La sabiduría popular reside en el folklore y la cultura popular. Los saberes, las prácticas y las creencias son determinante en la formación de la cotidianidad de los grupos humanos y de las comunidades. Se enriquecen con las tradiciones, bases de la identidad, convertidas en espacios de resistencia para la sobrevivencia y las transformaciones históricas-antropológicas.
En este proceso, el eje transversal es la espiritualidad porque llega a los límites de la realización humana, una relación con lo sobrenatural dándole sentido a la existencialidad, al comportamiento individual y colectivo. En el caso de las creencias y manifestaciones religiosas, que son otra cosa de la misma realidad, asumen las dimensiones de lo insólito, de lo inédito, de ser únicas e irrepetibles. Cada una es lo que es, aunque exista una cierta rigidez dogmática donde cada grupo y cada comunidad recibe el impacto transformador de la diversidad, porque son seres libres y creativos.
A nivel popular en nuestro país, dentro del catolicismo tradicional, el culto a la cruz y a la virgen en el mes de mayo va más allá de la fe y de la religión, porque se convierten secularizadas en manifestaciones culturales. Los miembros de una comunidad o de un pueblo, cuando están fuera, regresan el día de las fiestas patronales, no porque necesariamente sean creyentes, sino porque las fiestas patronales son parte de la cultura e identidad colectiva.
En Dominicana, la Iglesia católica ha proclamado a “mayo como el mes de las flores”, el “mes de la Virgen”, “el mes de la cruz”, donde, independientemente de la liturgia oficial, la creatividad popular le da una dimensión de particularidad. Algunas de sus manifestaciones son herencia europea, con presencia africana y las demás resultado de una criollización creativa que concluyen en la identidad y la dominicanidad.
Mayo transforma a la naturaleza y a la cruz. La plenitud de la primavera prefigura la fertilidad, de un culto a la tierra. La lluvia la preña y los frutos traen la esperanza. Por eso, en la religiosidad popular la cruz se feminiza, se viste de mujer, con papeles de vejiga de diversos colores. Se presenta envidiable, coqueta y provocadora. Simbólicamente está embarazada de energía positiva y para bendecir los sembrados, en los conucos y comunidades pobres.
Si la lluvia escasea, se invoca a San Isidro para que “ponga el agua y quite el sol” y sino se organizan procesiones de penitencia en viajes a la cruz hasta que la lluvia traiga la sonrisa, la tranquilidad y la esperanza. La primera lluvia de mayo, en la creencia popular, se recoge el agua por su capacidad mágica de rejuvecimiento, ya que elimina las arrugas y resplandece la juventud.
La lluvia, trae los frutos salvadores, eliminadores del hambre y también trae la buena nueva de las flores. Estas, en agradecimiento, son ofrecidas a la Virgen porque al darse silvestres todo el mundo se las puede ofrecer. Por eso, este mes de mayo, en reconocimiento a la consagración de la Virgen de la Altagracia, como “Madre Espiritual del pueblo dominicano” en la Puerta del Conde, en la ciudad de Santo Domingo en la cercanía de cien años (1922).
En el santoral católico existe la presencia de la Virgen de la Altagracia. En las diversas explicaciones que se han ofrecido hasta ahora, casi todas coinciden en su origen español, pero a pesar de la patrona del pueblo dominicana, la Virgen de las Mercedes, la Virgen de la Altagracia ha penetrado con más intensidad en el corazón de los creyentes dominicanos, incluso en las jerarquías y en el clero dominicano.
En varios países está presente la virgen de la Altagracia, pero en ninguno tan profundamente en el corazón de un pueblo. “Tatica” solo existe en Dominicana. Sus colores símbolos coinciden con la bandera nacional y eso agarra las fibras del alma, de la patria y de su identidad.
Entre las primeras menciones documentales de la Virgen de la Altagracia se menciona la presencia de una negra esclava liberta que tenía una especie de enfermería donde levantaron el templo actual de la Altagracia en la ciudad de Santo Domingo, al lado de las ruinas del hospital de San Francisco y la invocación de los lanceros de Higüey y el Seibo, en la triunfante batalla de la Real Sabana de la Limonada, por lo que se tomó el 21 de enero como referencia para conmemorar a la Altagracia todos los años.
En la bibliografía tradicional sobre la Altagracia están presentes las descripciones de sus leyendas en cuanto su origen y las hipótesis de carácter histórico, donde se destaca la que afirma que fue llevada por los hermanos Trejos a Higüey desde Extremadura, España, la cual está simbolizada en su representación gráfica en la puerta central de la basílica.
Su peregrinación siempre ha sido significativa, sobre todo por su dimensión mágica de curaciones y de milagros, en el cumplimiento de promesas, muchas con la ida a pies de los devotos de todas partes del país, de Haití, Puerto Rico, Aruba, Carazo y antes de Cuba, lo que le da una dimensión regional y caribeña. Obras de arte de creación popular por artesanos del pueblo, reproducen en cera las partes del cuerpo objeto de las curaciones y milagros, al igual que los toros-ofrenda en agosto, los cuales redimensionan a una virgen que va más allá de celebraciones religiosas.
Era una distinción y un mecanismo de protección llevar el nombre de la Virgen que el pueblo llama “Tatica” Incluso no solamente mujeres sino también muchos hombres, identificados con “Altagracia”. En las caravanas que llegan a Higüey el 20 de enero, van acompañadas de ritmos, cantos música de Salves y Atabales, herencia cultural afro insertada en esta expresión religiosa.
A nivel de la religiosidad popular, hay velaciones y nochevelas en honor a la Virgen donde en muchos de ella aparece como metresa, la Altagracia encarnada en Alailá, vestida de azul, blanco y rojo, con una expresión y cara de ternura y amor, comparable solo con Metré Silí.
Estamos ante la evocación de una figura original de la Virgen, para la iglesia católica la “Altagracia”, identificada por el pueblo como “Tatica”, Madre Espiritual del pueblo dominicano, parte integrante de la liturgia oficial católica, símbolo de nuestro folklore, de nuestra cultura popular y monumento nacional.