1.- El padre Gaspar Hernández y su filiación monárquica y españolizada
En la entrega de la presente columna correspondiente a la semana próximo pasada, se hizo referencia al hecho de que la incidencia del cura limeño P. Gaspar Hernández en la formación y la orientación ideológica de Duarte y los Trinitarios, precisaba de una más serena y profunda ponderación histórica, a los fines de situar la misma en sus verdaderas proporciones.
Esto así, sosteníamos, porque la historiografía tradicional había sobredimensionado la influencia doctrinaria del P. Gaspar Hernández en nuestro Padre Fundador y en sus compañeros de ideales políticos, pues como procuramos demostrar, en el sacerdote peruano no alentaban ideales republicanos y, por tanto, su coyuntural identificación con la causa independentista perseguía como fin último- en concepción diametralmente opuesta a la de Duarte- que la nueva nación, rotas las amarras del vasallaje con el ocupante haitiano, volviera a ser colonia de España, como lo hizo tras la guerra de reconquista Juan Sánchez Ramírez en 1809.
En sustento de la afirmación precitada, consignaría Don Emilio Rodríguez Demorizi: “…cuando en tierra extraña el Padre Gaspar Hernández recibe la noticia de los acontecimientos de febrero, en sus palabras no hay hosannas ni consejos constructivos para la obra realizada: hay sólo una invectiva para el dominador haitiano, excrecencia de odio racial y clerical, y una extemporánea invitación para los dominicanos, a quienes anhelaba ver de nuevo bajo el lábaro de España. El Padre Gaspar Hernández era un retrasado Sánchez Ramírez, no de la acción sino del pensamiento”.
Como ya se indicara, de igual manera, en la entrega anterior en los transitorios arrestos independentistas del P. Gaspar Hernández jugó también factor decisivo su propósito de ver restaurados los fueros del clero y de la iglesia, que habían sido abolidos tras la ocupación de Boyer. En lo concerniente a este aspecto, es importante considerar, de igual manera, lo afirmado por Rodríguez Demorizi:
“Las prédicas de Gaspar Hernández y Fray Pedro Pamiés tenían por factores razones étnicas y religiosas y por objeto, no la institución de la República, sino el retorno a la vida colonial bajo el inerme pabellón de España, liberal protectora del clero, que era uno de sus viejos elementos de dominación. El amor que esos sacerdotes le profesaban a la religión que Boyer había desmedrado y que los revolucionarios que la derrocaron amenazaban destruir, favoreciendo abiertamente a los misioneros de los dominicanos, es el airado aliento que sopla en los discursos pronunciados por ellos en la improvisada iglesia de la Misericordia, en 1843, en presencia de las autoridades haitianas.
Tanto es así que los historiadores de la nación vecina consideran que el vilipendio de la iglesia dominicana fue una de las poderosas causas de la Separación.
En los principios monárquicos del Padre Gaspar Hernández y en su firme adhesión a la fe religiosa de que era ardiente defensor, hay que buscar la causa de sus prédicas contra los dominadores a quienes condenaba como indignos fieles de Jesucristo”.
El importante sermón al que hace referencia Rodríguez Demorizi en el texto precitado fue pronunciado por el P. Gaspar Hernández el 30 de abril de 1843 en la entonces improvisada Capilla de la Misericordia, en el marco del Te Deum pronunciado tras el éxito que había alcanzado el movimiento de la reforma, en Haití, del 24 de marzo del mismo año, tras la acción insurreccional de Praslin.
Lo pronunció en presencia de las autoridades eclesiásticas y civiles (entre otros, el entonces Vicario Portes, el general Pablo Alí, Comandante del Departamento de Santo Domingo y los cinco miembros que entonces integraban el Comité Popular (tres dominicanos y dos haitianos, a saber: Manuel Jiménez, Pedro Alejandrino Pina, Félix Mercenario Alcius Ponthieux y Jean Baptiste Morin ).
Expresaría en la ocasión, tras el derrocamiento de Boyer por parte de Charles Hérard-Rivière, al dirigirse a los entonces habitantes de la parte Oeste: “Haitianos: el señor de los ejércitos os ha visitado, os ha quitado las cadenas y os ha puesto en aptitud de ser felices… El héroe que ha dado el grito de salud entre vosotros no ha hecho cosa que sea propia suya; todo es de Dios como que de él es la causa de los pueblos afligidos”.
De igual manera, dirigiéndose a los habitantes de la parte Oriental de la isla les decía igualmente: “Y vosotros Dominicanos, cuyas lágrimas pasadas acaban de enjugarse, vosotros que debíais ser habitantes de la eternidad y del sepulcro desde el día veinticuatro de marzo, dadle infinitas gracias al Dios que tanto os quiere”.
No obstante, cuatro meses después de aquellos felices augurios, tras llegar Riviere a la isla, tanto el fraile franciscano navarro Pedro Pamiés como el P. Gaspar Hernández serían expulsados del país a Curazao acusados de agitar y llamar al pueblo a la subversión y es lo que explica que el P. Gaspar no se encontrara en el país tras la proclamación de la independencia nacional.
A juzgar por lo expuesto, si como españolizado, al igual que lo hicieron los afrancesados, contribuyó eficazmente el P. Gaspar Hernández a la causa de nuestra Independencia, esto se debió a juicio de Rodríguez Demorizi- y algo parecido podría decirse de Tomás Bobadilla y otros actores coyunturalmente actuantes en la causa independentista, a “… esa misteriosa transmutación de los actos egoístas de los hombres en bienes colectivos”.
Dicho esto, preciso es abordar otros aspectos de la agitada e interesante vida del Padre Gaspar Hernández, pues el mismo continuó gravitando en nuestro devenir político, educativo y eclesial hasta su partida definitiva de nuestro país, en 1858, como reviste importancia histórica hacer referencia al incierto destino de sus restos, no obstante los esfuerzos que en tal sentido hizo el dictador Trujillo, quien se propuso en ocasión del primer centenario de la República agigantar el mito de su propia proceridad, disponiendo, entre otras acciones, el traslado a la patria de los restos de los trinitarios y figuras de la independencia que reposaban en otras latitudes.
2.- El P. Gaspar Hernández en Curazao y Venezuela entre 1843 y 1848
Ya en Curazao, el P. Gaspar Hernández vuelve a reafirmar su marcada filiación monárquica y españolizante mediante carta que el 22 de agosto de 1843 escribe al entonces gobernador de Puerto Rico Santiago Méndez de Vigo dándole cuenta de los sucesos de Santo Domingo.
Le señalaba al respecto que si decidió apoyar la causa de la separación, era porque albergaba la esperanza de que al tiempo que se acrecentaban las disensiones entre los negros, “aprovechando la ocasión se daría en la parte española el grito de separación enarbolando nuestra antigua bandera y mandando comisionado en el momento hacia V. E. y hacia la Isla de Cuba para que auxiliasen y viniesen a tomar el mando entre nosotros…”.
Aún se encontraba en Curazao el 8 de marzo de 1844, cuando la goleta Leonor fue en busca de Duarte, no obstante lo cual, el P. Gaspar no retornó a la República naciente con su antiguo discípulo, ¿se convenció acaso, en medio de sus meditativas soledades, como conjeturara Rodríguez Demorizi, “de que la República Dominicana subsistía por sí misma, sin necesidad de que la bandera española ondease sobre las aguas del Ozama?
Tras su breve permanencia en Curazao, se trasladó el P. Gaspar Hernández a Venezuela. Allí prestó sus servicios sacerdotales en la Parroquia de la Altagracia de Orituco, en el Estado de Guárico y, posteriomente, como cura y vicario interino de La Guaira (1845-1848), entregando la misma a su sucesor el 7 de marzo de 1848.
Poco tiempo después retorna a Santo Domingo, pero en esos años iniciales de la República no toma participación en la vida política del país ni en las actividades docentes. Ejerce entonces el sacerdocio en La Vega, desde el 9 de octubre de1848 al 1º de marzo de 1849.
3.- El P. Gaspar, docente y legislador (1852-1853)
Es tras su segunda permanencia en el país cuando el P. Gaspar Hernández destaca con rasgos inusitados en su rol político, legislativo y docente. Representó a la provincia de Santiago en lo que entonces era el Tribunado (hoy Cámara de Diputados) en el período comprendido entre el 22 de febrero de 1851 y el 26 de febrero de 1853. Presidió la misma entre el 30 de abril y el 20 de mayo de 1851.
Posteriormente, ocuparía la Vicepresidencia del Tribunado (entre el 16 de febrero y el 16 de abril de 1852) y posteriomente asumiría nueva vez la presidencia de aquel poder legislativo del 16 de abril de 1852 al 19 de enero de 1853.
Ejerciendo la Vicepresidencia del Tribunado, le correspondió encabezar sus sesiones en diferentes oportunidades, muy especialmente en el período transcurrido entre el 26 y el 30 de abril de 1852 y fue en el marco de aquellos debates, como ha consignado el P. José Luis Sáez, donde abogó por el fortalecimiento de los estudios eclesiásticos y el apoyo al clero nativo.
Específicamente, en la sesión del 24 de abril de 1851, propuso que “tratándose de una Iglesia que no disfrutaba como antes de prebendas y rentas, “se asignara de los fondos públicos una congrua sustentación a doce jóvenes que aspiren al sacerdocio”.
Aunque no encontró en el momento quién secundara sus propósitos, un mes después, específicamente el 23 de mayo, sería aprobado por mayoría el otorgamiento de ocho becas de 600 pesos nacionales y más adelante, a finales de febrero de 1852, el aumento del presupuesto destinado a la instrucción pública y la importante medida que autorizaba el que vinieran al país doce eclesiásticos extranjeros para fortalecer la instrucción pública.
Gobernaba entonces en el país Buenaventura Báez. En lo concerniente a sus funciones eclesiásticas, el 6 de marzo de 1852 fue presentado por el Arzobispo Portes para una canonjía de honor del entonces mermado Cabildo Eclesiástico de Santo Domingo, el cual, desde el 2 de junio de 1851 contaba apenas con el Dr. Elías Rodríguez (Arcediano) y como Canónigo con el P. Domingo Antonio Solano.
De igual manera, en lo concerniente a sus labores docentes, fue designado por Báez el 28 de octubre de 1852 como preceptor de Matemáticas, agrimensura y cosmografía del Colegio Nacional San Buenaventura, pero poco después, asciende nuevamente Santana al poder y el 23 de marzo de 1853 decreta su expulsión junto al P. Elías Rodríguez y el P. Santiago Díaz Peña.
Consta que asistió por última vez al Congreso el 12 de marzo de 1853, aunque no firma el acta legislativa correspondiente. No estuvo presente, por tanto, en aquella sesión memorable por su acritud en la cual se enfrentaron en duelo verbal el Arzobispo Portes y Pedro Santana, tras exigir el segundo, pasaporte en mano y bajo amenaza de deportación, que el primero jurara la Constitución que el dignatario eclesiástico juzgaba inicua.
Junto al Padre Díaz de Peña llegó a Curazao el 29 de marzo de 1853, siendo recibidos por el entonces Vicario Apostólico de aquella isla Martín J. Niewindt. Este explicaba, en carta que enviara al Prefecto de la Propaganda Fidei, que el motivo de la expulsión de ambos sacerdotes había sido el odio de los nuevos gobernantes de la República a la religión y al clero, y en represalias por la negativa del arzobispo Portes a jurar una Constitución que proclamaba esa actitud hostil a los derechos de la Iglesia.
4.- Segundo exilio del P. Gaspar Hernández (1853- 1857)
Entre los meses de marzo y diciembre de 1853, el P. Gaspar Hernández permaneció nueva vez en Curazao. Es en aquel período donde escribe un interesante opúsculo titulado “Derecho y prerrogativas del Papa y de la Iglesia” al que se hiciera referencia en la entrega pasada de esta columna.
A juicio del destacado historiador Vetilio Alfau Durán, en dicho escrito era notorio el estado de frustración del cura limeño con el estado de cosas existentes en América tras el inicio de las insurrecciones que al despuntar el siglo XIX dieron por resultado el nacimiento de las nuevas repúblicas, tras consumar su separación de España.
Afirmaba al respecto: ““¡Ojalá que los hombres emplearan su tiempo en las Américas en estudiar y conocer bien su Religión, y no en leer obras impías y revolucionarias, y en ocuparse de la falsa y pérfida ciencia de las desgracias, la política! Entonces compararían el tiempo presente con el año de 1810; recordarían lo que fueron, y lo que hoy son; y de esta comparación inevitable, productora sin duda de nuevos y más arreglados deseos, resultaría a vista de tanto infortunio, el anhelo de depender más bien de la antigua Metrópoli, antes que experimentar tantas y tan repetidas oscilaciones políticas con daño y detrimento de toda la sociedad”.
De Curazao se trasladó Hernández a Santiago de Cuba, y allí estuvo bajo la protección del santo arzobispo catalán Antonio Mª Claret Claret. Prestó servicios sacerdotales en la Catedral y ejerció la docencia de Filosofía en el Colegio Seminario San Basilio Magno (1854-1856), y ocupó el puesto de canónigo honorario en aquel Cabildo Catedralicio, aunque de Iure lo era sólo de la Catedral de Santo Domingo.
No ha sido posible precisar si por aquellas fechas el nombre del P. Gaspar Hernández fue propuesto por la Santa Sede como Coadjutor del Arzobispo Portes con derecho a sucesión, pero es lo cierto que los informes enviados a Roma no le fueron favorables y esto no sólo por las naturales reservas dada su condición de extranjero y los conflictos que esto podía generar en las relaciones entre Iglesia y Estado, sino que llegaría más lejos el Arzobispo Portes quien escribió al Cardenal Fransoni, Prefecto de la Propaganda Fidei, informándole que el cura limeño le había hostilizado cuando ejerció su cargo de presidente del Congreso Nacional y que “ había sido suspenso a divinis por su conducta abiertamente irregular, incluso en el confesionario”.
En este aspecto, tras nueve años de escollos, el Arzobispo Portes vería cumplida su voluntad, pues el Papa Pío IX designó como Arzobispo Coadjutor con derecho a sucesión a Monseñor Elías Rodríguez Ortiz, en el consistorio del 16 de marzo de 1857, siendo el primero en ocupar dicha responsabilidad eclesiástica en nuestro país.
Efímera, sin embargo, fue la vida episcopal de Monseñor Rodríguez, pues le sobrevendría la muerte en el mismo año de su consagración, el 29 de diciembre de 1857.
4.- Tercer y último exilio del P. Gaspar Hernández, su muerte en Curazao y el incierto destino de sus restos
El Padre Gaspar Hernández retornó al país desde la Habana el 24 de enero de 1857 en el vapor “Habanero” luego de que el 11 de agosto de 1856 el Consejo de Secretarios emitiera un decreto con la firma del presidente Manuel de Regla Mota mediante el cual se anulaba la orden de expulsión emitida por Santana en contra de sus adversarios políticos.
Entre 1857 y 1858 fue vicerrector y rector del Seminario. Mediante carta post mortem (2 diciembre 1857), el Arzobispo Portes le había nombrado Provisor, Vicario General y Subdelegado Apostólico, cargo del que tomó posesión a partir del 7 de abril del 1858 tras el fallecimiento del anciano Arzobispo.
Báez otorgó su asentimiento a aquella designación, pero dos meses después fue derrocado por Santana, y el P. Gaspar Hernández se vio precisado por tercera y última vez a emprender el sendero del proscrito, desterrado a Curazao. Llega allí enfermo el 12 de junio de 1858 y cinco semanas después, el 21 de julio de 1858 se produjo su deceso.
Muchos fueron los esfuerzos realizados en vísperas del primer centenario de la independencia por el entonces cónsul de la República Dominicana en Curazao, Andrés Julio Espinal, junto al historiador curazoleño J. P. Welheus para identificar los restos del P. Gaspar Hernández, pero nada concluyente pudo obtenerse de sus amplias como infructuosas indagatorias en aras a determinar la autenticidad de los mismos.
A este respecto, expresaría Rodríguez Demorizi: “los restos del Padre Gaspar, como los del conspicuo don Tomás Bobadilla reposan en lugar incierto; quizás transmutados en polvo inasequible, para que su glorificación, como su obra, sea tristemente imperfecta”.