En los setenta y ochenta del siglo XX, en Radio Pedernales, donde hice mis pinitos, había cuñas de promoción de la salud para uso discrecional de los locutores. En mis turnos, los hacía sonar a menudo, por compromiso social, pero también para salir de trances súbitos en la puesta en escena de los programas.
Evoco ahora dos porque aún me suenan los colores de la música y la voz del conocido locutor de Radio Mil Informando, Bueno Torres (f). El primero, sobre siniestros de tránsito. Resaltaba el peligro de manejar vehículos por carreteras mojadas porque entre la llanta y el pavimento hay una “finísima capa de agua” que impide el buen frenado. El segundo, acerca del rol importante de los apagafuego, pero sólo recordados cuando ocurre el fuego. Su frase de anclaje destacaba: “No esperes la tragedia para pensar en los bomberos”.
En la sociedad, hay personas que han preferido luchar a todo riesgo por el bien de los otros, aunque por ello les paguen. O mejor, les respondan con salarios-migajas que solo crean dolores de cabeza a la hora de comprar lo básico para vivir y pagar deudas. Durante esta crisis sanitaria, les ha visto dejar sus familias solas e ir a la calle a exponer sus vidas, a sabiendas de que, si las pierden, solo serán objeto de una fugaz ceremonia adobada con discursos fofos. Hablo de médicos, enfermeras, bioanalistas, radiólogos, camilleros, secretarias, conserjes de centros de salud; policías, guardias, funcionarios, recolectores de basura, técnicos de los medios de comunicación y periodistas.
Hoy que la enfermedad provocada por una nueva cepa del coronavirus se propaga en el territorio nacional, ese personal merece un homenaje que no se agote en estruendosos aplausos y loas mediáticas. Su sacrificio es monumental, el riesgo de infectarse muy alto. Requiere de mucho más que palabras. En este momento, como a los otros, también le persigue la incertidumbre, la angustia y el pánico. Es humano.
Los guardias y policías necesitan más recursos para vivir (comida, agua, dinero efectivo, mascarillas, guantes). Necesitan sentirse tranquilos cuando sirven al país, como en este momento crucial. Apóyeles en lo que usted pueda. Se lo merecen. Están en las calles 24/7 obligando a cumplir el “toque de queda” decretado por el Presidente para facilitar el distanciamiento social y así ayudar a ralentizar la epidemia. Si aparecen fuerzas para criticarles cuando algunos de ellos actúan como malhechores, deberían aparecer para un oportuno espaldarazo. No aleguemos que escogieron ese trabajo duro. Miremos “más allá de la curvita”. Sus familias, preñadas de necesidades, esperan por ellos, sanos. Solo les queda orar y orar, igual que millones de seres humanos que el sistema ha tirado por debajo de la mitad de la pirámide social y también merecen sobrevivir a una situación que apunta a extremarse. Comparta si puede y quiere, en silencio. Y anime a seguir adelante, sin desmayo, a quienes están en el frente de batalla.
Si desea, no lo haga por ellos; hágalo por usted y su familia. Porque, si esa gente se rinde, caeremos en el caos. Imagine hospitales sin personal, un apagón mediático, ciudades sin bomberos para las emergencias; sin guardias y policías para garantizar la soberanía y el orden interno, sin servidores públicos vitales en tiempos de pandemia.
La dimensión de nuestra solidaridad indicará cuán sensibles respecto del otro hemos sido. Ser solidario con pasión hace la carga más llevadera. No lo perdamos de vista, aunque, como acaba de expresar en una entrevista a El País el brillante sociólogo francés Alain Touraine: “… políticamente no se nos pide otra cosa que quedarnos en casa. Estamos en el no sentido, y mucha gente se volverá loca por la ausencia de sentido”.