser estos países los grandes socios comerciales de los padres, sin embargo, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, el mercado de los productos dominicanos se traslada hacia los Estados Unidos, a partir de ahí, se va quien él entiende, uno de los primeros dominicanos en realizar estudios en Norteamérica: Julio Peynado. Llama la atención la conclusión a la que arriba sobre los aportes de esta población educada en el extranjero a la modernización de la sociedad dominicana, según sus palabras: Ninguna. “Existen familias que por tres generaciones han enviado a sus hijos a secundarias y universidades de primera clase en Estados Unidos. Tres generaciones de Tavares, por ejemplo, egresaron de Yale. Pero manejaban sus asuntos como hace 150 años. Tienen los conocimientos, pero a la hora de tomar decisiones, los aplasta el peso de su cultura”.[2]
Bélgica Lora habla de la educación femenina en la ciudad de La Vega y del papel de las monjas españolas del Colegio Inmaculada Concepción, a través de su relato sobre el uniforme escolar (fue costurera) podemos comprender la concepción de lo femenino que se transmitía en los colegios y escuelas, sobre todo los que eran dirigidos por la Iglesia. Entendemos que la selección de las formas y medidas de los uniformes escolares femeninos es un tema que debería ser analizado por los estudios de género como elemento importante para entender el ideal de egresada que la educación dominicana proyectaba. Destaca la grandeza de sus maestras: Rosita Yanguela, Lila Espinosa y Mercedes Rodríguez.
Memorias del Siglo es un libro indispensable para los investigadores de la historia de la educación dominicana, a través de los testimonios que rescata, logra establecer un canal de comunicación con los que están interesados en identificar los elementos de las culturas escolares en que estos testigos fueron educados. Como nos dice su prologuista Pablo Mella: “De su lectura se desprende la importancia que tiene pensar la tensión que existe entre la práctica de la historia científica y la reconstrucción más humilde y cotidiana de los recuerdos de las personas que no han copado las primeras páginas de los periódicos, ni la atención de los libros consagrados a la historia nacional”.
[1] Almánzar García, José Nicolás. Trayectoria de la formación del docente dominicano, Santo Domingo, edición de la Secretaría de Estado de Educación, 2008.
[2] Lora, Ana Mitila. Memorias del siglo, Santo Domingo, Editorial Universitaria Bonó/ Ediciones MSC, 2018.