Colombo acaba de escribir en ACENTO.COM.DO su «Fogaraté» y la siguiente obviedad que olvidamos con frecuencia: “Uno es europeísta y el otro africanoide. Uno sostiene la religiosidad cristiana y el otro, creencias tribales. Uno habla español y el otro una mezcla de francés con dialectos primitivos. Uno es blanco-mulato y el otro negro retinto. Uno proyecta la heterogénea cultura latinoamericana y el otro las tradiciones ancestrales de tribus esclavizadas. Uno propone la democracia y el otro el gobierno autoritario. Uno es República Dominicana, país con un destino trazado, y el otro es Haití, cuyo futuro no se sabe… (En fin, estamos hablando de los países vecinos más insólitos; tan distantes que nunca han podido entenderse).”
Y yo quiero recalcar esta realidad en el mundo: es la única isla ocupada por dos naciones soberanas (es decir, contiene dos capitales), aunque sean muchas las particionadas en el mundo. Una distinción que dejará de ser cuando Indonesia terminé su capital en construcción (se llamará Nusantara y estará lista en el 2045) en la Isla de Borneo, que comparte con el sultanato de Brunei y su capital además de partes de Malasia. Además, Indonesia comparte con el Estado Independiente de Papúa Nueva Guinea, cuya capital es Puerto Moresby.
A la memoria de los dominicanos nos llega la isla de San Maarten/San Martin (compartida entre Holanda y Francia, dos potencias colonialistas), Irlanda (compartida por la porción inglesa de Irlanda del Norte y la República de Irlanda), Timor (una isla en el archipiélago indonesio compartida por Indonesia y la ex colonia portuguesa brevemente separada en 1975 por la revolución de los claveles y usurpada por Indonesia hasta 2002, cuando es convertida en República con un obispo católico de presidente) y, como ejemplo del fin del mundo, la Isla Grande en Tierra de Fuego, (compartida entre Argentina y Chile).
En verdad que somos ¡Vecinos insólitos! Creo que todos los somos por aquello que llamamos la “autoidentidad”. Y, a mi entender, se muestra en la historia no compartida de nuestros pueblos. Mientras la corona española impuso la prohibición de traer esclavos directamente, permitiendo sólo a los previamente catequizados.
Los colonizadores franceses (por la acción de los piratas franceses que desde la Tortuga se aprovecharon de las “devastaciones” del Gobernador español, Antonio Osorio y crear la colonia occidental francesa) trajeron esclavos “bozales” (sin pasar por una intermediación vinieron directos de las selvas africanas) y los dedicaron a las actividades de explotación intensiva con una lógica capitalista –hasta llegar a considerarse la colonia americana que mayor riqueza proveyera a su metrópolis europea.
No hubo catequización intensiva de los esclavos de la colonia francesa, por lo que un esclavo “cimarrón”, François Macandal o Makandal, desarrolló un movimiento anti-blancos conocido como la “Gran Rebelión de los Esclavos”. El pegamento que unió a las hordas de Makandal fue el vudú y el odio a los patronos blancos y a sus lacayos, los mestizos que servían de capataces. Por eso, la sangre que corrió fue a raudales y se quedó en el inconsciente colectivo, como lo demuestra una novela del dominicano Manuel Rueda titulada Makandal; pero debió llegar una novela tozudamente aferrada a la verdad histórica de una gran pluma latinoamericana.
La excelsa novelista Isabel Allende noveliza la historia de nuestro hábitat insular en “La isla bajo el agua” que trata de «la historia de Zarité, una muchacha mulata que a los nueve años es vendida como esclava al francés Valmorain, dueño de una de las más importantes plantaciones de azúcar de la isla de Santo Domingo. A lo largo de la novela viviremos cuarenta años de la vida de Zarité y lo que representó la explotación de esclavos en la isla en el siglo XVIII, sus condiciones de vida y cómo lucharon para conseguir la libertad. Pese a verse obligada a vivir en el ambiente sórdido de la casa del amo y verse forzada a acostarse con él, nunca se sentirá sola. Una serie de personajes de lo más variopinto apoyarán a nuestra protagonista para seguir adelante hasta conseguir la libertad para las futuras generaciones. Mujeres peculiares como Violette, que se dedica a la prostitución o Loula, la mujer que organiza su negocio; Tante Rose, la curandera, Celestine o Tante Matilde, la cocinera de la plantación: personajes con este punto de magia que dan un ambiente y un color especial a la novela.
Los amos desprecian y maltratan a los esclavos. Estos a su vez organizan rebeliones, una de las cuales provoca un incendio en la plantación. Valmorain huye de la mano de Zarité. Ella ha criado a Maurice, hijo de Valmorain que crece junto a Rosette la propia hija de Zarité y su amo. Como esclava, también estará al servicio de las dos esposas de Valmorain: dos personajes totalmente distintos pero muy bien caracterizados por la autora. Conforme avanza la novela nuestro personaje alcanza la dignidad que le corresponde. Vivirá su propia historia de amor y conseguirá la libertad. Isabel Allende le da voz a una luchadora que saldrá adelante en la vida sin importar las trampas que el destino le tiende.»
En una jugada del destino, el desarrollo relativo de la República Dominicana y la angurria de los empleadores dominicanos (terratenientes, constructores, hoteleros, etc.) alimentan la imagen de sus patronos “mestizos” como los “blancos y capataces de antaño”. La culpa es compartida: ellos por no olvidar la tragedia de la “Gran Rebelión de los Esclavos” y nosotros por no recordarla a tiempo ni reconocerla como motor irracional de su actitud actual.
Espero haber echado luz sobre los vecinos insólitos de Ramón Colombo: entre el Saint Domingue “français” y el Santo Domingo “español”.