Juan Daniel Balcácer, secretario de la fundación Peña Batlle, sugiere la responsabilidad de Peña Batlle en el corte: “Fundamentalmente, es a Peña Batlle -y a otros coetáneos suyos- a quienes se debe la tesis, magistralmente concebida a raíz de la matanza haitiana de 1937, de que los dominicanos -conforme a Frank Moya Pons- eran un pueblo mayoritariamente blanco, católico, hispano y que gracias a Trujillo se había salvado de la africanización creciente de la influencia haitiana” (1).
Núñez ha elaborado la argucia de que entre 1929-37 “no hay ninguna documentación: ni correspondencia, ni artículo, ni libro ni camarilla de influencia que demuestre que los intelectuales que se hallaban en el mando político tuvieron alguna responsabilidad en los acontecimientos ordenados por Rafael Trujillo”, esos intelectuales que se hallaban en el mando político eran: J. Balaguer, J. Ortega Frier, A. Pastoriza, Max Henríquez Ureña, Moisés García Mella, J. Peynado, M. de Jesús Troncoso de la Concha. En sintonía con esta treta se plantea que en “aquellos días grises” los intelectuales ya “no mantenían (…) una relación de superioridad con Trujillo sino de sumisión” y se interroga a sí mismo: ¿Hay razón para descalificar a estos intelectuales, tachándolos de responsables ideológicos de la matanza de 1937? En absoluto. No es la primera vez que se pretende fabricar un culpable, omitiendo las informaciones cronológicas, los datos concretos e incluso el de los imputados”.
Si en la matanza de 1937 los intelectuales trujillistas no tienen ninguna “responsabilidad ideológica”, entonces ¿A quién responsabilizar? Según Núñez, primero a Trujillo que “no empleaba siempre el razonamiento y el consejo de los intelectuales”, que “el creer que todas las acciones del Generalísimo se hallaban marcadas por el compromiso con los intelectuales, es un yerro. El dictador se desenvolvía, parejamente, en un mundo de violencia, de pasión, de resentimiento, desconectado de la racionalidad”, por esa razón: “la decisión de Trujillo no obedecía a ningún calculo intelectual”. La responsabilidad histórica el Corte reide en otros: “En aquel punto y hora tenía mayor influencia camarilla constituida por José Estrella, general aguerrido, notabilísimo por sus crímenes escandalosos, y por una porción de su sequito militar, quienes para mitigar las malas impresiones que había generado en Trujillo su viaje de agosto y septiembre por la frontera norte, ejecutaron por orden del dictador con armas blancas (…) a cientos de haitianos”. La argucia se redondea con la mentira de que “en aquellos momentos” /1937 Peña Batlle se encontraba entre “los intelectuales notables por su oposición al régimen como D. Américo Lugo, Rufino Martínez, Carlos Larrazabal Blanco”.
Argucia No.5 Esta consiste en la negación de la existencia de la ideología trujillista. Ramón A. Font Bernard intentó negar la existencia de la ideología trujillista: “en los 31 años de la Era de Trujillo no imperó una ideología, sino una situación” (2). Manuel Núñez al referirse a los intelectuales que le sirvieron a Trujillo afirma que: “Fueron estos los hombres que mantuvieron la transmisión del saber (…) los intelectuales orgánicos del partido, que formaron los cuadros políticos, defensores del régimen; y los propagandistas que legitimaron el ejercicio de poder del tirano”. Sin embargo; en contradicción con su planteamiento, Núñez se ha atrevido a sostener la tesis de que: “La ideología trujillista no existe” (3).
En su opinión “las ideas divulgadas por el régimen son un amasijo de contrastes y divergencias”, para él el trujillismo no representa “un modo de pensar, un doctrinal”; entiende que la expresión ideología trujillista es una falacia: “La idea de que el trujillismo desarrolló un doctrinal (…) es totalmente descabellada y falsa” que “ha servido para prolongar imaginariamente la vida de la dictadura (…) cuando se emplea el término de ideología trujillista se quiere hacer creer que el régimen se mantiene aún vivo”.
En el 2009 varios intelectuales expertos en el estudio de la “Era de Trujillo” se juntaron en un festival de las ideas para exponer bajo el tema “La validación intelectual de la dictadura de Trujillo”. En el evento Andrés L. Mateo expuso la tesis de que en “el sistema de legitimación trujillista” hay una curiosidad: que “la apropiación de la sociedad en su conjunto se realizó a través de un “corpus” de legitimación cuya habla es el mito”, sostiene que el trujillismo estructuró un “sistema mitológico” / “sistema mitológico del trujillismo”: el mito fundacional, el mito de confirmación, el mito de la paz, el mito de la independencia económica: “Sobre estos mitos elaboró la ideología la legitimación del régimen”.
El “mito sistema del trujillismo”: “inundó la vida cotidiana”, la historia, el arte, la cultura, la educación, la religión. Y, el predominio ideológico se logró en base a la violencia: “el trujillismo impuso su hegemonía ideológica fundada en la violencia”. Según Mateo es “un hecho indiscutible la dictadura de Trujillo no se legitimó a partir de una ideología” / “el trujillismo no tuvo definición ideológica” / “Ciertamente no hay ideología trujillista en sentido estricto” (4).
Negada la existencia de la ideología trujillista tampoco podrían existir ideólogos trujillistas, así, con una chicana, Peña Batlle queda libre de ser el apóstol del trujillismo y Núñez pude afirmar que el aporte intelectual de Peña Batlle al régimen de Trujillo fue bastante modesto: “Introdujo en el régimen una visión compaginada con la defensa de los intereses nacionales, hizo un extraordinario aportación bibliográfica”. Pero, la existencia de la ideología trujillista como un fenómeno sociológico nuevo fue tempranamente reconocida: “La dictadura ha llegado a conformar una base ideológica que ya parece natural en el aire dominicano y que costará enormemente vencer, si es que puede vencerse alguna vez”, (5) el propio Peña Batlle reconoció que la era de su jefe “ha logrado, como su obra nacional, unificar los sentimientos públicos y formar una ideología colectiva perfectamente encuadrada dentro de los más avanzados e imperativos reclamos de la época en que vivimos” (6).
Es de rigor anotar que para comprender la ideología trujillista previamente hay que indagar en el pensamiento tradicional dominicano, lo que permite establecer las ideas fuertes de ese contexto mental, en este pensamiento predominan el racismo, el pesimismo, el catolicismo, la hispanofilia, el anti-haitianismo y el caudillismo mesianista-providencialista (el culto al caudillo). Este ambiente cultural predominante en la minoría culta “favoreció la consustanciación de la intelectualidad con el despotismo” (7).
En efecto, en el estudio de la dialéctica entre historia política e historia intelectual del país encontramos, para el caso de la dictadura de Trujillo, que hubo una “empatía con el régimen cubría a casi todos los intelectuales de la época”, que “los intelectuales que clamaban por una realización nacional se solidarizaron desde el principio con Trujillo, visualizaron en el personaje la figura que iba a llenar este cometido programático (…) Algunos de ellos fueron trujillistas en todos los sentidos y se convencieron que sólo a través de la dictadura se lograría emprender un programa de modernización y realización nacional, que incluía la erradicación de la determinante influencia norteamericana” (8).
Rafael Darío Herrera sostiene que en los casos de Heureaux, Cáceres y Trujillo “las élites ilustradas urbanas clamaron por el autoritarismo (…) En los umbrales de 1930, en un entorno caracterizado por la inestabilidad que generaban los caudillos, los intelectuales nacionales se adhirieron al despotismo trujillista / El punto de entronque con el incipiente orden autoritario fue el repudio al caudillismo y la ideología nacionalista” (9).
Hay en el discurso de Núñez sobre Peña Batlle una argucia invisible, consiste en el no tratamiento de los efectos ideológicos y políticos presentes en el pensamiento político de Peña Batlle como consecuencia natural de su enrolamiento en el régimen de Trujillo. El discurso de Núñez es una justificación de la integración de los intelectuales al régimen dictatorial trujillista, desde su óptica el absolutismo económico, político, militar y cultural de aquel ordenamiento hacía inútil toda oposición. Esto pone sobre el tapete la necesidad de consolidar una explicación científica a la participación de los intelectuales dominicanos en las dictaduras.
Sobre la base de esas argucias / chicanas Núñez busca vender a Peña Batlle como modelo intelectual de las jóvenes generaciones dominicanas. Esa propuesta es teórica e históricamente aberrante porque implicaría asumir varias bazofias: el racismo, la hispanofilia, el nacionalismo exclusivamente anti haitiano, el anti hostosianismo, el Concordato, el pesimismo, el mesianismo y significa la sumisión del intelectual al poder tiránico, alinearse políticamente con los que piensan que “aquí lo que hace falta es un Trujillo”.
Los jóvenes intelectuales dominicanos tienen que ser cuidadosos al momento de seleccionar su modelo de intelectual, les proponemos fijarse en Padre Las Casas, Duarte, Hostos, Bonó, Salomé, Américo Lugo, Gregorio U. Gilbert, Ercilia Pepín, Minerva Mirabal, Manolo, Bosch.
Pobre abogado aquel que su cliente tiene que vocearle hasta quedar gangoso: ¡Magino no me defiendas!
Referencias:
1 Juan D. Balcácer (1989), Peña Batlle y su marco histórico. P.14.
2 Ramón Font Bernard, Sabatinas. HOY. 16/10/1993.
3 Antes que Manuel Núñez, Ramón A. Font Bernard intentó negar la existencia de la ideología trujillista: “en los 31 años de la Era de Trujillo no imperó una ideología, sino una situación”. HOY. Sabatinas. 16/10/1993.
4 Para todas las citas del párrafo ver: Andrés L. Mateo (2009), Curiosidades de la legitimación del régimen trujillista. En: Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano. Festival de las ideas.
5 Juan Bosch (2002), Para la Historia dos cartas. P.104.
6 Manuel A. Peña Batlle (1942), Política de Trujillo. P.38.
7 Roberto Cassá (1990), Integración de los intelectuales al Estado y sus consecuencias. P.244.
8 Roberto Cassá (2011), La dictadura de Trujillo. P.358, y, 365.
9 Rafael D. Herrera (2004), La era de los caudillos en la República Dominicana. P.224.