Tenemos derecho a disponer de nuestra salud, siempre y cuando no molestemos al prójimo y sigamos las leyes. Podemos engordar hasta la diabetes, enflaquecer hasta la anemia, beber alcohol hasta secarnos el hígado. Incluso, dañar los pulmones exhalando e inhalando humo de cigarrillos. Algunos hasta se suicidan. Disponemos de nuestro cuerpo sabiendo o sin saber qué hacemos. Nadie puede impedírnoslo.
Del alcohol, el cigarrillo, y del mucho comer, cualquier bobo sabe sus consecuencias. Son placeres dañinos pero legales, fomentados por la mercadología de poderosas empresas comerciales, determinantes en la economía de occidente. Tanto gastan los gobiernos en reparar sus consecuencias como lo que reciben de ellas a través del fisco.
A pesar de contrariar nuestra salud, nadie impide que decidamos “un gustazo por un trancazo”, acogiéndonos al libre albedrio del “nos da la maldita gana”. Igual sucede con la marihuana: también produce gustazos y trancazos. Esta tiene la particularidad de que pocos se interesan en conocerla en detalle, resistiéndose a que pierda su mágico encanto, igual que hacen los enamorados.
Esa popular y santificada yerba, supera en Norteamérica 20 millones de consumidores. Mundialmente aumenta el número al ritmo de la despenalización. Es un negocio altamente lucrativo, billonario, al que corren los inversionistas. Las ganancias resultan espectaculares. Eso ya lo sabían los carteles de la droga.
En Colorado, uno de los primeros estados en legalizar el uso discrecional de la marihuana, existen más negocios para comercializarla que puestos de MacDonald’s. No solo eso, las campañas publicitarias del cannabis dominan los medios, de tal manera, que las universidades tienen dificultad para informar al público sobre sus daños.
Solamente un 25% de la droga es consumido con fines medicinales. El resto, dígase lo que se diga, se utiliza con fines recreativos. Un considerable número de dispensarios dedicados a la “marihuana medicinal” dejan pasar, conscientes o burlados, a quienes buscan un certificado médico para utilizarla a su antojo. Hay tantos farsantes como científicos en esas empresas. Sus dueños buscan lucrarse y aseguran curaciones de las que no tienen pruebas.
Es necesario saber la realidad factual de esta popular y venerada droga; cuyas virtudes se abultan a través de la publicidad y cuyos defectos se ocultan para poder disfrutarla tranquilamente; una ignorancia voluntaria fomentada por unos y otros.
Comprobados científicamente, son limitados y específicos los beneficios medicinales de la marihuana (que, desde hace un tiempo, se expende en concentraciones de THC tres veces mayor a la de 25 años atrás). Esencialmente cinco:
Primero, tipos específicos de epilepsia infantil.
Segundo, dolores neurálgicos resistentes a otros tratamientos.
Tercero, dolores y espasmos musculares crónicos.
Cuarto, espasmos por esclerosis múltiple.
Quinto (todavía en estudio), “síndrome post traumático”.
En cuanto a aliviar el insomnio y la ansiedad, no hay nada nuevo: es una propiedad inherente al producto; igual sucede con el alcohol, las benzodiazepinas, y otros fármacos similares.
El THC es menos adictivo que el alcohol, pero adictivo: 1 de cada 10 personas quedan enganchadas. Si comienzan antes de los dieciocho, 1 de cada 8 llegan a ser adictos.
Es usada mayoritariamente por hombres y mujeres entre los 18 y 25 años, o sea, esa población productiva y determinante de cualquier sociedad.
Produce menos deterioro sistémico que el alcohol, aunque altera el funcionamiento y calidad de vida de las personas; desencadena enfermedades psiquiátricas no manifiestas y genéticamente determinadas; disminuye la coordinación neuromuscular aumentando los accidentes automovilísticos y laborales; afecta la capacidad de razonamiento, memoria, y disminuye el coeficiente intelectual; reduce la concentración, afectando el rendimiento académico y laboral; el uso frecuente conduce a la esterilidad; dañan al bebé durante el embarazo; precipita la demencia en envejecientes.
Debido a esa inocultable realidad, se recomienda que el uso medicinal sea una tercera opción, bajo estricta supervisión médica, en centros certificados por las autoridades de salud. Es obligatorio informar al paciente tanto de sus beneficios como de sus daños. De esta manera, cada persona acepta racionalmente su consumo.
Detrás de la palabra “medicinal” hay mucho dinero, diversión y trampa. Por cierto, que en ninguna farmacia he visto medicinas etiquetadas “ciclón”, “viaje puro”, “Marta Steward” ni “Papi cannabis”.