Introducción
Hace tiempo que la conciencia me reclamaba escribir unas notas históricas sobre el cruento e incruento sacrificio de la digna familia Patiño Martínez y su valiente como hoy olvidada contribución al martirologio nacional durante la lucha contra Trujillo. ¿Pero cómo honrar tan inmenso legado con unas cuartillas emborronadas a prisa; destrenzadas, incompletas?
Y es que parece imposible que al día de hoy no exista un libro- si existe debo confesar mi ignorancia, pues no lo conozco- que honre verdadera y dignamente la entrega silente, sin reservas, tan denodada como heroica y sublime, de esta noble familia de Santiago, cuya sola mención debería ser motivo- si no anduviéramos hoy tan ayunos de respeto por el pasado como extraviados en vacuidades- para inclinarnos reverentes ante la serena majestad de su hazaña libertaria.
Y cuando escribo lo de sacrificio “cruento e incruento” de la familia Patiño Martínez, lo hago a conciencia. Pues como si no bastara el asesinato del progenitor y los cuatro hijos varones de la familia, quién podría perdonarse dejar en el olvido el dolor sin nombre de su ilustre progenitora, Doña Alix Martínez Viuda Patiño y las dos hijas de la familia, Digna y Gertrudis y todos sus descendientes que, sólo por llevar tan digno apellido, sufrieron el estigma de la persecución, el rechazo, las acechanzas y las malquerencias durante la era ominosa?
1.- Don Rafael Patiño (Don Fello) y su hijo Rafael (Fellito), primeros mártires de la familia Patiño Martínez en la lucha contra Trujillo.
El cruento calvario de la familia Patiño comenzó con el alba de la férrea e inmisericorde dictadura. Poco se sabe de los prolegómenos de aquella odisea heroica pero todo parece indicar que las cosas tuvieron su origen hacia el año 1931.
Don Fello, el digno progenitor de Los Patiño, poseía en Santiago una modesta fábrica de sombreros, situada entonces en la calle 30 de marzo esquina Máximo Gómez. Siete hijos conformaban la familia procreada por Don Fello y Doña Alix. Cinco varones (Rafael Aníbal, Jesús María, Agustín Darío, José Patiño (Chepito) y Gustavo y dos hembras (Digna y Gertrudis).
Crecía la familia como menguaban los recursos para el sustento y Don Fello se vio precisado a buscar empleo en lo que se conocía entonces como la compañía eléctrica de Santo Domingo, filial de Santiago. Allí fueron empleados también su hijo mayor, Rafael Aníbal (Felito), y posteriormente Jesús María.
En aquellos años se había desatado la furia de Trujillo contra sus incipientes adversarios y, muy especialmente, contra los caciques regionales y reconocidos gladiadores de la manigua a los que se propuso eliminar, sabedores de que sólo de esta forma podía asegurar la consolidación de sus designios dictatoriales.
Todo comenzó con Cipriano Bencosme y Desiderio Arias y continuó con muchos otros. Ambos fueron eliminados. Aquellos que pudieron escapar milagrosamente de la furia inmisericorde tomaron el camino del exilio, como fue el caso del general José Daniel Ariza Sánchez, quien, aunque fue de los propiciadores del 23 de febrero y gobernador provisional de Santiago tras el mismo, ya en octubre de 1931 se vio precisado a marchar a Cabo Haitiano.
Gracias a la intervención de su hermano Juan Bautista Ariza Sánchez (Tita) ante el tirano, pudo unírsele por entonces la familia. Tiempos después, marcharon a las Islas Turcas pero previo a ese nuevo exilio, desde Haití estuvo conspirando en coordinación con Rafael Estrella Ureña, también ya en franca desgracia con Trujillo, para derribar el régimen. José Daniel conspiró también en 1934 y murió asesinado en la cárcel de Nigua
Vale esta referencia al general Ariza y a Estrella Ureña, pues todo apunta a que desde allí recibió Don Fello Patiño el mensaje de parte de ambos para unirse desde Santiago a sus afanes conspirativos. Y así lo hizo, sin escatimar esfuerzos ni reparar en consecuencias.
Y un Jueves Santos, en el mes de marzo de 1932, con unos ochenta hombres que logró reunir se trasladaron subrepticiamente, en grupos pequeños, hasta la frontera a fines de consumar su faena conspirativa. Acompañaría a Don Fello su hijo Felito, de apenas 18 años, quien con ruegos suplicó a su padre dejarle ir con él en la aventura libertaria y correr hasta el final su misma suerte.
Al cruzar la frontera, comenzó la fortuna a tornarse adversa, pues fueron apresados durante un mes. Consiguen ser liberados y comienzan a relacionarse con otros exiliados en Cuba y en Haití.
No cesaban las promesas de ayuda en armas y bagajes que no llegaron nunca al tiempo que crecían las presiones de las autoridades haitianas en connivencia con Trujillo que no cesaba de extender sus redes persecutorias hasta el país vecino, consciente de las acechanzas que desde allí se fraguaban para derrocarle.
Varios meses permanecieron los valientes en el país vecino. Entre penurias e ilusiones. Y hasta allí llegaron las fementidas promesas de Trujillo en las que aseguraba garantías para el regreso de los exiliados. Gran parte del grupo que aglutinó Don Fello, como otros tantos, se acogieron a las mismas.
No así, Don Fello Patiño, que si bien cruzó la frontera noroeste, lo hizo con el propósito de articular otro esfuerzo conspirativo que resultó fallido acompañado de su hijo Rafael Aníbal (Fellito) y apenas diez de los hombres que originalmente formaron parte de su cohorte insurrecta.
Carentes de medios logísticos como sobrados de ideales, llegaron hasta la rivera del río Yaguajal, sección de Pozo Prieto, en las proximidades de Sabaneta (Santiago Rodríguez). Era la prima noche de un 14 de octubre de 1932. Pero ya el cerco se había tendido sobre ellos, incrementada la alerta por el aviso de los lugareños a las autoridades ante la extraña presencia de aquellos nuevos transeúntes.
Aquel día resultaron acribillados a balazos Don Fello Patiño, su hijo Rafelito y seis de sus acompañantes. Nicanor Saleta Arias y Juan María López Hijo lograron salvar la vida milagrosamente, pues le había sido confiada la tarea de emisarios. Desafiando el peligro llegaron hasta Santiago y allí se coordinó su entrega a las autoridades.
Tres días después de su entierro, prácticamente en estado de putrefacción fueron desenterrados los cadáveres de Don Fello Patiño y su hijo Fellito para ser llevados a su humilde hogar donde los esperaban taladrados por el dolor innombrable Doña Alix Martínez Viuda Patiño y sus hijos aún pequeños, que veían cernirse sobre sí las densas sombras de la desolación y el desamparo.
Allí quedaba, desconcertada y triste, tras aportar sus dos primeros mártires a la causa de la patria, aquella humilde familia, que sólo poseía, además de su dignidad, como diría alguien que la conoció de cerca: “la fuerza indomable de su estirpe heroica” y su “vocación perenne a la lucha y la tendencia constante a la inmolación en aras de la libertad y la justicia”.
2.- Jesús María Patiño (Chichí), tercera víctima de la galería martirial de la familia Patiño Martínez
Jesús María Patiño, cariñosamente Chichí, laboraba como obrero de la compañía de electricidad. Siendo el mayor de los varones, aunque apenas un imberbe adolescente de 16 años, le correspondería junto a la sacrificada Doña Alix Viuda Patiño, quien ayudaba a la economía familiar fabricando dulces y vendiendo helados, constituirse en el sostén de sus pequeños hermanos.
Pero corría por sus venas sangre libertaria. Y Jesús María se involucró en uno de los varios aprestos patrióticos que se orquestaron entonces en Santiago en 1934, consistente en la colocación de explosivos en diferentes sectores de la ciudad.
Tras ser develada su participación, fue apresado. Recogió la tradición santiaguense de entonces que Trujillo interrogó personalmente a Chichí Patiño, reclamándole sus inconsecuencias hacia el régimen- régimen que le había matado a su padre y a su hermano mayor- a lo que Chichí respondió en un arresto de juvenil arrojo con estas o parecidas palabras: “todo cuanto se haga o pueda hacerse en contra suya, estaré yo nutriéndole con mi sangre, aún a costa de mi propia vida”.
Sufrió pena de prisión y fue sometido a inclementes trabajos públicos, siendo puesto en libertad en 1936.
Pero las acechanzas y persecuciones contra él no cesaban, no obstante lo cual, el bueno de Mister Geigel, gerente de la Compañía Eléctrica, aunque soportando presiones, volvió a contratarlo tras su puesta en libertad y rehusó despedirlo, consciente de lo que aquellos modestos ingresos significaban para su pobre familia en desgracia y sumida en la pobreza.
Pero todo fue a peor cuando le llegó a Mister Geigel la hora de la jubilación, siendo sustituido por un nuevo gerente de nacionalidad puertorriqueña. Una de sus primeras medidas fue despedir a Chichí Patiño y a varios de sus compañeros con la consabida justificante de reducción de personal.
Y con aquella funesta decisión en su contra comenzó el principio del fin de su fatídico destino. Deambulaba errabundo en busca del sustento y el empleo que no lograba conseguir, arrastrando el doloroso estigma del poscrito que no se avenía a los métodos cavernarios de la tiranía.
Y fue Chichí Patiño puesto en la mira persecutoria de un famoso criminal que hizo fama en Santiago por sus desafueros e insania sanguinaria. Juan García, apodado “El Cubano”, puso precio a su cabeza hacia 1937 y Chichí se vio precisado a trasladarse a Santo Domingo.
Poco después, desapareció para siempre, cuando apenas cifraba los 22 años, sin que hasta el día de hoy se sepa a ciencia cierta la forma en que fue privado de la vida. La última vez que se le vio con vida antes de su misteriosa desaparición fue por las inmediaciones del parque Colón. El régimen hizo correr la falsa versión de que había muerto durante la persecución a los haitianos.
Así terminó sus días el segundo de los vástagos de la familia Patiño Martínez.
3.- Agustín Darío Patiño Martínez (Tin), cuarta víctima de la familia Patiño Martínez
Y así, entre dolores e incertidumbres, continuó entretejiéndose la fatídica cadena de sufrimientos de los descendientes de la familia Patiño Martínez.
A los hijos se le iban cerrando posibilidades de encontrar un trabajo digno y es lo que experimentó con amargura quien ahora debió asumir el relevo para ayudar a aligerar la carga enorme que pesaba sobre su sacrificada madre.
Agustín Patiño Martínez (Tin), al igual que lo hizo anteriormente su asesinado hermano Jesús María, se vio precisado a probar suerte en Santo Domingo. No rehuía ningún quehacer, por modesto que fuera, con tal de recibir un jornal con el cual ir en amparo de su madre y hermanitos en desgracia.
Pero un día en que se encontraba laborando en un bar de la urbe capitalina, se le acercó un amigo policía. Le pidió acompañarle, conduciéndole a un destino desconocido. Nunca se supo más de su definitivo paradero pero cabe suponer que todo se trató de unas de las criminales tretas del régimen para a través del falso amigo desaparecerlo para siempre.
Era el año de 1942. Agustín fue el cuarto miembro de la familia Patiño- Martínez que desaparecía de la faz de la tierra, en menos de una década, bajo la ira implacable.
4.- Persecusiones, exilio e inmolación de José Patiño Martínez y Gustavo Patiño Martínez.
Sobre los dos hermanos varones que aún sobrevivían a la dictadura, José Patiño Martínez (Chepito) y Gustavo Martínez no cesaron los asedios y afrentas de la temible maquinaria tiránica. Incontables fueron las veces que sin motivo alguno eran llevados desde su hogar a la cárcel.
Pero esto no fue óbice para que ambos, sobre los que pesaba ahora la responsabilidad de ayudar a su madre y sus dos hermanas, rindieran también el tributo que reclamaba la patria en aquellas horas en que, tras la segunda guerra mundial, parecían soplar vientos de esperanza en el país y se creyó, aunque erróneamente, que era posible enfrentar y vencer el tirano a fuerza de ideales y lucha democrática. Pero los tiranos no creen en votos sino en botas.
Y vino la carnada envenenada del interregno de tolerancia. ¡Trujillo como oferente de credenciales democráticas!. Y salieron a la luz el Partido Socialista Popular y Juventud Democrática, aglutinando a obreros, estudiantes y profesionales en la causa común de ganar la libertad de forma incruenta y civilizada.
Y allí, en la Juventud Democrática, Chepito y Gustavo destacaron por su entrega sin dobleces junto a aquellos jóvenes valientes a los que hemos hecho mención en otras pasadas entregas de esta columna.
M.A. Llenas, testigo de excepción del compromiso patrio de los Patiño Martínez y aquella cohorte de jóvenes idealistas, describió transido de emoción su denodado empeño y ardor patriótico en aquella pasajera eclosión de anhelos redentores: “ aún me parece verles orgullosos de sus brazaletes negros, con las siglas JD en blanco, rodeándoles el brazo izquierdo y por las calles, ufanos de ser opositores y enemigos abiertos del déspota”. Ambos hacían parte del comité de orden y vigilancia en los mítines celebrados por la organización, los cuales se extendieron por todo el cibao.
Pero como es sabido, poco tardó el régimen en demostrar la verdadera intención de la bien trabada farsa democrática. Fueron declaradas ilegales las organizaciones políticas surgidas en el contexto.
Como a muchos otros jóvenes compañeros de lucha de la época, a José y Gustavo Patiño Martínez la tiranía les dio por destino los inmundos calabozos de la Torre del Homenaje; esos que había descrito con trazos imborrables Tulio Manuel Cestero en “La Sangre” como expresión de la inclemencia tiránica de Ulises Heureaux.
Y hasta allí llegó la dulce y firme presencia de Doña Alix procurando noticias del destino de sus hijos encarcelados. De aquellas penurias y vejámenes tuvo conocimiento el embajador de Venezuela en el país y gracias a su intervención le fue concedido el asilo a los únicos varones que aún quedaban con vida de la familia Patiño Martínez. Pero en Venezuela emergió feroz la tiranía de Marcos Pérez Jiménez y los dos hermanos, procurando nuevos aires de libertad, como otros exiliados dominicanos y de América, se fueron hasta México.
Más de una década de lucha sin cuartel libraron desde el ostracismo combatiendo al tirano. Y desde el exilio, tanto Chepito como Gustavo se enrolaron en la expedición libertaria del 14 y 20 de junio de 1959 y en ella y con ella, rindieron su último aliento por ver la patria liberada de la coyunda tiránica que la oprimía. Con ellos fueron cinco los vástagos de la familia Patiño Martínez que en olor martirial ofrendaron su vida para legarnos una patria libre.
Junto a Chepito, en aquellos años duros de lucha y de pesares, estuvo siempre su querida consorte Brunilda Soñé, su compañera de lucha en la Juventud Democrática y que tanto ha dado y sigue dando a la patria, pues, aún hoy, para fortuna y alegría nuestra, con cien años a cuestas, resplandece su estrella como símbolo de entrega y compromiso patrio irradiando fe, optimismo y esperanza.
5.- El martirologio incruento de Doña Alix Viuda Patiño y sus hijas Digna y Gertrudis
Al momento en que redacto estas líneas, poco o casi ningún dato tengo en mis manos sobre Digna y Geltrudis, las dos también sacrificadas hijas de la familia Patiño Martínez y que, con el alma lacerada para siempre, sobrevivieron a sus cinco hermanos, mártires de la patria.
Pero ellas también sufrieron incruento sufrimiento que merece resaltarse como lo merece en toda la intensidad esa matrona digna y sufrida que fue Doña Alix Martínez Viuda Patiño. Ella, con su carga de dolores, vio llegar el final de sus días un diciembre de 1967. Y a pocos días después de su muerte, Juan Isidro Jiménez Grullón escribió unas palabras que taladran el alma y valen para ayer, hoy y siempre casi como una especie de reprimenda moral:
“Alix Martínez Viuda Patiño falleció hace pocos días. Y ha llegado a tales límites la disolución de nuestro tradicional sistema de moralidad, que el trágico suceso ha pasado casi inadvertido.
¡Era de esperarse! En plena inversión de valores, el mal campea, y quienes fueron y son ejemplos de abnegación y sacrificio, de dación al pueblo y pasión por el hombre, mueren en la sombra”.